jueves, 24 de enero de 2008

Carta a un amigo de otro mundo imaginado

Me encuentro aquí y ahora, en un planeta que ha sido dividido por la imaginación de los hombres. Ellos han creído necesario trazar líneas imaginarias sobre los bosques, los desiertos, las selvas y los océanos, y han convertido todo este patrimonio en propiedad privada. Es así como me encuentro en una masa de tierra flotante llamada América y según los límites que nos han impuesto vivo en un país llamado Colombia.
En este lugar, que los hombres consideran una Nación Estado, se encuentran además de ellos, muchos animales y plantas que por siglos han vivido aquí. Los primeros hombres que llegaron, tenían un poco de respeto por esta naturaleza y daban gracias al sol y la luna por la posibilidad de vivir cada día. Realizaban ofrendas y trataban de vivir según las leyes que les habían comunicado sus dioses a través de profetas y maestros como el sabio Bochica. Sin embargo, del otro lado del mar, llegaron hombres blancos montando sus caballos y comenzaron a ejercer su poder bajo la espada y la cruz.

Fueron 3 siglos, durante los cuales los hombres se mataron entre sí, por el control no sólo de ellos mismos, sino por las riquezas, en particular de piedras preciosas que existían en las cordilleras andinas, las selvas, valles y sabanas que habían sido despojadas a los dioses ancestrales y tituladas bajo una ilegal autoridad conocida como el rey y de otra parte por la primera institución ajena que fue impuesta desde Europa: la Iglesia Católica.
Después, los hijos de estos usurpadores, celosos del poder de sus padres, decidieron rebelarse contra esa tiranía paterna y fue así como después de sucesivas batallas entre ellos, utilizando para ello a los grupos subalternos (indios y negros así como mestizos, mulatos y zambos), los blancos nacidos en la América reclamaron la independencia de los blancos nacidos en la Europa. Sin embargo, nada parecía asegurar que la paz reinaría en una tierra que aún estaba inexplorada y sin titular a nivel particular.
Han pasado casi dos siglos desde que estos nuevos “dueños” han ejercido la tiranía en estas tierras, las patrias inventadas por ellos han lidiado con dictaduras, invasiones, luchas intestinas y acuerdos dinásticos entre las familias herederas de los criollos. Existe una gran cantidad de familias que han aprendido a flexibilizar sus demandas y ajustarse al ritmo de los tiempos, con lo cual han podido subsistir en su posición de control y regulador del avance científico, artístico y espiritual entre el común de las personas. De lo contrario habrían sucumbido hace mucho debido al deseo de libertad que nace cuando los hombres y las mujeres logran desarrollar amónicamente su cuerpo, su mente y su corazón.
Me ha tocado vivir en los finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI según los calendarios occidentales. He visto desde mi infancia a través de los medios masivos de comunicación, infamias, muertes, masacres, violaciones y demás actos de barbarie, puesto que en el país en que he nacido no ha cesado de haber guerra desde que llegaron esos primeros hombres blancos. Esta que se hace llamar una nación ha sido gobernada por unas cuantas familias cuyo poder económico ha permitido manipular la política y montar y desmontar presidentes a su antojo, e incluso de colocar una dictadura mientras se repartían el país, el cual no ha tenido la posibilidad de ser conocido en su totalidad debido a la presencia de otros seres humanos que se esconden en la selva para dar rienda suelta al odio y el resentimiento que generan tanta tiranía en los gobiernos que hemos tenido. Sin embargo, al igual que los criollos, estos hombres escudados bajo baratas ideologías y sanguinarias guerrillas, solo pretenden obtener el poder para seguir haciendo la guerra, no para construir la paz, por ello su causa esta muerta desde el principio y pasará mucho para que ellos mismos logren ser conscientes de su fallo.
Pero más allá de esta guerra donde se benefician quienes venden armas y sufren los muertos y mutilados que son nuestros hermanos, existe otra guerra más invisible y dispersa que se vive en cada uno de los rincones de este conjunto de paraísos terrenales. La presencia de una mentalidad devoradora y devastadora del mundo por parte de quienes solo piensan en acumular bienes materiales, en particular de uno llamado dinero. Con el devenir de los siglos existen muchos otros resentidos que a pesar de ser excluidos de la tierra y de la capacidad para decidir sobre la fuerza que tienen y su facultad creativa que es el trabajo, no han tomado el camino de las armas sino el de la acumulación banal de riquezas. Tanto unos y otros se terminan haciendo insensibles a los más delicados sentimientos de justicia y misericordia, de altruismo.

