martes, 30 de junio de 2020

AISLADOS EN UNA CIUDAD LLAMADA DESCONFIANZA

Hace 100 días que comenzaron en Bogotá las medidas de aislamiento social preventivo para evitar la propagación del coronavirus. Se ha recomendado a las personas quedarse en casa y no salir de ser absolutamente necesario ya que se trata de colaborar en un propósito colectivo como es el de salvar la mayor cantidad de vidas y no saturar la red del sistema de salud. Este objetivo requiere ante todo de una ciudadanía que confíe no solo en los demás sino en las instituciones del Estado.

La construcción de la confianza implica mucho tiempo y acabar con ella requiere de solo unos instantes. En este documento se plantea que para el éxito de las medidas de contención del virus se requiere de esa confianza que debe partir desde el mismo Estado, sin embargo, si revisamos en nuestra historia, existen casos de aislamiento social en donde prevaleció la intervención violenta, amenazante por parte de los grupos de poder económico y político hacia quienes desobedecían los mandatos que pretendían legitimarse en la búsqueda de un interés colectivo. Si bien se trata de momentos históricos muy distintos existe un elemento en común que es el aislamiento social que tiende generalmente a erosionar la confianza no solo entre las personas sino de estas hacia sus gobernantes.

 

Figura1. Algunos textos que describen el proceso de organización espacial de la población indigena: En esta imagen la carátula del libro Historia de la Localidad de Tunjuelito escrito por Fabio Zambrano (2004)

El primer antecedente de aislamiento preventivo tuvo lugar en la colonia cuando los españoles establecieron las villas para los blancos y los pueblos de indios para la población ancestral. Ante la disminución de esta mano de obra nativa y las demandas crecientes por parte de esa élite blanca se consideró necesario agrupar en un solo lugar a la población y se persiguió a aquellos que se negaban a vivir bajo esos preceptos. A pesar de ese aislamiento muy pronto se constató el incumplimiento por parte de los mismos españoles que querían la permanencia de los indígenas en las villas, o de forma más específica, en sus viviendas para tener el control exclusivo de esta servidumbre. A ello se sumó el hecho de un proceso de mestizaje que no estaba contemplado y el surgimiento de un grupo poblacional que no era ni blanco ni indígena y que con el paso del tiempo terminó ocupando las tierras que rodeaban a la capital.   

 

En Colombia las poblaciones e individuos rebeldes que se negaron a ser explotados o a vivir en los pueblos fueron aniquilados y posteriormente reemplazados con población africana. Si bien este caso no es propiamente el de Bogotá, tuvo lugar, por ejemplo, en la región Caribe. Allí también hay una proximidad entre amo y esclavo y una cohabitación en la misma hacienda. En cuanto a los grupos rebeldes estarán conformados por grupos de esclavos fugitivos que se internaran en las selvas y zonas de valles interandinos para establecer otras formas de habitar el territorio. Se tratará de los arrochelados, de los palenques, poblaciones y territorios que serán objeto de intervención por las autoridades bajo el pretexto de disciplinar a sectores que se niegan a vivir como lo dictamina Dios y su majestad el Rey.

 

Volviendo al caso de Bogotá, una segunda etapa de aislamiento preventivo surgió especialmente en la segunda mitad del siglo XX pero esta vez fueron protagonistas las élites urbanas. En el caso colombiano se trató de un proceso acelerado provocado por las migraciones del campo a la ciudad. Sea por razones del conflicto armado o por cuestiones económicas dicho crecimiento urbano conllevó a una situación de crisis en materia habitacional que se resolvió a través de una urbanización que iba contra las normas de la planificación urbana. La ruralización de las ciudades fue la expresión que recogió esa situación de modernización sin modernidad.

 

Figura 2. Carátula del libro Bogotá a través de las imágenes y las palabras publicado en 1988 y con textos de Alberto Saldarriaga, Ricardo Rivadeneira y Samuel Jaramillo.

La presencia de estas poblaciones de origen rural no pasó desapercibida en la ciudad. Al igual que en la colonia algunos campesinos se convirtieron en la servidumbre de las élites y convivieron en las casas de sus patrones pero lo más significativo estuvo asociado con un proceso de auto-segregación de estas familias adineradas que abandonaron los centros tradicionales para irse a vivir a nuevos barrios localizados a las afueras de la ciudad. En el caso de Bogotá se han ido desplazando cada vez más al nororiente buscando habitar en sectores exclusivos mientras que los demás grupos sociales ocupan los espacios residuales. Entre algunas razones que explican ese aislamiento está la sensación de inseguridad en un centro cada vez más popular y del otro lado en la búsqueda de nuevas formas de diferenciación social que pasaban ahora por la localización en la ciudad y el tipo de barrio en donde se vivía.

