Dragones y serpientes de papel son destrozados por los niños que corren hacia la salida del teatro, riéndose y gritando por el corredor. Ellos saben que afuera los espera un día lleno de alegría. El suelo del escenario se queda cubierto de pequeños trozos coloridos. Quien pensaría que hasta hace un momento esas figuras escupían fuego y danzaban alegremente sorprendiendo a los más pequeños quienes imaginaban viajes estelares hacia universos desconocidos. Igual destino corre un búho de celofán, la ballena decorada con adornos coloridos e incluso el sabio buey que también aparece destrozado. Una tragedia ha ocurrido con los personajes de estas historias y nadie se responsabiliza de los daños causados. El final se puede adivinar cuando ese hombre aparece con su escoba y comienza a recoger los fragmentos de personajes de relatos que se sucedieron en tiempos míticos, ancestrales.
En un rincón yace una marioneta que ha sido olvidada por la compañía de teatro. La interpretación de su papel secundario es tan marginal que fácilmente puede ser reemplazada, así como todos los personajes de papel. Ha sido manipulada en diferentes actos y por lo tanto ha representado papeles determinados por los maestros que escriben escenas dirigidas para hacer reír a los niños y niñas. Yace desgastada, con cicatrices y con un vestido desteñido.
Michael Cheval |
La marioneta sigue tirada allí y la niña comienza a sentir un viento frío que se desliza desde el techo del escenario. Siente la falta de una figura paterna y la soledad la invade al pensar que nada de lo que pueda desear se realizará al final. Ni el dragón, ni la marioneta, ni ella misma tienen libertad. Sus pensamientos, emociones y creencias son resultado de una imposición, del compromiso. Nada queda al final, solo un cuerpo vacío, sin vida y que carece de motivos para levantarse.
Salvador Dalí- Metamorfosis de Narciso (1937) (*) |
La niña comienza a llorar y sus lágrimas se deslizan por su rostro. Aquel hombre que camina por entre los asientos recogiendo la basura se percata de su presencia. Lentamente se aproxima a ella e intenta consolarla. No entiende esa escena e intenta animarla haciéndole ver que todo es un cuento, una historia, una ficción, pero ella no lo siente así. Es algo tan profundo a la vez que banal y, sin embargo, no comprende cómo pueden ignorar su dolor. En un ataque de ira, de rabia, insulta al hombre. Le hace ver que se trata de su realidad y que eso es suficiente para ella. Su dolor debería ser objeto para llamar su compasión, no obstante, el hombre se aleja sumergido en la confusión resultante de su conducta hostil.
Ella se queda sentada sobre el escenario imaginando su jardín de la utopía. Allí entre los árboles se ocultan los sabios maestros que tienen el poder para que todo ser muerto alcance la vida. Allí es posible alcanzar la perfección, allí es posible entregarse por completo al viento, confiar en el calor del sol. Un lugar en donde sentirse seguro.
Y en ese momento de ensoñación escucha el crujir de una puerta que se va cerrando. Aquella chica sale corriendo y gritando para que perciban su presencia. No quiere quedarse sola y en su loca carrera por esa sala no se da cuenta de aquel dragón de papel que cae y se posa debajo de una silla. La marioneta también se ha quedado allí y mientras ella se aleja, las luces del escenario se apagan y la oscuridad abraza a estos seres inertes, carentes de corazón.
(*) Este cuadro se recomienda ver a la vez que se lee el poema: Metamorfosis de Narciso-Salvador Dalí