sábado, 11 de abril de 2009

ES UN EXTRAÑO DIA PARA DEJAR DE SER

I

Es una extraña sensación. Siento una necesidad imprescindible de huir de este lugar. De abandonar este cuarto, de huir de mis miedos. Son las 5:30 de la mañana de este sábado y las exigencias de un cuerpo sin nicotina, enferman mi mente que se resiste a dejar de contaminarse. Sencillamente, no aguanto más. Me levanto, tomo una chaqueta y salgo a la calle.

Mi primera sensación es la vergüenza. Este frío aire que me corta el aliento, calles sucias, donde se observan los restos de botellas estrelladas contra el piso y donde desfilan zombies, con la cabeza gacha, con un profundo sueño que les impide sentir ese frío del amanecer allá tirados sobre la banqueta del parque. Decido continuar caminando por las calles del barrio y ante la imposibilidad de hacerlo, decido alejarme, ir a otro barrio, a otro lugar, donde nadie me identifique.


Cruzo aquel caño, en donde varios perros persiguen a una perra en celo. El agua es negra y me recuerda los baños de nuestras casas y nuestra tendencia a querer bajar la mierda con agua limpia, para contaminarla y vertirla al caño, del cual luego nos quejaremos por su olor, que en últimas es nuestro olor. Claro, este mundo es una mierda, de la cual solo somos un componente más. Pero nos negamos a aceptar esa humilde posición en el concierto universal.

He logrado llegar a la Alameda. A esta hora, solo andan los rusos en bicicleta, algunos fumándose un bareto, otros su clásico cigarrillo, mientras que yo, intento salir a trotar para dejarlo. Claro, algunos residentes del sector aprovechan esta mañana para salir a trotar o caminar con sus hijos. Otros sacan sus perros, para que se caguen en el prado que no es de nadie, otros salen a robarse la tierra de las plantas que se sembraron y otros más han dejado decapitados los postes de la luz. En últimas, al llegar a la alameda debo reconocer que lejos de ser atractiva, es un espacio público abandonado, el cual se convertirá en escenario de mi -tan pretendida- rehabilitación personal.

Es tal el grado en que nos transformamos, que siento vergüenza al hacer ejercicio. Decido no ver a quienes están a mi lado, solo correr y correr, intentando sacar la nicotina que está en mi cuerpo, dejar de oler a quemado y poder de vez en cuando respirar el aire que esta ciudad contaminada me ofrece diariamente. En realidad, siempre odié salir a correr. En el colegio, llegaba a un punto en el cual, sentía nauseas y deseos de vomitar. No lo soportaba. Con mi entrada al anarquismo, a la rebeldía adolescente y a mi búsqueda de identidad, tanto el punk como el cigarrillo se hicieron mis aliados infalibles y aquellos días de ejercicio físico se esfumaron dando paso a las borracheras universitarias, al consumo social de las drogas legales e ilegales. Sin embargo, al igual que cuando trotaba, en estas fiestas siempre terminaba en el baño… vomitando.

Ahora que estoy ahí trotando, me detengo a observar el mundo que me rodea. Me doy cuenta de que existe el verde en esta ciudad. De que aún hay enormes terrenos en donde viven algunos campesinos urbanos, que ordeñan algunas vacas y salen a vender leche en cantina a los residentes de estos proyectos de vivienda de interés dizque social. Me doy cuenta de un ave, que flota en el cielo, apenas si mueve sus alas, pues esta buscando ratas en los vallados, de las cuales se alimentará, mientras el hombre se lo permita. Me doy cuenta también de que existe un humedal que reclama su lugar en la tierra y que en cada época de lluvias, se desborda para inundar esta alameda por la cual decido correr.

II

Es domingo. Ha pasado cerca de un año y mi tentativa de abandonar el cigarrillo ha fracasado. Observo como los cristianos asisten a misa de siete, veo a los evangélicos en sus caminatas de predicación en el barrio que sigue hundido en la basura que se tira diariamente y tapa las alcantarillas, aquellas que fueron construidas irónicamente para evitar que volviera a darse aquella inundación del 79.

Me pongo a pensar en las actividades programadas en el periódico del barrio. Es muy difícil evitar no fumar en las tertulias, cuando la sala se llena de tanto humo, cuando hay una copa de vino o un libro de versos para compartir con los amigos y amigas que se rebelan contra un estilo de vida sumiso y mediocre. Es muy difícil dejar de fumar cuando existe un dejo de intelectualidad en lo que dices, si lo dices con tu voz cortada por la exhalación del humo.

La alameda aún sigue ahí y me he convertido en uno más, de quienes la transitan semanalmente. Se ha convertido en un espacio de soledad, tan anhelado para huir de la realidad sin la necesidad de drogarse. Sin embargo, hoy hay mucha gente, son chismosos observando a un muerto que está tendido sobre los adoquines. La cinta lo rodea y veo a lo lejos la motocicleta en el piso. Me pregunto si debo hablar de ello en el periódico y decido dejar en paz a este muerto. Suficiente despliegue le hará la prensa amarillista. Es más, imaginó el titular, que nos estigmatizará aún más como un barrio donde todos los males de la humanidad se juntan. Donde lo mejor sería una bomba nuclear.

