jueves, 13 de mayo de 2010

LOS SUEÑOS QUE ME SUSURRA EL VIENTO (PARTES VI Y VII FINAL)

VI

Miller aprovecha para ir al pueblo a dejar en la lavandería su chaqueta y esperar a una prima que viene de trabajar o estudiar, -no recuerdo muy bien- desde la ciudad. Él la espera para acompañarla de regreso a la vereda. Miller se ha acostumbrado a la noche en el campo, cuando se queda en alguna gallera o cuando esta de visita donde sus amigos o familiares, regresa a estas horas a la vereda. Pero doña Tulia se preocupa mucho cuando él o alguno de sus otros hijos (Miller tiene dos hermanos) tarda en aparecer. A veces les reprocha que no llamen para avisar que se demoran y debido a lo peligroso que se esta poniendo el ambiente es mejor llegar temprano. No obstante a veces Miller ha llegado a medianoche. Se baja en Usme y camina rápido, sin embargo la iluminación sólo llega hasta determinado punto y queda a la deriva de los rayos que la luna desee brindarle. Hay una curva en especial en el camino donde corre un arroyuelo y donde hay varios árboles frondosos en donde la oscuridad es más profunda, sin embargo nunca le ha pasado nada. Cuando tenía 5 años se perdió en el páramo, cogió por un camino equivocado y se separó del resto de la familia. Caminó y caminó y al cabo de media hora, sintió la inmensidad de la soledad allí en ese lugar. Más tarde que temprano logró encontrar el camino y regresó a su casa, pero ahora cuando la noche lo alcanza prefiere no llegar por el Uval, dicen que se ha vuelto peligroso y es mejor no probar.


Hemos llegado sin contratiempos a Usme, la noche se ha instalado en su trono y nos vigila a su amparo. Estos días de enero son bastante propensos a la pereza y muchos habitantes sobretodo jóvenes se reúnen para ver a las muchachas más guapas y para jugar en el parque. Frente a éste, está el Hospital de Usme, según Miller van a ampliar el tipo de cobertura (del primero pasa al segundo nivel), si a ello se suman los trazados que dan continuidad a importantes avenidas de la capital y a la aprobación del decreto de urbanización, los costos de arriendo se dispararán y será más difícil vivir allí. Es el eterno problema de ser expulsados –mas no incluidos- por el progreso, la constante de la Atenas suramericana.


VII


Cuando sueño con llegar a viejo, pienso en cómo será esta ciudad, como será este planeta. Pero me veo a mí, rodeado de niños y niñas hablando del pasado, trayendo las memorias de hombres y mujeres que me antecedieron y de quienes en alguna manera aprendí sobre cómo vivir la vida. Cuando me pongo a pensar que estas fotos, son una enorme fascinación que me impulsa a congelar el tiempo y el espacio con la presión sobre un obturador y el flash, siento remordimiento de no poder revivir todo lo que acompaña estas imágenes, las sensaciones, los olores, el sonido. Aún no cuento con una filmadora, olvide mi grabadora y la posibilidad de guardar los registros de las voces y sonidos del campo. Así pasó antes, en la infancia de mi madre y en las visitas a Pauna, cuando mi tío aún vivía, cuando el tío Luís vivía o cuando mi abuela vivía. Hace unas semanas pude recuperar un fragmento del pasado revelando unas placas fotográficas con la imagen de mi padre, mi tío Segundo y mi abuela paterna. Ellos tenían menos de cinco años y vistiendo de blanco dejaron un recuerdo a las generaciones que venían. Hoy, ni mi abuela Evangelina, ni mi tío viven, pero esa imagen me deja entrever algo de su mundo, así como Muñoz Molina entrevió algo y creó su obra “El Jinete Polaco”, eso es lo que me fascina de esa novela, algo que vivo permanentemente y que lamento cuando Nani hecha de menos un recuerdo fotográfico de su infancia y de los seres queridos. Por eso, esta afición a fotografiarlo todo, sin más deseo que eso: atrapar el tiempo y el espacio para mantener atrapada la vida.


