domingo, 21 de septiembre de 2008

VER PASAR EL MUNDO DETRÁS DEL CRISTAL

En esta mañana teñida de gris, de ese frío mortal que nos congela, un hombre observa con incredulidad el reloj. No puede creer que aún no sea tarde para levantarse. Que aún queda tiempo para pensar en esta existencia y en ella. Trata de alejar esos pensamientos, da vueltas en la cama, prende la radio para distraerse, pero en definitiva ya no puede dormir.

A través de la ventana observa la triste realidad de su mundo, una calle sucia, desolada, llena de ruidos nauseabundos como ese llamado a misa de domingo, o el ruido de los autos que pasan frente a su cuarto y que sumado a los gritos de la noche anterior, le hacen desear tener la capacidad de borrar su memoria. Pero no puede olvidarse de sí mismo. Debe soportarse ante la incapacidad del suicidio.

Tiene miedo, mucho miedo al pensar en el estado de su corazón. Un corazón que llora y se lamenta, un corazón que tiene dificultades para mantener un diálogo sincero con la razón, un corazón que trata de comprenderse, pero que se hace sordo a la verdad, a la realidad. Ella permanece alejada y sus sentimientos ahora se hacen indescifrables, codificados en algún profundo baúl, en la inmensidad de un desierto que es muy difícil de atravesar.

Conciente de que no es posible dormir, ni evadir esta realidad, este hombre se levanta, prende un cigarro y relee sus notas autobiográficas. Su obsesión por hablar de sí mismo, como terapia para aprender a tolerarse a degenerado en una farsa, en un decir lo que quiere escuchar, en expiarse de toda culpa y dejarse absorber por un barato psicoanálisis. Su lado femenino luchando contra su masculinidad, esa pulsión presente desde hace mucho que le impide de una vez por todas jalar el gatillo que pone en su boca.

¿La ama en realidad? A veces cree que todo es un juego, un intento por querer amar, pero que en realidad esconde la esterilidad y la impotencia. Ella es una mujer carente de decisión, apocada, influenciable por sus padres, demasiado ingenua y poco conflictiva, la novia perfecta para un déspota como él. Sensible, rayando en lo infantil, creyéndose aún en el país de las maravillas, mientras él, se retuerce en la cama debido a los efectos del abuso del alcohol y las drogas. Envenenada por tanta lectura de hadas y duendes, termina asfixiando a este remedo de intelectual barato que se cree importante en la prosa mundana.

Odio hacía sí mismo, hacia un mundo al que no quería venir, sustenta ese deseo de venganza, esa necesidad de hacerse ver incomprendido. Un hombre que pretende esconder su precaria potencia sexual, luchando contra los credos feministas y lésbicos que reclaman el orgasmo femenino. No quiere seguir pensando, pero sabe que allá afuera esta su mamá, pronta a hacerle un café, a bendecirlo antes de salir de casa, deseándole un buen porvenir en su nueva vida, llorando y recordándole que lo ama. En ese momento desearía escapar volando para desintegrarse en el cosmos, pero aún no ha empezado el día.

Unos minutos antes de levantarse, se dice a sí mismo traidor. Sabe que ella desea estar con otros hombres, que la animan orgías y pesadillas eróticas, que su hipócrita fe le prohíbe experimentar el placer. Sin embargo, cualquier lector de las páginas sociales quedará encantado con esa sonrisa angelical, mientras él se ve tan apuesto, tan elegante. Un amor vacío, que ha permanecido grabado en las piedras y los árboles, fosilizándose hasta el punto de que ella, no reacciona, no siente ya el impulso de rebelarse, de escapar y huir hacia el otro lado de sus pasiones. Será una buena esposa, una profesional de éxito, admirada y deseada, muy íntegra, para evitar los escándalos, para no hacerle daño a papá y mamá, a las finanzas del contrato recientemente celebrado.

¿Recuerdas la última vez? Ella desnuda sobre la cama, ocultando su rostro tras unas fingidas posturas, haciéndote creer que estaba en el éxtasis y tú deseando poder estrangularla, asesinarla. Ya nada es como antes, su cuerpo es extraño, ajeno, frío, un territorio muerto que incita a evitar cualquier tipo de contacto. Cada vez que su mano acaricia su pecho, es un cuchillo que penetra en su corazón y penetra el alma de una mujer frívola. Cada vez que los labios buscan un espacio para besar, la reseca piel aruña los deseos y precipita el final. Ese final, cuando descargas tu lascivia, aquella arrebatada por la puta que te bailó en el bar, la noche anterior.

Como aquellas notas tocadas en un piano, reflejando solamente la tristeza y el dolor de un corazón que desea morir, él se aferra a esta mañana. Sabe que tendrá que salir a esa calle, respirar ese viciado aire y enfrentarse a esta pesadilla que es la vida. Sabe que tendrá que vestirse de gala en este día especial, porque se casa con ella. Porque serán el centro de atracción de una mentira que han alimentado tras varios años de noviazgo.