Se impuso una división social del espacio que se caracterizó además por serios cuestionamientos sobre las condiciones de vida de las poblaciones que habitaban en los barrios periféricos y los inquilinatos centrales y de la erradicación física de aquellos barrios que iban surgiendo en la ilegalidad. Esta política de arrasar con todo afortunadamente no tuvo mucho éxito en la ciudad y dio paso a un reconocimiento de esa urbanización popular y por lo tanto a programas de legalización y regularización. Debe recordarse, pese a ello, que a diferencia de otras ciudades aquí predominaron procesos de loteo de las haciendas que pertenecías a las élites urbanas y por tanto ese mercado de tierras le generó enormes beneficios políticos y económicos de los cuáles poco se habla en las investigaciones urbanas. Esta política de legalización buscó homogenizar las condiciones de vida de la población pero ha estado acompañada de estigmatizaciones de estos territorios por estar habitados por grupos indisciplinados.

 

Bogotá se dividió entre un norte rico y un sur pobre pero aún estaba por explotarse económicamente un discurso de inseguridad que muy pronto daría lugar al desarrollo de novedades inmobiliarias tales como el conjunto cerrado. Este aislamiento preventivo tuvo lugar a causa de la sensación de inseguridad de las élites y de la posibilidad de resolverla a través del mercado. La construcción de encerramientos, la disposición de cercas eléctricas, cámaras de vigilancia, circuitos cerrados de televisión, presencia de vigilantes armados y perros guardianes hacen de cada conjunto cerrado un castillo medieval. Esta novedad introducida en los años ochenta del siglo pasado se ha ido expandiendo a las demás clases sociales y hoy incluso la vivienda de interés social VIS se caracteriza por traer consigo una forma diferente de vivir en comunidad. Un aislamiento en donde a pesar de vivir en el mismo bloque de apartamentos se carece de vínculos de cualquier tipo con los vecinos.

 

El discurso de inseguridad y el miedo al contacto con los otros se propagó a actividades que iban más allá de las residenciales. En estas décadas hemos visto el crecimiento exponencial de los centros comerciales estratificados según la clase social a la que van dirigidos, la expansión sobre la sabana de colegios y universidades campestres para las élites y las clases medias, los complejos de servicios médicos propiedad de empresas privadas del sector de la salud. Todas son formas de aislamiento preventivo que se apoyan en el discurso de inseguridad ante un posible atraco, ante una pésima atención hospitalaria o ante una educación que no garantice el acceso a un mercado de trabajo o a un ascenso social.

 

Figura 3. Las calles vacías fueron la característica al inicio de la cuarentena.Foto: Hernando Sáenz (2019) Sector La Macarena, Centro de Bogotá


Las medidas de aislamiento preventivo impuestas en Bogotá y muchas otras ciudades del mundo tienen entonces la novedad de estar dirigidas ahora a la circulación o movilidad cotidiana en el espacio urbano. Ante la inseguridad frente al contagio se nos impide la circulación en la ciudad. Si se trata por motivos laborales la respuesta es el teletrabajo, si se trata de motivos de enseñanza se propone la educación virtual, si se trata de los servicios médicos se propone la telemedicina, si se plantea con fines recreativos se promueven las plataformas de streaming, si se trata de visitas a nuestros seres más queridos se nos propone el uso de la tecnología que nos ofrecen las empresas de celulares.  Tal parece que el contacto humano real y la circulación en el espacio urbano van a paso de convertirse en un lujo para ciertos sectores mientras que la mayoría se dedica a vivir sus vidas detrás de la pantalla de un computador o un celular.

 


Las excepciones van nuevamente en función de las necesidades de los grupos de mayor poder económico y político así como de cierto sector de la clase media. Determinadas profesiones y actividades continuaron y nuevas formas de servidumbre se ensayaron para tener a la empleada doméstica haciendo de nana, o de la vigilante que se mantuvo como rehén en un edificio en un sector exclusivo de la ciudad, o del empleado que se vuelve el conductor personal de algún empresario que sale de la ciudad aprovechando sus contactos personales. Se requieren de los profesionales de la salud, de los venezolanos que llevan el domicilio o trabajan en una empresa de carga, también están determinados empleados bancarios. Pero la gran mayoría se dedica a mantenerse en casa con miedo a enfermarse. Reducir la movilidad al máximo le ha dado un impulso al sector de las tecnologías de la información y comunicación las cuales intentan aprovechar la situación para acelerar cambios que se han demorado en operar pero que ya se habían identificado hace unas décadas.

