lunes, 15 de enero de 2024

Mark Fisher y el realismo capitalista

 

 

He leído en estos meses el libro “Joy Division. Placeres y desórdenes” el cual reúne una serie de textos escritos alrededor de este grupo de rock surgido a finales de los años setenta del siglo XX en la ciudad de Manchester, Inglaterra. Los artículos que componen el libro exploran diversas facetas como el tema de la muerte, el contexto social y político que se vivía en el país y en la ciudad y cierra con una serie de textos escritos por autores que reflexionan sobre la apropiación de este grupo entre el público español. Un libro interesante porque permite entremezclar la cultura del rock con la sociología, la psicología, la filosofía y la economía. Un ejemplo de ello es el texto de Mark Fisher titulado “No más placeres” en donde su autor inicia señalando que Joy Division refleja el espíritu depresivo de nuestro tiempo, el presentimiento de un futuro clausurado, las certezas disueltas dejándonos solamente el resplandor melancólico por delante.

Conocí a Joy Division estando en la universidad en el año 1996 gracias a un casete que me prestó un amigo con quien estudiaba la carrera de economía en la Universidad Nacional. Yo venía de escuchar bandas de punk británico y confieso que durante las primeras veces que escuché sus canciones me interesé más por aquellas que aún respiraban ese aire. En aquella época estaba por iniciar mi tránsito a géneros como el New Wave y realmente me la pasaba escuchando The Cure y en particular sus primeros trabajos (Three Imaginary Boys, Seventeen Seconds, Faith, Pornography) que trasmitían un sentimiento de tristeza, de depresión que luego fueron superados por álbumes más coloridos, más alegres. También era la época de descubrir los sonidos de Depeche Mode y junto al sonido clásico de bandas como The Clash constituían mi altar musical.

Joy Division volvió a cobrar importancia con el lanzamiento en 2007 de la cinta Control dirigida por Anton Corbijn.  Con ella tuve la oportunidad de conocer más de cerca la trágica historia de Ian Curtis -el vocalista de la banda- quien terminó suicidándose en 1980 poco antes de iniciar la gira norteamericana. Con dos discos publicados (Unknown Pleasures y Closer) pasará a ser una banda de culto mientras el resto de la agrupación conformará New Order. Luego leí el libro autobiográfico de Bernard Sumner “New Order, Joy Division y yo” en donde dedicaba una parte para narrar desde su perspectiva aquella época.  

El texto escrito por Fisher sitúa ese espíritu depresivo en la Inglaterra de finales de los años setenta. Cita la película de Grant Gee (2007) para señalar que Joy Division describe lo que estaba pasando en Manchester: un sentimiento de pérdida. Una ciudad como esta, ícono del capitalismo industrial pero que estaba en crisis. Aquella era la época del ascenso de las políticas neoliberales en el Reino Unido marcando el fin de una era socialdemócrata, fordista e industrial. Para Fisher dicho espíritu se materializa en el sonido oscuro de las canciones del grupo (producidas por Martin Hannet), en el diseño de las portadas de sus discos (elaboradas por Peter Saville). Así pues, no se trata de un grupo de jóvenes haciendo música sino de una propuesta artística y conceptual mucho más elaborada.

 

Si desde el punk se había gritado con rebeldía que no existía futuro alguno, se presenciaba con grupos como Joy Division una constatación de una crisis en el individuo, de la depresión, en suma, del nexo entre la patología individual y la anomia social. Pero a diferencia del rock que había sido elaborado hasta ese momento se podía identificar en este grupo un escenario negativo que parecía no estar sustentado en razón alguna. Fisher explica que, en el rock, por ejemplo, el azul (la tristeza) es típico de las interpretaciones de géneros como el blues, pero Joy Division significa el paso a lo negro (a la depresión). Quizá aquí está una de las ideas clave que destaco de su texto porque aborda el tema de la depresión y desde su interpretación acerca a este grupo y sus expresiones artísticas con posturas filosóficas de pensadores como Arthur Shopenhauer. A diferencia entonces del rock clásico que apuesta por la tristeza y la frustración se ha llegado con Joy Division a una situación vacía de ilusiones, el “debo continuar” que según Fisher “no es experimentado por el depresivo como redención positiva, sino como el horror definitivo” (p. 49).