Me cuesta tanto aprender a vivir sin el pasado, pero hago mi mejor esfuerzo, sé que nos acompaña, que se esconde en las dendritas de alguna neurona de mi cerebro, que activa mi memoria, bajo la influencia de determinadas circunstancias. El paseo de hoy, ha activado cientos de recuerdos que me han impulsado a organizarlos en este breve cuento, que carece de imaginación y cuenta con muchos elementos autobiográficos. No he estudiado para convertirme en escritor, así que me doy una licencia para romper las reglas de cómo hacer una novela o de enlazar a mis personajes alrededor de una trama. Más bien, trato de demostrarme, que en lo común de nuestras vidas se encuentra el material suficiente para inspirar a los poetas o a los escritores para desarrollar sus obras literarias. Más que ir a Paris o a Venecia, de estudiar al lado de no sé quién o de pascual, las mejores historias provienen para mí, de la sencillez de nuestras vidas y de la capacidad para apreciar grandes sucesos, trascendentales sucesos, alrededor de una problemática particular a nuestras naciones latinoamericanas. La desaparición de lo que antes era inmutable como la vereda, o de vivir detrás del volante de una buseta de servicio público con la tragedia que estos cambios implican para quienes se han fosilizado en el pasado, pueden además de ponernos al tanto de nuestra realidad, enseñar nuestro verdadero rostro, nuestra identidad. No sé si exista un vacío en la literatura de este país. Si a alguien le importan las vidas de las personas de a pie, del soldado que es secuestrado, de los campesinos expulsados no sólo por los paramilitares o la guerrilla sino por quienes necesitan esa tierra para sus negocios de exportación, del conductor que tiene que ver chatarrizar su buseta y pensar en un futuro marcado por Transmilenio y de muchos más grupos que se han mantenido al margen con sus propias reglas y son sometidos a vivir bajo otra lógica, la de la inclusión forzada. Ello no quiere decir que rechace la literatura universal, simplemente señalo que nuestra región podría enseñarles y enriquecerla con su singularidad.


He regresado a mi pieza, esperando que esta noche, el dolor de cabeza me abandone, deseo caer en un sueño profundo, pero además deseo tener la suficiente persistencia para terminar esta historia. He escrito un borrador en mi cuaderno y al ver la hora en el reloj, apago la luz. Mañana este día será otro recuerdo más y cada vez que vuelva a leer este cuento recordaré los momentos que tal vez pueda acompañar con las imágenes que mi mente logre conservar. Tal vez, saque de un baúl las fotografías donde me vea a tu lado y recuerde lo linda que te veías con tu cabello al aire o aquella foto con las montañas de fondo, sobre la roca a punto de conquistar el mundo. Pero todo eso son especulaciones de un futuro que aún no es pasado. Espero llegar a este tiempo solo o contigo y decir que he logrado salir victorioso de mi única lucha: aprender a amar la vida.

LOS SUEÑOS QUE ME SUSURRA EL VIENTO (PARTE V)

V

Hemos llegado a la casa de Miller. Saludo a doña Tulia, quién me pregunta si me acuerdo de ella. Fue en la feria llevada a cabo por la fundación en el barrio La Andrea. Cuando se exponían los productos de panadería, así como los elaborados por otros grupos en materia de aseo y de arte. Me acuerdo de ella y le cuento que fue mi mamá quién se ganó en esa ocasión el pastel que rifaron. Se saludan y veo como mi madre se siente feliz de estar aquí. Nos presentan a un señor vecino de doña Tulia, no me acuerdo de su nombre, pero sí me acuerdo de su cara, la cual por su propia petición y de doña Tulia fue fotografiada, como adivinando que no existen muchas ocasiones para ser retratado cuando se vive en el campo, sembrando papa y cuidando las viviendas y cultivos, puesto que con el avance de la ciudad, los cultivos y seguridad de los habitantes comienza a desaparecer. Los recién llegados a estos barrios piratas son desplazados por la pobreza o la violencia y al no pertenecer a esta tierra la subyugan y maltratan. Se roban los frutos de la tierra y como nos cuenta doña Tulia también sus patos.


Hemos quedado fascinados con las crías de una oveja, con la vista que se tiene desde la casa, así como con la atención y sencillez de la señora Tulia. Nos ofrece masato y arroz con leche. Le he entregado los presentes y agradeciéndole su cordialidad trato de entablar una charla acerca del proyecto Nuevo Usme, pues ella me había enviado una copia de la encuesta que les habían aplicado hacía unos años cuando vinieron a concertar con ellos el precio del metro cuadrado. “Realmente hemos dejado de asistir a tantas reuniones”. Con esta frase se resume la tragedia del gobierno distrital, que trata de crear escenarios más participativos pero que debe asumir el hecho de ser el principal actor que afecta los deseos de participación. La desorganización en la forma de intervenir así como las conductas de investigadores y técnicos de llegar, sacar información y no volver, generan un desencanto progresivo, como el que sentí cuando pasó el tiempo y veía como se presentaban los resultados de nuestras encuestas, en los seminarios de investigación urbana y no salía la publicación que se entregaría a los habitantes de nuestros barrios. Tal vez debí exigirle a Pedro o a la profesora Adriana este derecho u obligación adquirida, tal vez debí organizar una reunión para socializar esos resultados, pero a veces pienso si nosotros somos concientes de esto o si realmente no es un problema por cuanto de hacerlo, quién entendería nuestros raros tecnicismos o el uso de esta información de manera torcida para otros intereses. A pesar de ello, vuelvo a pensar que nuestro papel como investigadores debe ir más allá de la objetividad científica, pero también evitar el intelectualismo militante que poco aporta. A pesar de no estar disfrazado no podía evitar pensar, como habrían abordado mis colegas la realidad de estos campesinos y sus deseos o no, de hacerse millonarios apropiándose una plusvalía que le pertenece a la ciudad. Pensé en ese entonces si no sería que la urbanización era la más grande minusvalía producida para un campo como fuente de progreso sostenible en términos ambientales y alimenticios. Preferí evadir esta cuestión.