¿Que pueden esperar ahora, esas dos almas encadenadas al yugo de la eternidad y la maldición divina en caso de obrar mal? Nada, solamente ver pasar el mundo detrás del cristal de esa nueva mansión, de esa mentira de hogar que conformaran para asistir a las citas sociales, mientras en la profundidad yace una soledad y el odio de tener que aceptar que la felicidad es algo imposible de alcanzar.

lunes, 11 de agosto de 2008

CARNE Y HUESOS

Hernando Sáenz Acosta


Enfermo y solo en esta habitación
Revoloteando alrededor de la bombilla
Cansado de mirar la pantalla
De leer entre líneas, subliminales mensajes.

Caer aturdido y moverse sin control,
Para recuperar la posición inicial,
Antes de que los problemas empezaran,
Antes de romper el cascaron, la crisálida.

Un extraño visitante deambulando,
Moviendo su infinidad de extremidades,
Tanteando el peligro con sus antenas,
Escucha el crujir de la tierra que acaricia.

Y Yo, acompañándolos en este sanatorio,
En esta cárcel que son mis pensamientos,
Como insectos, acechando a la raza humana,
Siguiéndola incluso hasta el abismo bestial.


A veces, fijo la mirada en sus cuerpos,
e intento desafiar su habilidad, su flexibilidad,
mi pared es un cementerio, cubierto de cal y sangre,
de extrañas sustancias de seres invertebrados.

Es extraño, sentirse amenazado por ellos,
sentir esa necesidad de eliminarlos,
si aparentemente no constituyen mi dieta
y menos aún mi fuente de riqueza.

Cuando la oscuridad, el silencio o la soledad,
se apoderan de este cuarto húmedo,
salen millones de insectos a danzar,
a saciarse en una orgía reproductiva asesina.

Yo me encuentro dormido, sumergido en mis pesadillas,
asfixiado por el peso de una mano que me aplasta
de una bota militar que me destruye,
o por una botella que expele veneno en mis entrañas.

Sumergido en esta agobiante sensación
experimento el purgatorio y la tortura,
de no tener la conciencia tranquila,
de no soportar y aceptar que solo soy, carne y huesos.

viernes, 25 de abril de 2008

Dignidad, ¿donde estás?



Bajo un cielo plomizo
Caminan adolescentes cargando a sus hijos,
Perdiéndose entre las ventas ambulantes,
Van dejando un rastro de tristeza
De inconformismo frente al destino.

El viento levanta la tierra,
Que se nos cuela por la ropa
Que nos ensucia el cuello de la camisa,
Día tras día, detrás del parabrisas
A la caza de alguna efímera alegría.

Hacia el norte, la oscuridad
Tormentas que pronto caerán en el sur,
Llantos de niños enfermos en un hospital,
Una calle sin pavimentar
Y la amenaza de la limpieza social.

¿En donde queda nuestra dignidad?
En los recortes de periódicos amarillistas
Que dan cobijo al pordiosero,
En el piso de tierra del lote
Donde caminan descalzas nuestras ilusiones.
Y la vida continúa, no podemos parar,
El desempleo nos obliga a callar
Nuestras más profundas ideas
La adoración a una virgen, a un Dios,
Que nos ha de llevar a la vida eterna.
¿En donde queda nuestra dignidad?
Si al fin de cuentas fracasas,
Si confirmas que esta es una gran mentira,
Que no hay progreso, que te atascas
Y que no hay salida, frente a esta mierda de sociedad.


Algunos días sale el sol y brilla nuestro horizonte,
Es cuando salimos a la calle y jugamos tú y yo,
Como amigos de una infancia perdida
donde la obligación de tener que tener
se compensaba con llegar a ser.
Dignidad, perdida dignidad ¿Dónde estás?
Te has perdido deambulando por las calles
De este barrio que dicen es popular,
¿Por qué te vas de este lugar?, ¿Por qué
te refugias en un exclusivo restorant?
Dignidad, ¿donde estás?

jueves, 24 de enero de 2008

Carta a un amigo de otro mundo imaginado

Me encuentro aquí y ahora, en un planeta que ha sido dividido por la imaginación de los hombres. Ellos han creído necesario trazar líneas imaginarias sobre los bosques, los desiertos, las selvas y los océanos, y han convertido todo este patrimonio en propiedad privada. Es así como me encuentro en una masa de tierra flotante llamada América y según los límites que nos han impuesto vivo en un país llamado Colombia.
En este lugar, que los hombres consideran una Nación Estado, se encuentran además de ellos, muchos animales y plantas que por siglos han vivido aquí. Los primeros hombres que llegaron, tenían un poco de respeto por esta naturaleza y daban gracias al sol y la luna por la posibilidad de vivir cada día. Realizaban ofrendas y trataban de vivir según las leyes que les habían comunicado sus dioses a través de profetas y maestros como el sabio Bochica. Sin embargo, del otro lado del mar, llegaron hombres blancos montando sus caballos y comenzaron a ejercer su poder bajo la espada y la cruz.