Siguiendo con sus referencias a los estados depresivos se nos menciona que en las letras de Joy Division se esconde una situación aún más desesperanzadora porque se devela la inutilidad de las estrategias que se tratan de emplear para superar ese estado. Se trata de esa fijación en el ahora con la idea de que eso nos dará satisfacción allí donde todos los objetos anteriores nos fallaron. Podemos fijarnos diferentes metas, pero una vez alcanzados, una vez satisfechos los mayores deseos solo queda un hueco. Se trata de viles trucos para seguir adelante. No existe consuelo alguno frente a esa situación. Hay una pulsión de muerte que se entrelaza particularmente con la figura del suicidio en el mundo del rock.

El análisis que hace Mark Fisher de una agrupación como Joy Division y ese espíritu depresivo de nuestro mundo me llevó a conocer un poco más de sus textos. Mientras en “No más placeres” nos acerca desde esa experiencia artística y del mundo psicológico y filosófico existe otro abordaje que nos permite pensar nuestros tiempos desde una dimensión económica.

En el texto titulado “Como matar un zombi: estrategias para terminar con el neoliberalismo” Fisher nos describe el concepto de realismo capitalista. Se trata de una creencia de que no hay alternativa al capitalismo, pero se trata de una creencia incrustada actualmente en los comportamientos y expectativas más banales. Se trata de un discurso que entonces señala que el neoliberalismo es inevitable. Volviendo a los años setenta se menciona que en dicho periodo la izquierda europea perdió la oportunidad de capturar los deseos de libertad y autonomía dejando la oportunidad para que la derecha integrara grupos heterogéneos en torno a un proyecto común.

El realismo capitalista es entonces esa situación en donde frente a la ausencia de alternativas se acepta ese estado de cosas, aunque no se esté de acuerdo con ellas. Se ha vendido la idea que el neoliberalismo es el único modo realista de gobierno. Vivimos en un mundo gobernado según la lógica de los negocios pero que entraña una serie de engaños bajo un discurso que enaltece el libre mercado y la competencia: si bien se habla de acabar con el Estado ocurre en realidad que se apropia para favorecer el interés de determinados grupos de poder (especialmente asociados al capitalismo financiero), en segundo lugar habla de acabar con los aparatos burocráticos pero impone en su reemplazo otros sistemas que traen la novedad de la autovigilancia y en tercer lugar, aplica el discurso del libre mercado para las pequeñas empresas y la población en general pero tiende a la proliferación de monopolios y oligopolios.

Ese espíritu de competencia se ha incrustado en la sociedad promovida por esos mecanismos de control estatal que reemplazaron los antiguos mecanismos de regulación. Pero el mayor de los objetivos que pretende alcanzar el neoliberalismo es, según Fisher, el de imponer determinado modelo de individualismo, uno en donde según sus palabras, los trabajadores son vigilados constantemente por miedo a que puedan recaer en la colectividad. No es gratuito entonces ese sentimiento de ansiedad, madre de muchas de las enfermedades mentales que se viven en la actualidad, pero según Fisher es el objetivo perseguido intencionalmente por los sistemas de control que se disfrazan de estar buscando solamente el aumento de la eficiencia de los trabajadores.


 

Se conectan así las dimensiones individuales y sociales para entender la crisis que vivimos como seres humanos, pero también como sociedad. Seres huecos caminando hacia su propia autodestrucción por un lado y del otro un presentismo que se llena a punta de consumismo. Un vive el momento consumiendo.  A pesar del surgimiento de los movimientos que reivindican luchas históricas sobre la identidad se ha perdido el referente de clase, la consciencia de clase. Ese es un fracaso de las izquierdas, por lo menos, en el caso europeo, que Fisher destaca y que le dan la base para discutir y criticar los movimientos neoanarquistas que les apuestan a estructuras horizontales que son poco eficaces a la hora de construir nuevos relatos alternativos. Lejos de ser un oponente les califica como resultado justamente de ese realismo capitalista. Se asiste en la actualidad a excitantes estallidos de militancia (usando una expresión de Bifo Berardi) que se desvanecen tan rápido como han surgido y sin generar un cambio sostenido.