Doña Tulia me dijo que conoce a Natalia Valencia y quise preguntarle por ella y su proyecto de tesis. Ahora lo recuerdo, trataba de encontrar salida a la dicotomía del pensamiento moderno entre lo urbano y lo rural, esa franja que no es lo uno ni lo otro, pero que es ambas cosas a la vez. Podría decir que más que pensarlo, lo que ella necesitaba era vivenciarlo, sentirlo para poderlo expresar y describir en su parte teórica, pero debido a su vida laboral, el trabajo de grado había caído en un vacío. La última vez que converse con ella, en la Nacional me dijo que tenía muy poco tiempo y que ya no era mucho lo que podía hacer para dilatar la entrega del trabajo final.


Más que permanecer sentados allí, mi madre y yo queríamos salir a caminar. Fue así como después de almorzar y tomar gaseosa, fuimos a ver los terneros. Mi madre preguntaba por las flores sembradas en el jardín, Miller nos mostraba su gallo de pelea y nos contaba que en estos días habría un encuentro en la gallera de la vereda. Jackie se veía muy contenta, tanto como mi princesa y yo. Todos nos sentíamos atrapados por la felicidad y el sol estaba brillando en un cielo que había sido limpiado de nubes y nos invitaba a mirar más allá de las montañas. Como Jackie había hablado de su deseo de montar en la yegua, intentamos ayudarla para que cometiera su propósito. No sin algo de miedo, se logró acomodar y sujetar a la espalda de Miller, anduvieron un buen tramo y se bajó con el ritmo cardiaco bastante acelerado. Esa vieja sensación de adrenalina que se nos inyecta en la piel, en el corazón cuando ponemos a prueba nuestra resistencia y pericia y que a mi me iba costando raspones en mi mano, la cual no logró sujetarse a la roca por la cual me estaba trepando. No hubo caída estrepitosa, solo un arrastre entre la arena, aquella que se va depositando con cada aguacero y que pela la montaña que los hombres abrieron para sacarle su alma y convertirla en materia prima de muchas obras civiles.


Jackie y Miller parecían una pareja de novios, desfilando por los potreros, él le comentaba acerca de la vereda, sus amigos y amigas y bromeaba cuando Jackie criticaba su carácter enamoradizo o su ceguera frente al amor que se le estaba ofreciendo y que el buscaba en brazos de otras mujeres. Nuestra común tragedia en el mundo del amor, de amar sin ser correspondido. Pero por primera vez he dejado de ser el protagonista de este melodrama, más bien soy antagonista y me aíslo de este libreto para dejarme seducir por tus ojos que se hacen más verdes en estos paisajes, para dejarme colocar esa flor en mi cabello o para cuadrarme en la foto que nos han tomado a nosotros. Esta vez, he sido bendecido y elogiado por hacer parte de una bonita pareja, por tener la posibilidad de estar aquí, escuchando las canciones de la rockola que son de despecho y bailar un vallenato, sin tener que sentirme como la fuente de inspiración de tanto desamor.


El día empieza a languidecer, el tiempo va pasando y la llamada de los padres de mi novia, es una de las primeras señales de que la visita está llegando a su fin. Decididos a terminar nuestro rollo fotográfico y después de haberle tomado una foto a doña Tulia con sus corderos y de sugerirle mayor cuidado para evitar que se los roben. Subimos la montaña que tenemos al frente y entre los surcos donde se cultiva la papa, llegamos a aquella roca. En la vereda El Mochuelo, al otro lado del Tunjuelo, en la localidad de Ciudad Bolívar, está la maloca construida por un grupo ambientalista, frente a ella, se ve un conjunto de rocas que semejan una cabeza humana y a donde eran enviados los indígenas para cumplir con los castigos por su desobediencia. Se esperaba que en ese lugar, en medio de la soledad recapacitaran a cerca de sus faltas y se corrigieran. Pero esta vez, al observar la roca deseo poder estar allí para meditar, para cerrar los ojos y dejar mi mente en blanco, para escuchar la voz de las aves, el consejo de los dioses en el viento que mueve tus cabellos, las hojas de los árboles y los finos granos de arena cuando rompemos las piedras con nuestras pisadas o el sonido de las piedras que caen en un pozo de agua que queda después de un fuerte aguacero.

Vemos la carretera y al padre de Miller regresar de Corabastos, hacia donde él va la mayoría de los días a vender papa. Conversamos con Miller quien nos cuenta que piensa esperar hasta la próxima semana para decidir si continua o no en la panadería, puesto que no comparte la idea de convertir este sitio en una simple panificadora, trabajando a puertas cerradas. Nos cuenta que los padres de Carlos (doña Aura y don Gustavo) piensan trastear la panadería a otro barrio, sin embargo como sucede a menudo quién madruga más es él, dado que es el encargado de hacer el pan. Para él, no es problema madrugar y llegar primero a la panadería, pero no le gusta que desconfíen de él y de su capacidad para hacerse cargo del negocio cuando esta solo y siente que decirlo no va a cambiar la situación. Por ello, prefiere salirse y dejar que el negocio se vuelva más patrimonio de una sola familia. Cesar quién sería el último en quedarse, se ha marchado de vacaciones para la costa y es muy incierto por ahora decir, si seguirá o no.