El sol brilla en el cielo, un cielo que en épocas secas, deja ese bronceado que llamamos sabanero o que al igual que muchas campesinas boyacenses, se caracteriza por unos cachetes colorados sobresaliendo en esta piel blancuzca de enfermo. Es bajo este cielo brillante que me decía que no fumaría. Solo lo haría cuando lloviera, cuando fuese de noche o cuando hiciera frío. Me parecía más romántico, más excitante e incluso más provocador si estaba acompañado por alguna canción depresiva cantada por The Cure.

En fin, sigo pensando mientras siento el sudor que recorre mi rostro. Para muchos, es poco estética esta imagen, les agrada pensar en como impresionar o conocer mujeres con cuerpo de modelo, con ropas pegadas a la piel, con unas gafas oscuras de moda, con aquellas medias tobilleras blancas y zapatillas de marca, mientras que yo, apenas dispongo de una vieja chaqueta raída y de mis viejos tenis de tela que han comenzado a sufrir de fisuras en el talón y que hacen que mis pies se mojen cuando debo pasar cerca del humedal. Ni siquiera uso bloqueador y por eso cada vez mi piel es más oscura, no por los tratamientos en cámaras privadas de algún spa sino por la radiación solar de este mundo que se des-ozoniza.

Recuerdo que deseaba mucho poder ver siempre aquellos verdes campos, pero a la vez era consciente que tarde o temprano serían urbanizados. Solo era cuestión de ver una malla verde rodear algún terreno para entender que allí se localizarían nuevos hogares, familias que en su deseo de ser propietarias, adquirían una deuda a 16 años. Casas que en suma, eran habitadas por personas indiferentes al pasado, que desconocían a Sie, nuestra diosa del agua. Que nunca habían escuchado a las ranitas sabaneras cantar, que tampoco entendían que esa agua que decían era sucia, constituía un humedal. Personas que en últimas, hubiesen deseado que secaran ese pantano porque olía muy mal, porque se habían convertido en refugio de habitantes de la calle o porque para seguir haciéndonos mala fama, eran lugares en donde se cometían atroces delitos, inflado aún más los mitos de nuestra desgraciada humanidad.

Llegué al parque, un parque abandonado, cuyas canchas habían sido desvalijadas hace mucho tiempo, cuyo piso se había fracturado. Como tradicionalmente había hecho, me dedique a hacer algunos ejercicios de estiramiento y decidí acostarme. Ya no existía una segunda oportunidad, todo había fracasado, ella estaría ahora en otro espacio y en otro tiempo y yo tendría que pensar en mi futuro. Tal vez tenía razón, tenía que dejar el cigarrillo, pero me parecía una tontería dejarlo por una mujer y tenía razón, debía dejarlo pero por amor propio.

III

Es domingo otra vez. Ha pasado mucho tiempo, mi tío murió y me prometí a mí mismo cuidarme y evitar morir de la manera en que él lo hizo. He aprendido a valorar la vida y con cada día que pasa, siento que se hace más difícil volver a fumar. Tal vez, muchos me critiquen, tal vez muchos piensan que tarde o temprano volveré a este vicio, tal vez yo también lo crea, pero ya llevo más de tres años así y me doy cuenta de que independiente de las recetas, lo único que se necesita es querer dejarlo.

Me he transformado, con cada pequeña decisión que tomo, elijo el camino que voy haciendo. Me he dado cuenta de que un verdadero anarquista, debe cuidar su mente, pero también su cuerpo y que si se trata de liberarnos, que mejor que hacerlo respecto de estos vicios que son el cigarrillo, las drogas o el alcohol. Pueden existir otros anarquistas que piensen lo contrario, pero yo, me doy cuenta cuando los veo, de que están atados y peor aún que se están matando cuando se trata de apostarle a la vida.

Como anarquista, he re-descubierto la vitalidad en la naturaleza que nos rodea. He aprendido que este territorio llamado Techotiva, era una laguna grande y que si hoy en día sufrimos por las inundaciones, es porque hemos ofendido a Sie con nuestra pretendida noción de desarrollo. Ella, vuelve de vez en cuando a recordarnos, que el agua es principio de creación y que todo acto creativo esta asociado a uno destructivo.

¿Y del humedal qué? Fue la pinta que dibujaron, en la malla verde desplegada un día sobre el terreno donde se escuchaba cantar a las ranas. Alguien dijo que no era un espejo de agua y por esa razón, vinieron y lo resecaron. En ese momento, pensé decididamente en apostarle a su salvación, pensaba en un titular para el periódico, en la posibilidad de denunciarlo en los medios masivos, pero como conocedor de estas cosas urbanísticas, me daba cuenta que si contaba con aprobación de curaduría urbana, sería muy difícil salvarlo.