Dado que se cree que el consumo y la riqueza permiten acceder al poder y desde allí poder influenciarlo todo, los colombianos tiene en mente hacer dinero para poder ser más felices. Incluso muchos católicos a pesar de profesar la magna enseñanza española de un voto a la pobreza, demuestran su doble moral con sus actos cotidianos, haciéndose cómplices de las estafas, el robo de todo tipo y la evasión de sus responsabilidades. No quieren esperar hasta el día del juicio final. Han aprendido que de nada vale luchar por un crecimiento moral y ético puesto que los vivos viven de los bobos y así a pesar de protestar contra la corrupción de los gobiernos, no actúan porque de alguna manera son responsables de ello.
Vivo en una ciudad ubicada a más de 2500 metros sobre el nivel del mar, es una ciudad más bien fría, en la cual nací hace 30 años. La llaman Bogotá y en ella vivimos cerca de 7 millones de personas, es además la capital de Colombia. He crecido en el suroccidente de esta metrópolis que dicen es una de las más costosas para vivir en toda la América latina. Desde muy niño desarrollé cierta espiritualidad y sufría de serios conflictos cuando veía como los discursos iban por un lado y las acciones por el otro. Pero bueno esta perversión se va haciendo normal conforme pasa el tiempo. Toda la sociedad te enseña que debes aparentar, que lo que sientes por más que este bien debe ser callado, que solo debes pensar en ti, en estudiar para hacer plata, no para ser libre o para estar más cerca de Dios o para hacer cosas lindas y útiles a los demás. No obstante me he rebelado contra esta tiranía de la masa y he buscado conocerme a mí mismo para conocer en alguna medida porque somos así los colombianos, mejor dicho la humanidad.
Un día aquí es de lo más conflictivo que puede haber. Te levantas despertado por el claxon de algún carro atascado en un trancón, donde cientos de personas tratan de desplazarse desesperados hacia sus lugares de trabajo. Así es muy difícil que tu desayuno sea algo nutritivo para tu cuerpo, por el contrario las enfermedades han aumentado: algunos creen que el mal de nuestro tiempo se llama estrés, sin embargo hasta los mismos médicos se encuentran estresados tratando de hacerles creer a todos, la necesidad de consultar a los estresólogos pues de lo contrario serían ellos los agentes sujetos de un serio dolor intestinal.


La ciudad colapsa en determinados puntos y horarios. Son muertes súbitas que se van acumulando para hacer de esta ciudad una experiencia de continua decadencia. A pesar de ello los colombianos y muchos de mis vecinos tienen una fe ciega en el futuro, se espera la revancha, la posibilidad de ser libres en el cielo o de pronto por una gracia del espíritu santo, cuando en realidad son ellos los culpables de buena parte de su miseria. Bueno, reconozcamos que también le cabe parte de la responsabilidad a los prójimos, pues lejos de ver al hermano, con el cual experimentar el amor, se le ve como una amenaza: por que te puede quitar el puesto, porque se puede quedar con tu novia, porque te quiere robar tu dinero, o porque simplemente te tiene envidia. Es más rentable la mediocridad y la hipocresía, es un camino ancho, fácil de andar y si puedes andarlo en un vehículo último modelo, pues mejor. Lástima que el comercial no te muestra estos trancones y tampoco el smog que tiene la ciudad al amanecer y que he visto incluso en un domingo al subir a Monserrate, el cerro más insigne de esta piadosa ciudad.
Bueno querido amigo, no quiero saturarte de tanta tristeza, a pesar de lo deprimente que es este país, existen muchas personas valiosas, con las cuales hemos podido compartir esto que escribo. Sabemos que aprender a convivir en este planeta requiere mucha humildad, aquella de la que necesitan nuestros gobernantes, las guerrillas, los empresarios, etc., en fin todos nosotros. Este que se llama país es sólo un fragmento del mundo y lo refleja en su totalidad. Los problemas que he mencionado son comunes a toda nuestra civilización en mayor o menor grado, existe un rasgo estructural a la Tierra y es la de una especie que evolucionó hasta el grado de poder dominar el medio ambiente que lo rodea, con la grave amenaza de destruirlo. Su salvación no es responsabilidad de unos cuantos científicos, ni de un presidente de una nación o un consejo de autoridades internacionales. Es responsabilidad de todos nosotros.


Sin embargo, en estos parajes los hombres siguen explotándose los unos a los otros. Mientras los unos quieren mantener su poder, los otros tratan de arrebatárselo, pero no existe un discurso de reconciliación, de paz, solo se desea entrar en el grupo de privilegiados y si ha de hacerse por encima de otras personas y de otras especies, todo vale. Es hora de empezar a cuestionar esta forma de vida y más que las armas o el dinero, lo que necesitamos es la fuerza del amor. Un amor hacia los bosques, hacia otras especies de animales que tienen igual derecho a vivir aquí y ahora con nosotros, un amor que respeta nuestros ambientes y los explota de la manera adecuada, para satisfacer las necesidades de nuestra población y no los lujos de una minoría, un amor que logre que quienes siempre han gobernado permitan que los gobernados o insubordinados tengan derecho a vivir sin temor a la muerte, al hambre, a la miseria o la exclusión. Necesitamos un amor libre de las propagandas comerciales, de las fantasías de las telenovelas, de los sermones de los pastores o los curas, un amor limpio de los egoísmos o las dobles morales.
Esta no es una utopía, es solo un cambio en la noción del progreso, del desarrollo, del bienestar. Que los economistas hayamos pecado en cuanto monetizar hasta la ética y la moral, debe exigirnos ahora más que nunca el deber de aportar desde esta visión a un mundo donde el dinero vuelva a su lugar original y predomine el oikos y su conservación para nuestras futuras generaciones humanas y no humanas de las que tenemos conciencia.
Un abrazo.