Las tierras de las veredas El Uval y la Requilina, comenzaron a ser compradas hace más o menos 10 años, según los cálculos hechos por doña Tulia. Arquímedes Romero es el principal dueño y está presionando al distrito para que le compre el metro cuadrado a un precio muy elevado. El Proyecto Nuevo Usme tan defendido en el Lincoln y tan utilizado por los investigadores para criticar a los técnicos del Distrito termina perdiéndose cuando los supuestos científicos están completamente desfasados de la compleja madeja de relaciones en una comunidad rural como ésta, donde viven los Chipatecua. Me lo dijo una vez Adriana Posada en la Secretaría Distrital de Planeación, cuando Paco se vio enfrentado con los residentes de este sector y de cómo no era tan fácil explicar el principio de cargas y beneficios a los campesinos. Ellos no desean más reuniones, no quieren saber del proyecto, alegan que los $ 4.000 por metro cuadrado son muy poca cosa, cuando se conocen las ganancias de quienes quieren urbanizar. No son ingenuos y actúan también como seres racionales económicos en el sentido clásico de maximizar sus beneficios usando el discurso rural o ambientalista, lo han aprendido en este siglo y no debe hacerse extraño. Pero tampoco el hecho de que existan quienes desean seguir viviendo con esa lógica rural donde el tiempo y el espacio transitan a una velocidad muy distinta a la urbana.


Cuando regresamos de la arenera, nos despedimos del señor de quién no recuerdo el nombre. Entramos a la tienda y me presentan al padre de Miller, a la madrina de él y a otro campesino. Mientras los hombres prosiguen su charla, tomando cerveza, saludo a mi madre y veo con sorpresa todo lo que le han regalado. No sólo consiguió la manzanilla, sino que además consiguió altamisa, eucalipto y unas flores llamadas Estrella de David o Estrella de Belén. Le han regalado además una botella de leche, una bolsa con papas y un buen pucho de cebollas. Para los padres de Adriana, también va un paquete muy parecido, salvo que además tiene un vaso lleno de arroz con leche. Escuchamos hablar a la madrina de Miller quién nos recomienda salir por el mismo camino por donde entramos. Existe otros caminos que conducen a la carretera que va para el llano, pasando cerca del barrio llamado El Tuno, donde podemos coger alguna de las busetas que van para HB. Sin embargo, cuando comienza a oscurecer se vuelven muy oscuros y debido a la presencia de desconocidos que vienen de los barrios a robar en las veredas, nos recomienda coger por el otro sendero. Nos cuenta además que hace un tiempo fue la misma policía la que se robó unos chivos y que confiar en ellos es de tontos. Nos ha quedado pendiente caminar hacia más arriba, donde la familia de doña Tulia tiene su finca. Quedan los teléfonos de contacto entre doña Tulia y mi mamá y la ilusión de regresar pronto.

LOS SUEÑOS QUE ME SUSURRA EL VIENTO (PARTES III Y IV)

III

Ya pasadas las 11:30 de la mañana, empezamos a caminar por las calles del antiguo municipio de Usme, el cual fue anexado al perímetro de Bogotá en el año de 1954. Así también los pueblos de Bosa, Fontibón, Engativá, Suba y Usaquén fueron devorados por la expansión de esta irónica ciudad fundada por españoles en 1538. Más de cuatro siglos separan un entorno rural aislado de un progreso que como una mancha de aceite fue regándose por esta sabana acabando con humedales y montañas y con la flora y fauna que en ella vivía, ahora es el Páramo el objetivo, y los campesinos cada vez están sembrando más arriba y el agua empieza a agotarse mientras las quebradas están contaminadas casi a pocos centímetros de sus nacimientos.


Mientras caminamos con Nani y Jackie hacia la plaza del pueblo, Adriana buscaba a Miller, quién estaba esperándonos hacía mucho tiempo, para conducirnos a la vereda donde vive con sus padres y hermanos. Cuando niño, Miller sufrió de fiebre y según nos diría su madre después no fue tratado adecuadamente y por eso quedo con un problema auditivo que impide que escuche por ambos oídos. Por ello debe utilizar un aparato especial que cuesta mucho y que es muy delicado. Después de estudiar, Miller se ha dedicado a las tareas del campo, sin embargo fue invitado y participó en un programa de capacitación productiva ofrecido por una fundación, aprendiendo el arte de la panadería. Allí participaba también Jackie y bueno, después de terminar el curso, tuvieron el acompañamiento para echar a andar la panadería que esta ubicada en el Virrey. Es así como lo conocí y hoy, junto con mi madre hemos visitado su hogar.


