martes, 10 de julio de 2007

¿En donde queda la rebeldía?

El día está muriendo, estoy aquí, sentado, de cara a la pantalla de la computadora, hace bastante tiempo que no logró alcanzar cierto aire inspirador, que me permita componer algo poético. Tal vez, con el paso del tiempo y los cambios que experimentamos en nuestros corazones, aquello que llamamos sensibilidad se va desvaneciendo. Las palabras se van alejando y solo podemos ver y pensar. Es más, dejamos de actuar, nos anquilosamos en la comodidad de decir que la vida es dura, que ya no es igual que ayer y que lastimosamente hay que madurar.

¿Dónde quedan entonces las esperanzas de cambiar el mundo? Parece una carrera de relevos sin fin, en la cual cada nueva generación, recibe de su antecesora esta misión y así cada vez que una generación se retira, pasa a la inactividad total, se escabulle, se esconde o peor aún se convierte en un mero espectador o en un crítico frente a los jóvenes, que intoxicados de rebeldía vuelven a repetir el circulo vicioso donde la vida terminan atropellándonos sin excepción.

Hemos perdido la valentía para seguir siendo locos, nos vamos sumando al rebaño de idiotas que miran las cosas a su alrededor sin la más mínima comprensión, sin la más mínima compasión. Nos sumergimos en nuestros egoísmos, idolatrados en nuestras compañeras, en nuestros hijos, en nuestras posesiones, en nuestra doble moral y decimos irónicamente, que hay que aceptar la vida como algo cruel, como competencia, como exceso, como placer y nos hacemos viejos amargados a los escasos 30 años.

Cuando siento la necesidad de volver a hacer cosas irreverentes, ya no sé si me veo ridículo, ya no sé si me ven como un fracasado, como un extravagante. Aún sigo creyendo que un hombre con cabello largo, aretes y tatuajes, es igual al oficinista de la cámara de comercio poseedor de esa aparente imagen de hombre exitoso, gracias a su espíritu competitivo y su perfecto amoldamiento al sistema. Decidí demostrarme que aún puedo ser irreverente y me pinte mis uñas de las manos de negro, pero creo que realmente eso es algo trivial, un verdadero rebelde no lo es solo por su vestimenta o por los accesorios que lleva encima, lo es por la posibilidad de generar radicales cambios llevando una aparente vida común.

Es así como creo que aún podemos cambiar el mundo, porque podemos cambiar nuestra vida, porque es posible alcanzar la libertad mediante una vida sencilla, sin la necesidad de convertirnos en mártires de nada ni de nadie, sin la necesidad de buscar líderes o ideologías, con la posibilidad de educar a nuestros hijos para que sean irreverentes como nosotros, porque aún nos negamos a dejar de ser rebeldes, porque la educación que les damos es pura rebeldía, es precisamente propagar la llama del amor, de generar revoluciones internas en sus corazones y en que tengan la fe suficiente para no dejarse subestimar por cualquier adulto, maestro o joven cuadriculado cuyo afán de éxito en la vida se basa en atropellar a quienes lo rodean. Si eso es progresar, quememos las escuelas y acabemos con el miedo a gritar nuestra indiferencia a llevar una vida tan pobre, a trasmitir a nuestros hijos e hijas esa maldita herencia del servilismo.