El rompimiento de las narrativas ideológicas se consigue para Fisher no en términos de una acción directa sino en aquella indirecta por medio de la cual se toman los espacios legislativos, así como los medios de comunicación dominantes, sin embargo, los movimientos neoanarquistas se han concentrado en la primera de ellas dejando el campo libre a los discursos neoliberales que extienden su poder e influencia. Tratando de ser más propositivo se nos invita a ir más allá de un binarismo estéril que contrapone esas formas horizontalistas con otras clásicas bastante jerarquizadas. Al caer en la duda, la incertidumbre y el escepticismo se ha cometido desde lo político un error porque la izquierda post 68 en Europa tiene miedo a “imponer” un programa, duda de sí misma y en ese sentido pierde frente a la derecha. Existe, sin embargo, una tarea pendiente que se refiere a la construcción de un nuevo tipo de solidaridad. Frente a la apuesta por ese individualismo mercantilizado se debe avanzar en un proceso que logre juntar diversos grupos, recursos y deseos, pero ya no en torno a una unidad global o bajo un control centralizado. En el campo de los deseos significa entender que estos son construidos y que frente a la tarea lograda por los publicistas y desde el marketing también es posible un modelo de deseo alternativo.

Vivimos en un mundo cada vez más globalizado y aunque se denuncia con recurrencia los peligros de una homogenización cultural también hemos podido tener la posibilidad de intercambiar manifestaciones que a pesar de nacer en un contexto específico son re-interpretadas, enriquecidas. Como muchos otros de mi generación también viví una época en que el punk se convirtió en mi principal referente, pero mi vida transcurría en un país latinoamericano, en la periferia de la periferia, en un barrio informal de Bogotá y por cuestiones de azar llegué a conocer estas manifestaciones artísticas. Imagino que especialistas en estos temas ya habrán tratado de analizar las re-apropiaciones que hemos hecho y que han quedado materializadas en la música, el cine o la literatura.

Los textos de Fisher que he citado en este escrito nos permiten conectar la esfera del individuo con la esfera social. Cuando vemos el incremento en el suicidio especialmente entre los jóvenes y adolescentes[1] cabe preguntarnos hasta donde se trata de un problema que se explica desde posturas que restringen sus explicaciones a la dimensión individual sea bajo el discurso biologicista que le asocia a la herencia genética y/o del otro lado a un problema que tiene que ver con instituciones como la familia. Vivimos en un mundo globalizado y neoliberal que ha ido influyendo en nuestro cotidiano y alimentado nuestras crisis existenciales a la vez que nos invita a olvidarlas (temporalmente) en el consumo desmedido.

En un programa de radio que hicimos con algunos estudiantes de Sociología en torno al tema de la salud mental habíamos mencionado la importancia de esquemas alternativos a la medicalización de los jóvenes. Se había mencionado la existencia de modelos de salud mental comunitaria y de la necesidad de empezar a explorar esas alternativas frente a la crisis que vivimos en el ámbito universitario. Creo que las lecturas de los textos aquí reseñados van en la misma dirección cuando nos señalan la necesidad de un nuevo tipo de solidaridad. Frente a esa crisis del individuo en el capitalismo que actualmente vivimos y las tendencias a caer en la depresión y en el peor de los casos en el suicidio debemos retomar la tarea de reforzamiento y/o reconstrucción del tejido social, así como de una recualificación de las interacciones sociales que tenemos día a día y ese reto marca efectivamente una agenda política que tal vez estamos pasando por alto en nuestra sociedad. Es un reto más que justifica un abordaje interdisciplinario, pero en particular económico y sociológico.  

REFERENCIAS

Fisher, M (2018) No más placeres En: F. Fernández (coordinadora) Joy Division. Placeres y desórdenes (pp. 37-53) Errata Naturae.

 

Fisher, M (2020) Como matar un zombi: estrategias para terminar con el neoliberalismo. Caja Negra Editora https://cajanegraeditora.com.ar/como-matar-a-un-zombi-estrategias-para-terminar-con-el-neoliberalismo/

 

DANE (2021) Caracterización territorial y sociodemográfica de los homicidios y suicidios en Colombia. En: Informes de Estadística Sociodemográfica Aplicada (1)

 

 

 

 



[1] Según un boletín producido por el Departamento Nacional de Estadística DANE la tasa de suicidio en Colombia pasó de 4,8 a 5,9 casos por cada 100.000 habitantes entre 2010 y 2019. La tasa de suicidio es mayor entre la población masculina: en 2019 específicamente la tasa masculina era 9,7 y la tasa femenina de 2,3 casos por cada 100.000 habitantes.