En algunas ocasiones fui a visitar a mi princesa a la panadería y además de Miller, conocí por su intermedio a Carlos y Cesar. Bajo la coordinación de los padres de Carlos y con el apoyo de Adriana en los fines de semana, se buscó consolidar la panadería en este barrio. Sin embargo, es muy difícil y según las últimas noticias se espera trastear los equipos hacia otro barrio. Las ventas fueron muy bajas y salvo el contrato con la fundación y la demanda de pan por los habitantes de la vereda donde vive Miller, el proyecto habría sido un fracaso. No obstante estas dificultades que tiene todo negocio, aquellas que realmente son difíciles de superar atañen a las relaciones entre las personas que intervienen en la panadería. Es por esa razón que Jackie y por ende Adriana dejaron de ir y Miller se siente incomodo y solo, además de sentir una creciente impotencia en la medida que no se siente libre para expresar sus opiniones e inconformismo frente a la dirección que los padres de Carlos están dándole al proyecto. Es así, como en este nuevo año, Miller desea continuar con su formación en repostería, tal vez en el SENA y en dado caso de no poder seguir en la panadería, conseguir un trabajo en otro lugar. Su mamá, nos decía que desearía poder tener el dinero para conseguir los equipos, pues de esa forma se podría hacer una panadería en la vereda, pero así como los proyectos de ampliar la casa, este también debe esperar no sólo la posibilidad de ahorrar dinero, sino la de poder seguir viviendo allí, puesto que el distrito habilitó esta zona para la expansión urbana y será objeto de conversión para crear una oferta de vivienda de interés social.



IV


Nos hemos saludado en la plaza de Usme. La iglesia esta cerrada y no podemos conocerla por dentro. Me quedo mirando hacia el cementerio y veo a lo lejos la Sabana de Bogotá inundada de vías, casas, edificios y smog. Más cerca en mi perspectiva veo las montañas cubiertas por la malla verde del relleno sanitario, las cuadrículas de los campesinos que aran las montañas del otro lado del río Tunjuelo, donde hace un año nos tomamos la fotos, donde es común aún hoy en día, que las familias de varios barrios se bañen en sus aguas que aún no están tan contaminadas. Me acuerdo de la foto donde estamos tú y tu familia, ese 1 de enero y mis deseos de un año lleno de felicidad a tu lado y no hago sino desear que la vida me pueda dar de nuevo esa oportunidad por otro año más.


Les pido a Adriana, Jackie y Miller que nos acompañen para que Nani pueda ver el resto del pueblo. No tiene nada extraordinario, pero en esta sencillez es tan gratificante la sensación de compartir la vida, que observamos a los campesinos y a sus hijos en las carnicerías, en las tiendas sentados tomando cerveza y escuchando las rancheras en estruendosas rockolas y a los habitantes más citadinos que deambulan aprovechando el silencio de un pueblo que hace mucho gira alrededor de la ciudad. Las rutas de buses ya han comenzado a ir más allá de Usme, me acuerdo cuando llegábamos con mi papá a Suba y cruzábamos el pueblo para terminar el recorrido en el sector de Salitre, en la vía hacia Cota. Al igual que en Bosa, en las zonas planas también se aprecia la transformación del campo a la ciudad y los recuerdos de mi infancia a bordo de la buseta, comiendo picada en un toldo en Suba o saboreando la leche recién ordeñada con bocadillo que le vendían a los choferes y sus familias hace unos 25 años. Hoy en día esta zona esta borrada bajo los conjuntos residenciales de clase media y algunos barrios piratas que lograron continuar a pesar de los nuevos vecinos cuyo dinero se expresa en la morfología del conjunto cerrado.


Más allá de Usme hacia el sur, está la vereda de Chiguaza, por la vía que lleva a San Juan de Sumapaz y al bello espectáculo del Páramo que lleva este nombre y donde se produce el agua de la región. Nos hemos detenido y visto el paisaje que nos hace sentir cierta nostalgia, cuando sabemos que en un par de años mucho de este contexto se habrá transformado ahogando el pasado que construye una identidad que aún no encontramos quienes vivimos en este rincón de los Andes. De regreso, Miller nos señala el matadero e intercambiamos con mi mamá comentarios acerca de la fama que tiene Usme, como lugar en el cual comprar carne. Existen muchas carnicerías y le confieso a Adriana mi interés por escribir un cuento sobre las historias de los hombres que a diario matan ganado o de quienes los destazan, recordando aquella vez en que leí el Verdugo de Lagervist. Imaginarse las historias de su oficio contadas en las tabernas y el drama de algunos de ellos por la perdida de algún ser querido o por un amor no correspondido.