De mis visitas a la curaduría urbana, a la empresa de acueducto y alcantarillado y a organizaciones ambientales de la localidad, pase de ese entusiasmo febril a una desoladora tristeza frente a nuestra humanidad. Los errores que cometemos intencionadamente los pagaran nuestros hijos. Preferimos dejarles en herencia un apartamento que puede ser destruido por un sismo en solo segundos, en vez de un humedal que puede salvarnos por una eternidad. No sobra decir que un personaje como yo, tenía muy pocas oportunidades, frente a los poderes inmobiliarios que ya estaban ofreciendo en venta, los apartamentos de un conjunto que en la maqueta reducía el humedal a una zona pintada con otro color.

IV

Pensé en escribir este cuento que no tiene nada de ficción, hace mucho tiempo. A pesar del titular y de la nota redactada con una investigación objetiva en el periódico, aquella parte del humedal desapareció. En la actualidad, se erigen varios proyectos de apartamentos allí y el agua sigue escurriendo de vez en cuando sobre la alameda. En estas épocas de invierno, el humedal que queda, recibe la carga de lluvias, que van a parar a un caño que construyó la Empresa de Acueducto y Alcantarillado en asocio con los constructores. Algunos residentes del sector, están pidiendo que tapen el caño. Al parecer nadie quiere saber del agua que huele mal y que solo atrae habitantes de calle o más basura al sector.


El agua sin embargo, lucha para no ser invisibilizada. Ya se ha tomado otro terreno aledaño a un parqueadero de camiones que hay cerca del humedal. Pero más fuerte aún, es su respuesta cuando en épocas de lluvias se desborda a través de ríos como el Fucha el Tunjuelo o el mismo río Bogotá. Este territorio ha sido anfibio siempre y reclama ser reconocido como tal, pero nuestra “inteligencia” cartesiana, nos impide tal mestizaje.

El daño es irreparable, porque ya existen las torres de apartamentos, porque ahora son muchos más los vehículos que transitan y colapsan la avenida Ciudad de Cali al suroccidente de Bogotá y no es muy prometedor el futuro inmediato cuando aún queda espacio por urbanizar. Cuando salgo a trotar, observo las pancartas de nuevos proyectos de vivienda, observo como la gente produce más basura y de cómo no sabemos reciclar. Cómo a pesar de todo, carecemos de conciencia ecológica y de cómo, el cambio no es cuestión de recetas sino que, lo único que se necesita es querer cambiar.

No he vuelto a fumar. En mi caso, también pueden existir daños irreparables a mi salud. Sé que tarde o temprano moriré, fume o no. Sé que a pesar de las luchas frontales a los narcoterroristas, aún nos falta mucho para luchar contra el consumo y la publicidad que nos invita a ser alcohólicos o adictos a la nicotina. Se también, que muchos de los que me rodean y que estimo mucho, son fumadores compulsivos y que no sacó mucho con pretendidas evangelizaciones o cantaletas recriminadoras sobre sus decisiones de consumo. Ellos son igual de libres en escoger acerca de su destino.

Mi anarquismo, es como una religión que me orienta y me hace tener fe en el ser humano y en la capacidad que tenemos para cambiar nuestro destino. Me levanto y salgo sin miedos a la calle, salgo a trotar por la alameda y me siento pleno de vida y feliz al escuchar el canto de los pájaros. Me impresiona pensar que podrán pasar muchas generaciones y que este planeta aún continuará aquí. Mi esperanza es que ese planeta sea más verde y menos gris. Donde la vida en general vuelva a ser el objeto de nuestro desarrollo y no la búsqueda del poder o del dinero. Ese romanticismo, puede rayarle a muchos activistas que solo hablan de lucha, de violencia, pero no me importa, ya no me interesa encuadrar mi ser libertario en doctrinas filosóficas o políticas, solo me interesa tener la posibilidad de construir mi propio proyecto de vida y de ayudar para que muchos más como yo, gocen de esa posibilidad.
Es domingo. Veo el reloj y me doy cuenta de que aún es muy temprano. Decido arroparme y dejar que el sueño se apodere de mí. A diferencia de muchos años atrás, ahora me siento tranquilo. No deseo huir de mi destino. Ya no siento la necesidad de correr, de evadirme, de negarme. La calle sigue ahí, el barrio sigue ahí, la alameda y el humedal también, yo también continuo aquí, en este lugar. Saldré un poco más tarde hoy y trotaré una vez más.

Saludaré a los pájaros, tendré esos enormes deseos de devorarme el mundo, de vivir la vida de manera intensa, de aprovechar este día porque puede ser el último, intentaré recuperar un poco más de mis pulmones, intentaré oxigenar mis ideas y refrescar mis recuerdos, atrofiados a veces por todo el vacío de la existencia moderna y miraré hacia el horizonte con la esperanza de ver una vez más aquella ave que vive en los viejos árboles que rodean el humedal. Llegaré una vez más a ese parque que ha sido remodelado y me tenderé en el suelo para ver el cielo y las nubes. Realmente este domingo es un nuevo día, un extraño día para volver a nacer, un extraño día para dejar de ser, pero no me importa ya.