Fueron 3 siglos, durante los cuales los hombres se mataron entre sí, por el control no sólo de ellos mismos, sino por las riquezas, en particular de piedras preciosas que existían en las cordilleras andinas, las selvas, valles y sabanas que habían sido despojadas a los dioses ancestrales y tituladas bajo una ilegal autoridad conocida como el rey y de otra parte por la primera institución ajena que fue impuesta desde Europa: la Iglesia Católica.
Después, los hijos de estos usurpadores, celosos del poder de sus padres, decidieron rebelarse contra esa tiranía paterna y fue así como después de sucesivas batallas entre ellos, utilizando para ello a los grupos subalternos (indios y negros así como mestizos, mulatos y zambos), los blancos nacidos en la América reclamaron la independencia de los blancos nacidos en la Europa. Sin embargo, nada parecía asegurar que la paz reinaría en una tierra que aún estaba inexplorada y sin titular a nivel particular.
Han pasado casi dos siglos desde que estos nuevos “dueños” han ejercido la tiranía en estas tierras, las patrias inventadas por ellos han lidiado con dictaduras, invasiones, luchas intestinas y acuerdos dinásticos entre las familias herederas de los criollos. Existe una gran cantidad de familias que han aprendido a flexibilizar sus demandas y ajustarse al ritmo de los tiempos, con lo cual han podido subsistir en su posición de control y regulador del avance científico, artístico y espiritual entre el común de las personas. De lo contrario habrían sucumbido hace mucho debido al deseo de libertad que nace cuando los hombres y las mujeres logran desarrollar amónicamente su cuerpo, su mente y su corazón.
Me ha tocado vivir en los finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI según los calendarios occidentales. He visto desde mi infancia a través de los medios masivos de comunicación, infamias, muertes, masacres, violaciones y demás actos de barbarie, puesto que en el país en que he nacido no ha cesado de haber guerra desde que llegaron esos primeros hombres blancos. Esta que se hace llamar una nación ha sido gobernada por unas cuantas familias cuyo poder económico ha permitido manipular la política y montar y desmontar presidentes a su antojo, e incluso de colocar una dictadura mientras se repartían el país, el cual no ha tenido la posibilidad de ser conocido en su totalidad debido a la presencia de otros seres humanos que se esconden en la selva para dar rienda suelta al odio y el resentimiento que generan tanta tiranía en los gobiernos que hemos tenido. Sin embargo, al igual que los criollos, estos hombres escudados bajo baratas ideologías y sanguinarias guerrillas, solo pretenden obtener el poder para seguir haciendo la guerra, no para construir la paz, por ello su causa esta muerta desde el principio y pasará mucho para que ellos mismos logren ser conscientes de su fallo.
Pero más allá de esta guerra donde se benefician quienes venden armas y sufren los muertos y mutilados que son nuestros hermanos, existe otra guerra más invisible y dispersa que se vive en cada uno de los rincones de este conjunto de paraísos terrenales. La presencia de una mentalidad devoradora y devastadora del mundo por parte de quienes solo piensan en acumular bienes materiales, en particular de uno llamado dinero. Con el devenir de los siglos existen muchos otros resentidos que a pesar de ser excluidos de la tierra y de la capacidad para decidir sobre la fuerza que tienen y su facultad creativa que es el trabajo, no han tomado el camino de las armas sino el de la acumulación banal de riquezas. Tanto unos y otros se terminan haciendo insensibles a los más delicados sentimientos de justicia y misericordia, de altruismo.