Compramos libra y media de carne, en vez de la picada, para completar el presente que llevamos a doña Tulia. De solo ver las cabezas de vacas y terneras en una vieja carreta, confirmo la sensación de finitud que tenemos los animales. Pensar que diariamente mueren miles de ejemplares para alimentar el hambre de una población humana que se niega a autocontrolar su crecimiento me parece algo extraordinario, por cuanto la naturaleza aparece como una imparable máquina proveedora de alimento. Después de este recorrido y de que hemos comprado algunas cosas para el camino, salimos del pueblo y comenzamos a caminar hacia la vereda. Recordamos con Nani aquellas veces en que recién bajados de la flota, caminábamos por Pauna. Mi tío Edilberto nos esperaba allí y nos guiaba en el camino hacia Pinchote. Eran horas interminables de camino, para unos niños traídos desde el frío cundiboyacense del altiplano hacia el calor del valle interandino donde se encontraba el Territorio Vásquez y los municipios más famosos de Boyacá por la riqueza de esmeraldas conocidas en todo el mundo. Caminábamos y para mantener el ritmo nos agarrábamos a la cola de los caballos, o como les decían allá, de las bestias. Parábamos para tomar guarapo ofrecido por algún campesino y saludábamos a muchos otros que nos encontrábamos en el camino, no los conocíamos pero ellos sí sabían quiénes éramos: los hijos de Dionilde, la hija de doña María del Carmen que en paz descanse y que se había ido a la capital dejando a su hermano y su tío aquí en el campo.


A diferencia de ese entonces, nuestro camino fue muy corto hoy. No fue más de media hora y siempre estuvo en nuestro horizonte la ciudad, como una pesadilla, como algo que se niega a desaparecer. Vimos la carretera de salida a los llanos orientales: En mi último cumpleaños salimos por allí y vimos estas zonas rurales que corresponden a las veredas que el Distrito ha clasificado como sujeto de expansión urbana. La amenaza de la urbanización pirata por parte de los capos del suelo, es uno de los temas sobre los que más escuche en mi andada con el Lincoln Institute. Después de muchos años escuchando a María Mercedes, a Ricardo, a Paco, Juan Felipe y Natalia, y bueno también a Francesco hablar sobre estas veredas y su importancia para frenar el crecimiento urbano informal y de la lucha contra la especulación a través de la participación en plusvalías, pude tener el placer de conocer este lugar. Lejos del disfraz de investigador he podido caminar, conversar sin miedo con doña Tulia y Miller e incluso de treparme a las rocas para tomarme una foto o para pensar en la existencia de Dios y de la importancia de que ella me acompañe y me abrace en mis momentos de soledad. Aún cuando es difícil evitar sentirse tan insignificante frente a la magnificencia divina, siento la necesidad de que empecemos a cambiar nuestro enfoque de urbanistas y pensemos en salidas para una ciudad que ya no debe seguir creciendo, pero que debe satisfacer las demandas habitacionales de los más pobres.


Hemos pasado frente al estanque que provee de agua a varias viviendas en el entorno, observando las flores cultivadas por algunos campesinos mi madre se ha sentido arrebatada por el vivo color de unas amapolas. He podido observar esta flor y le he contado a mi mamá de su utilización para hacer heroína. Creo que las plantas no tienen la culpa, es el hombre quién la utiliza para hacerse daño y sin embargo, son ellas, -así como los animales, e incluso otros hombres- los que se convierten en víctimas de las guerras que se generan por el poder que da el comercio de estas drogas. Nos han tomado una foto con mi madre y un jardín atrás, así mismo mi princesa me toma una foto con el fondo proporcionado por la ciudad y el campo. Continuamos y llegamos hasta el santuario construido para la virgen y que sirve de límite entre las veredas El Uval y La Requilina. Miller nos ha contado que en la vereda vive la mayor parte de su familia. Los Chipatecua y los Tautiva son sus tíos, sus padrinos, sus abuelos, en fin me enredo y pienso en una danza orgiástica de parentelas que como un círculo cerrado difícilmente permite que entre sangre nueva. No obstante el mismo contacto con la ciudad hace que ahora lleguen nuevas familias o que las más tradicionales vendan o arrienden la tierra. Sólo los más pequeños y pobres campesinos se quedan, siendo los principales afectados por su escaso poder y capacidad de unión frente a los intereses de especuladores y gobierno, en torno a futuras vías y urbanizaciones que imponen un futuro oscuro a quienes no quieren terminar sus días encerrados en una casa de 40 metros cuadrados.


Además de papa, se siembra arveja, la cual debe ser colgada de unos hilos, actividad por la que pagan $30.000 pesos. Además de estos cultivos se crían algunas especies menores, como ovejas, gallinas y patos y en algunos casos, ganado vacuno. El uso de los pesticidas le da un olor de basurero a la tierra, pero según la revolución verde su uso considerado inofensivo dizque contribuiría a mejorar la productividad del suelo. Como Miller nos cuenta, hoy en día se está capacitando a la gente para que desista de seguirlos usando por cuanto empobrece la tierra y la hace estéril, es el regreso a lo orgánico. Estos cambios son los que necesitamos a una escala mayor, en especial en referencia a nuestro concepto de desarrollo, eso nos enseñaron en el CIDER y fue muy curioso ver como este logo permanecía en el plano elaborado por el equipo multidisciplinario contratado para el Proyecto Nuevo Usme. Este mapa, hoy día esta tirado en el piso de la plancha de la casa de Miller, expuesto al sol y la lluvia y de él no queda mucho, como un presagio funesto del futuro.

