sábado, 10 de noviembre de 2018

CAMINOS DE PIEDRA


Aquella tarde el cielo se había puesto bastante oscuro y mientras miraba por la ventana hacia los cerros de Bogotá sintió correr por su mejilla una lágrima que se atascó en su boca. Así como esa gota de agua que se atasca en el vidrio pero que por su propio peso termina cayendo y arrastrando a otras en su caída, así es como las malas noticias desencadenan una oleada de recuerdos que se van agolpando en el cerebro y que no dejan de doler en el corazón. 


Ya no recuerda la última vez que caminó con él. Tantas caminatas por el mundo, un verdadero trotamundos que nunca dejó de sentirse fascinado por los paisajes que ofrece este planeta. Una aventura que según le contó alguna vez había iniciado de niño cuando visitaba a sus familiares en el campo colombiano y solía agarrarse de la cola del caballo para no perder el paso. Caminos de piedra, un mundo que parece inmenso cuando se es niño, que cautiva y genera esa pasión que lo había llevado a soñar con recorrerlo hasta el último de sus días.


Ha comenzado a llover torrencialmente y Bogotá se sumerge en ese caos de calles inundadas y de alcantarillas tapadas. Pero lo que llama la atención de Claudio no es eso, son sus pensamientos que se sumergen recordando aquellas ocasiones en que toda la familia se subía al carro para salir de esta ciudad y respirar un aire más limpio. Recuerda el día que su padre lo llevó a conocer Chingaza y tuvieron la posibilidad de ver la laguna de Iguaque. Sentado mirando hacia la laguna no podía dejar de sentir miedo frente a ese silencio que era roto por el viento que arrastraba a las nubes hacia el Páramo. 


¿Cuándo dejaron de caminar juntos? ¿Qué sucedió para que esas aventuras quedaran congeladas en el tiempo? No quiere pensar en eso y mientras se prepara un té decide abrir el baúl de los recuerdos. La fotografía muestra a un niño abrazando a un hombre, están en la cima del Cotopaxi, en Ecuador. A sus espaldas un letrero informa de la altura máxima alcanzada por dos exploradores que sienten ese placer de alcanzar la cima. Se sienten invencibles y otra lágrima se desliza por su rostro mientras lee aquel mensaje escrito al respaldo: en la vida lo más importante no es el destino sino el viaje.

Una sensación de indefensión ataca sorpresivamente a Claudio quién se tumba sobre el sofá mientras un relámpago destella a lo lejos sobre el pararrayos de algún edificio. Recuerda aquella conversación. En la vida somos simples caminantes que vamos recorriendo territorios desconocidos, que nos sorprenden, nos maravillan o nos aterrorizan, pero, solemos encontrar otros caminantes que nos ofrecen su compañía, su amistad incluso el calor de sus cuerpos y en ese vagabundear se nos va alegremente la existencia. No podemos quedarnos sentados mirando la vida pasar, es necesario atar nuestros cordones y hacer nuestra maleta lo más ligera posible, vivir el presente, elegir los desvíos y disfrutar incluso de nuestros cambios repentinos de destino. El sol tarde o temprano volverá a salir y los pájaros cruzarán el cielo en busca de su nido. 


Claudio piensa que su padre, ese eterno caminante que tanto admiró, ha decidido seguir su camino explorando ahora el universo. Sus pasos lo habrán de conducir por planetas desconocidos y terminará convirtiéndose en una estrella. Cuando sea el momento de reemprender su caminata Claudio sabe que no estará más solo y que desde el cielo la compañía de esa persona que tanto quiso estará ahí para continuar acompañándolo en su propio viaje.