Dado que se cree que el consumo y la riqueza permiten acceder al poder y desde allí poder influenciarlo todo, los colombianos tiene en mente hacer dinero para poder ser más felices. Incluso muchos católicos a pesar de profesar la magna enseñanza española de un voto a la pobreza, demuestran su doble moral con sus actos cotidianos, haciéndose cómplices de las estafas, el robo de todo tipo y la evasión de sus responsabilidades. No quieren esperar hasta el día del juicio final. Han aprendido que de nada vale luchar por un crecimiento moral y ético puesto que los vivos viven de los bobos y así a pesar de protestar contra la corrupción de los gobiernos, no actúan porque de alguna manera son responsables de ello.
Vivo en una ciudad ubicada a más de 2500 metros sobre el nivel del mar, es una ciudad más bien fría, en la cual nací hace 30 años. La llaman Bogotá y en ella vivimos cerca de 7 millones de personas, es además la capital de Colombia. He crecido en el suroccidente de esta metrópolis que dicen es una de las más costosas para vivir en toda la América latina. Desde muy niño desarrollé cierta espiritualidad y sufría de serios conflictos cuando veía como los discursos iban por un lado y las acciones por el otro. Pero bueno esta perversión se va haciendo normal conforme pasa el tiempo. Toda la sociedad te enseña que debes aparentar, que lo que sientes por más que este bien debe ser callado, que solo debes pensar en ti, en estudiar para hacer plata, no para ser libre o para estar más cerca de Dios o para hacer cosas lindas y útiles a los demás. No obstante me he rebelado contra esta tiranía de la masa y he buscado conocerme a mí mismo para conocer en alguna medida porque somos así los colombianos, mejor dicho la humanidad.
Un día aquí es de lo más conflictivo que puede haber. Te levantas despertado por el claxon de algún carro atascado en un trancón, donde cientos de personas tratan de desplazarse desesperados hacia sus lugares de trabajo. Así es muy difícil que tu desayuno sea algo nutritivo para tu cuerpo, por el contrario las enfermedades han aumentado: algunos creen que el mal de nuestro tiempo se llama estrés, sin embargo hasta los mismos médicos se encuentran estresados tratando de hacerles creer a todos, la necesidad de consultar a los estresólogos pues de lo contrario serían ellos los agentes sujetos de un serio dolor intestinal.


La ciudad colapsa en determinados puntos y horarios. Son muertes súbitas que se van acumulando para hacer de esta ciudad una experiencia de continua decadencia. A pesar de ello los colombianos y muchos de mis vecinos tienen una fe ciega en el futuro, se espera la revancha, la posibilidad de ser libres en el cielo o de pronto por una gracia del espíritu santo, cuando en realidad son ellos los culpables de buena parte de su miseria. Bueno, reconozcamos que también le cabe parte de la responsabilidad a los prójimos, pues lejos de ver al hermano, con el cual experimentar el amor, se le ve como una amenaza: por que te puede quitar el puesto, porque se puede quedar con tu novia, porque te quiere robar tu dinero, o porque simplemente te tiene envidia. Es más rentable la mediocridad y la hipocresía, es un camino ancho, fácil de andar y si puedes andarlo en un vehículo último modelo, pues mejor. Lástima que el comercial no te muestra estos trancones y tampoco el smog que tiene la ciudad al amanecer y que he visto incluso en un domingo al subir a Monserrate, el cerro más insigne de esta piadosa ciudad.
Bueno querido amigo, no quiero saturarte de tanta tristeza, a pesar de lo deprimente que es este país, existen muchas personas valiosas, con las cuales hemos podido compartir esto que escribo. Sabemos que aprender a convivir en este planeta requiere mucha humildad, aquella de la que necesitan nuestros gobernantes, las guerrillas, los empresarios, etc., en fin todos nosotros. Este que se llama país es sólo un fragmento del mundo y lo refleja en su totalidad. Los problemas que he mencionado son comunes a toda nuestra civilización en mayor o menor grado, existe un rasgo estructural a la Tierra y es la de una especie que evolucionó hasta el grado de poder dominar el medio ambiente que lo rodea, con la grave amenaza de destruirlo. Su salvación no es responsabilidad de unos cuantos científicos, ni de un presidente de una nación o un consejo de autoridades internacionales. Es responsabilidad de todos nosotros.


Sin embargo, en estos parajes los hombres siguen explotándose los unos a los otros. Mientras los unos quieren mantener su poder, los otros tratan de arrebatárselo, pero no existe un discurso de reconciliación, de paz, solo se desea entrar en el grupo de privilegiados y si ha de hacerse por encima de otras personas y de otras especies, todo vale. Es hora de empezar a cuestionar esta forma de vida y más que las armas o el dinero, lo que necesitamos es la fuerza del amor. Un amor hacia los bosques, hacia otras especies de animales que tienen igual derecho a vivir aquí y ahora con nosotros, un amor que respeta nuestros ambientes y los explota de la manera adecuada, para satisfacer las necesidades de nuestra población y no los lujos de una minoría, un amor que logre que quienes siempre han gobernado permitan que los gobernados o insubordinados tengan derecho a vivir sin temor a la muerte, al hambre, a la miseria o la exclusión. Necesitamos un amor libre de las propagandas comerciales, de las fantasías de las telenovelas, de los sermones de los pastores o los curas, un amor limpio de los egoísmos o las dobles morales.
Esta no es una utopía, es solo un cambio en la noción del progreso, del desarrollo, del bienestar. Que los economistas hayamos pecado en cuanto monetizar hasta la ética y la moral, debe exigirnos ahora más que nunca el deber de aportar desde esta visión a un mundo donde el dinero vuelva a su lugar original y predomine el oikos y su conservación para nuestras futuras generaciones humanas y no humanas de las que tenemos conciencia.
Un abrazo.