LOS SUEÑOS QUE ME SUSURRA EL VIENTO (PARTE II)

II


Hemos iniciado un nuevo año y me acuerdo que, así como en 2007, empiezo como un desempleado más. Si bien tengo tranquilidad por el ahorro que tengo para estas semanas, veo el calendario y empiezo a sentirme presionado por la ausencia de un claro horizonte laboral. Si por lo menos fuese conciente de mi verdadera vocación, podría por lo menos saber donde buscar: Las investigaciones urbanas y el tema de los medios de comunicación comunitarios, parecen ser buenos espacios para desarrollar mi pensamiento sobre la vida y el mundo, pero a pesar de todo, me siento extraviado al observar la forma como entendemos lo que es trabajar, lo que es el pensamiento científico, e incluso acerca de lo que hay más allá de esta efímera existencia. Es demasiado tentador ese abismo y lanzarse en él para volar entre divagaciones existenciales que pueden desviarnos de la necesidad de atender la inmediatez de la vida cotidiana y es eso lo que hace que me despabile y escuche el discurso del primer vendedor que se sube al bus.


Después de tres vendedores y de comprar una chupeta, mi imposibilidad para dormirme en el bus, hace que caiga en un estado de trance, observando las montañas rellenas de barrios donde viven cientos de personas. Todas las veces que visitó a Adriana, veo este paisaje tratando de descubrir algo nuevo en él, a pesar de que mi vista no es lo suficientemente aguda, espero poder ver algún nuevo detalle, una casa recién construida, una calle recién pavimentada, pero no, parece siempre lo mismo: un paisaje que a veces tiene como telón de fondo un azul profundo y en otras un gris triste. Sin embargo, el paisaje cambia y sus efectos acumulados ya son sentidos por todos nosotros.


He visto pasar el río Tunjuelo a la altura del barrio San Benito. El olor de las curtiembres no era tan fuerte esta mañana, probablemente ya había pasado la hora crítica y las aguas tranquilas de este río transportaban una cantidad menor de venenos hacia el mar, venenos que visitarían las riberas del río Bogotá y el Magdalena, como un carnaval de la muerte acabando con todo lo que fuese tocando a su paso, en especial los peces que estarán más costosos en la próxima semana santa. El bus entre paradas y arranques iba más bien vacío, era una hora valle, en la cual no hay mucho que llevar, razón por la cual aceleró sometiéndonos a un mayor movimiento y una rápida progresión de barrios trepados en la montaña, surcados por escaleras que parecen llevar al cielo y del otro lado la construcción del Hospital de Meissen y las explotaciones realizadas por Holcim y Cemex en la cuenca del río Tunjuelo. Después vino la vista del cerro de las tres cruces y me acorde de la propuesta por subir y llegar hasta su cima, vimos también el mausoleo donde un grupo de familiares escuchaban una misa elevada por el alma de algún mortal. Luego volvimos a cruzar el Tunjuelo, pero esta vez frente a la entrada del relleno de Doña Juana, a donde cientos de camiones llenos de la basura que producimos, llevan su contenido para depositarlo en las laderas de estas montañas que en otros tiempos fueron sembradas con papa por los campesinos de esta fría sabana de Bogotá.


Al girar a la derecha, el bus entra en el barrio la Aurora y prosigue su ascenso vertiginoso hacia Santa Librada. Mi madre me señala una casa que le parece horrorosa y me pongo a pensar en como habría sido esta montaña antes, verde y llena de cultivos, para luego dar paso a lotes sin servicios, con facilidades de pago y promesa de compraventa. Un barrio con calles de polvo o barro, con viviendas pegadas a la topografía como por arte de magia y que luego con la legalización y mejoramiento barrial, llegan a ser el albergue de muchas familias que han salido de pobres por sus propios medios y hoy tienen viviendas de tres pisos, locales comerciales y automóvil, bajo el signo del ahorro y de vez en cuando del crédito bancario. Santa Librada es tan comercial como Patio Bonito y me imagino las estadísticas sobre precios del suelo y estudios hechos por economistas como yo, versus las vivencias diarias de quienes usan esos espacios como consumidores, productores o comerciantes de los objetos que calman nuestros deseos y necesidades.


Sé que es muy tarde, imagino a mi princesa esperándonos en Usme, pero mi mamá me señala hacia la esquina donde se encuentra la tienda. Vemos como don Jesús y doña Faustina miran hacia la avenida, trato de confirmar si ella y su hermana Jackie están en el andén y mi corazón se alegra al confirmar que suben a nuestro bus. Es una clara muestra de azar, de lo impredecible, de la suerte, de lo inexplicable, como ese día que mire sus ojos por vez primera y me quede escuchando su voz. De la ocasión en que seducido por su alegría decidí besarla y proponerle que fuera mi novia, sin importar que le llevara 11 años. Hace más de 16 meses que salte al vacío y me arriesgue a experimentar esta sensación de amar y ser amado y cada vez que estrecho su mano, que veo sus ojos o que me acaricia, siento que no hay nada más importante en el mundo que ella. Siento que por fin he visto cumplido mi deseo de ser normal, de poder compartir mis ilusiones sobre el futuro con una mujer a la cual -antes que mi amante- vea como mi amiga y me sienta tranquilo desahogando esta ternura y sensibilidad que por muchos años pretendieron arrancarme bajo el discurso de una masculinidad hosca y machista.