En esta historia circular y acumulativa también reaparecen los rebeldes, quienes se niegan a vivir bajo el orden que se intenta imponer. Algunos actúan por necesidad como son muchos vendedores informales, otros apelan a su capacidad de autocuidado para justificar su derecho a circular y rechazan ser tratados como niños o adolescentes ya que son adultos mayores y otros sencillamente no le temen al virus a pesar de los mensajes y amenazas promovidas desde el gobierno, bien sea la imposición de multas elevadas por transitar en días o zonas no permitidas, la militarización o la imposición de toques de queda o el envío a una cárcel o centro de retención temporal. Se espera que la amenaza sirva para disuadir esos comportamientos indebidos, ya que subyace una lógica economicista que considera que todo se reduce a un cálculo costo-beneficio, que le apuesta a lo punitivo y no a la pedagogía.

Si hay un elemento en común en estas tres poblaciones es el rechazo a cierto tipo de Estado que impera en Colombia. Un Estado ausente que elude su responsabilidad en brindar seguridad a los ciudadanos y que cuando hace presencia lo hace a través de la fuerza, la violencia y el autoritarismo. Un estado que delegó en el mercado las posibilidades para “comprar seguridad de todo tipo” y que carece de legitimidad aunque irónicamente sea quién determina lo que en teoría es legal o no.

 

Figura 4. Barrio Dindalito (2014). Foto tomada po Hernando Sáenz. La migración campesina se ha encargado de colonizar la ciudad desde los años 50 del siglo XX. A partir de procesos de legalización se ha tratado de incluir estos barrios al resto de la ciudad.

Si esta situación de aislamiento social es un rasgo estructural de nuestra sociedad no existirían mayores motivos para sorprenderse acerca de la manera en que esta crisis está siendo manejada. Una oportunidad más para ejercer el autoritarismo, pretendiendo disciplinar a una población que carece de un referente de Estado Bienestar y que hace mucho trata de resolver sus problemas por la vía del mercado o de los recursos que logra movilizar con la familia o la comunidad. Nuestro individualismo se encarga de reforzar ese tipo de soluciones al punto de plantear que en esta ocasión solo los fuertes sobrevivirán y que no se trata de apelar a la intervención del gobierno en la economía. No obstante, ese discurso contrasta con decretos presidenciales en donde se establecen paquetes de ayudas económicas a los grandes empresarios del país.

Aislados socialmente en nuestros cuartos y conectados a una realidad virtual en donde los diferentes se convierten en una amenaza que debe ser erradicada perdemos las posibilidades para crecer como sociedad, como seres humanos. De sensibilizarnos frente al dolor ajeno. Nuestro rencor se materializa en memes insultantes, en la desconfianza frente a quienes son beneficiarios de cualquier tipo de ayuda y en una exaltación de la competencia a muerte. Nuestro miedo termina alimentando los caudillismos y la persecución a los extraños (cierto tipo de extranjeros, pobres, negros, indígenas, habitantes de calle). Destruye lo poco que queda de esa confianza necesaria que necesitamos para tratar con los demás, especialmente con los desconocidos.

¿Cómo romper esta cadena de aislamiento social autoimpuesta? ¿Cómo recuperar la confianza y pensar que podemos estar más seguros afuera? ¿Cómo recuperar el abrazo sincero, el apretón de manos vigoroso, el beso en la mejilla, el apretón de una cintura en pleno baile, el sudor de los cuerpos en una noche de pasión? ¿Se reducirán todas esas sensaciones a secuencias de programación ejecutadas por un computador? ¿O nuestra rebeldía nos impulsara a salir y ocupar los cafés, los cines, los bares, la calle, el parque del barrio, la escuela en busca de ese otro que motiva la existencia de un vínculo social?  

Una cosa sí sería segura: la confianza en el otro, la confianza de la ciudadanía en el Estado no se alcanza a través de mecanismos autoritarios y violentos, esas estrategias solo alimentan el rencor y la ira. Esa ha sido nuestra historia y no podemos ahora pretender explicar la rebeldía con explicaciones simplistas que descargan todo en el individuo y se olvidan de los factores estructurales que están presentes en la historia de nuestra sociedad.