Al saludarlas, no nos queda más que seguir viendo el paisaje. Después de La Marichuela, cruzamos la Boyacá y proseguimos entre barrios como Monteblanco y el Oasis. Hemos visto la estación de policía y le hemos mostrado a Nani, un dibujo sobre un muro, donde un señor le dice al lector “Vecino por quini”. Muchas veces nos hemos subido al bus por la mitad de lo que vale el pasaje y en Usme es una costumbre dada la distancia que media aún entre el pueblo y algunos barrios de la localidad. Nos reímos y celebramos el ingenio popular reflejado en el territorio y observamos las viviendas del proyecto Nuevo Usme. Ya es hora de bajarnos del bus.

LOS SUEÑOS QUE ME SUSURRA EL VIENTO (PARTE I)



Miller:

Espero que este cuento le guste,

Simplemente ha sido una forma de expresar entre otras cosas,

Mi agradecimiento por la amabilidad

Brindada por usted y su mamá.

Gracias.


Atte.

Hernando Sáenz Acosta

Marzo de 2008

I

Son las 6:30 de la mañana. Esta noche que termina fue mucho más tranquila. Logré relajar mis temores acerca del futuro y cerré mis ojos escuchando los recuerdos de aquellos días en que me sentía protegido, arrullado en medio de este gigantesco cosmos. Al ver el reloj de mi celular, trato de adivinar el color del cielo. Tal vez sea de un azul profundo, manchado por unas cuantas nubes. Así son muchos de los días de diciembre y enero aquí en esta ciudad, pero el cambio climático ha vuelto cada vez más impredecible esa situación y cuando veo ese cielo gris, me pregunto si hoy 11 de enero, lloverá.


Escucho a Nani cocinar. Ella siempre se levanta temprano, para prepararle el desayuno a mi hermano Elías. Él, ya no vive con nosotros, pero aún viene a diario para desayunar y salir en la moto a su trabajo. Recorre todos los días esta ciudad, entregando a los cirujanos plásticos, los implantes que han de ser colocados la mayoría de las veces por vanidad en los bustos y rostros de mujeres y hombres que desean conservar el ideal estético que nos ofrece esta modernidad. En las noches, regresa acompañado de su novia y después de cenar y contarnos lo que le ha pasado en ese día, regresa a su pieza, donde vive hace ya tiempo.


Por el contrario, yo aún vivo con mi mamá. Fueron muchos años viviendo los tres en el mismo cuarto, con nuestras intimidades hechas públicas, sin la posibilidad de un espacio y un tiempo propio, hasta hace unos dos años. Cuando Elías se fue, decidí tomar su pieza en arriendo y fue así como logré a mi manera, independizarme de mi mamá. Después de cambiarnos de casa, de haber llegado a este lugar, he conservado mi espacio. Es la primera vez que tengo vista hacia la calle y si bien a veces duermo bien, existen noches en que los ruidos de borrachos o de carros pasando por la cuadra, impiden que logre conciliar el sueño. Al amanecer intento adivinar el color del cielo, mientras escucho en la radio, las tragedias que sacuden al mundo entero, tratando de no desanimarme antes de iniciar mi batalla por alcanzar la felicidad.


Después de saludar a Nani y de tomar mi primer tinto del día, repaso lo acordado con Adriana. Ella ha quedado de llamar hacia las 8 de la mañana para confirmar si la señora Tulia tiene tiempo para atender nuestra visita. Mi mamá ha decidido regresar a la cama, para ver televisión: después de ver las noticias decide cambiar el canal y disfrutar de los videos musicales de su música favorita. Fuimos criados escuchando las rancheras y la música carrilera y aún cuando se puede decir que mi gusto va por otro lado, la costumbre genera un cierto gusto por muchas cosas que solo suceden en virtud de la presencia de ciertas personas. Cuando pienso en el día en que mamá no estará, siento que voy a extrañar esta música que tanto odié de niño. Pero siempre hay momentos para revivir ese pasado. Sería ella quién en definitiva reviviría parte de su infancia y adolescencia en la visita que íbamos a realizar a las veredas de El Uval y la Requilina en Usme.


Me he asegurado de dejar bien cerradas las puertas, de salir con el dinero suficiente y por sugerencia de mi madre hemos comprado un pan hawaiano como presente. Le hemos dicho a Adriana que nos espere en la plaza de Usme hacia las 11:00 de la mañana. No queríamos llegar tarde, pero esta impuntualidad colombiana parece estar enraizada en nuestros huesos y pese a todo esfuerzo debo llamar a mi princesa para excusarme y comentarle que apenas vamos de salida. Eran las 10:20 cuando tomamos el bus.