lunes, 10 de diciembre de 2012

UNA CASA GRANDE Y BIEN UBICADA PARA VIVIR FELIZ



La vivienda es actualmente tratada como una mercancía más y en ese sentido el acceso a la misma depende antes que nada de la capacidad de pago del hogar. En Colombia, así como en la mayoría de las naciones que tienen economías de mercado, adquirir una vivienda requiere de los recursos suficientes para su compra, bien sea en el mercado de vivienda nueva como en el de usada. Incluso la compra de un lote en una “urbanización pirata” requiere de recursos y quienes carecen de ellos sencillamente deben conformarse con vivir en alquiler.

Una de las consecuencias de esta lógica mercantil es que tanto el tamaño, como la localización y la calidad de la vivienda terminan estando asociadas al precio. La política de vivienda de interés social VIS implementada en las últimas décadas -no solo en Colombia sino en varios países latinoamericanos- es prueba de ello. Para los hogares con menores ingresos, a pesar de la posibilidad de un subsidio, de un crédito en la banca comercial y de los ahorros, no existe realmente mayor libertad para elegir. Se trata más bien de aceptar lo que los ingresos pueden costear. Una casa  o apartamento grande y bien localizado se ha convertido en el privilegio de unos pocos.

Por eso es tan importante la discusión que tiene lugar en Bogotá, sobre la construcción de viviendas gratis que ha prometido el gobierno nacional para los más pobres. Imagino que para algunos es muestra de un esfuerzo del presidente Santos por luchar contra la pobreza, para otros por el contrario significará una muestra más de la relación existente entre él y los gremios de la construcción y de las medidas que se toman, buscando que las tasas de ganancias se mantengan, frente a un desaceleramiento de la demanda solvente. Por ahora, me parece oportuno, destacar que el discutir sobre la localización y el tamaño de la vivienda, nos lleva a cuestionarnos sobre la posibilidad de “desmercantilizar” el acceso a la vivienda y verla entonces desde una óptica más humana[1].
 
Frente a la discusión sobre un área de 40 o 45 metros cuadrados[2], basta señalar como durante muchas décadas el tamaño promedio de un lote comprado en una urbanización irregular era de 72 metros cuadrados. La vivienda si bien era construida poco a poco tenía unas dimensiones que facilitaban la construcción también de espacios para colocar una tienda o un negocio, e incluso para la construcción de espacios para arrendar. Con las viviendas de interés social VIS y particularmente con la más barata de ellas, denominada Vivienda de Interés Prioritario VIP, se ha caído en una situación en la cual, los pobres tienen más dificultades para aprovechar la casa como fuente complementaria de ingresos. Ingresos obtenidos no por el simple afán de lucro, sino bajo una lógica de subsistencia.

En cuanto a la localización, debe señalarse positivamente la puesta en debate acerca del derecho a vivir bien localizado en la ciudad y de luchar contra la segregación socioespacial. Cuando imperan estos deseos especuladores con el valor del suelo en zonas centrales, la actuación del gobierno distrital en defensa de los sectores de menores ingresos es de destacar, puesto que la mayoría, sino la totalidad de oferta de VIS estaba concentrada en la periferia de la ciudad. La reducción de espacios para ser urbanizados de manera informal también ha significado que hasta este tipo de oferta se ubique cada vez más lejos de las centralidades de la capital. Creer que es posible ofrecer vivienda para los grupos de bajos ingresos en localizaciones centrales permite entonces mejoras en la calidad de vida de estos hogares, representados por las posibilidades de trayectos más cortos y menos costosos hacia los lugares que concentran la mayor oferta de trabajo (formal e informal) de la ciudad.

Todos estos esfuerzos, sea la de una vivienda con las dimensiones adecuadas y una buena localización, creo que pueden ser pensadas desde una Economía para la vida, propuesta teórica y metodológica  presentada por Franz Hinkelammert y Henry Mora en un libro publicado en 2009[3]. Allí, los autores discuten sobre cuál es el objeto de estudio de la ciencia económica. Para responderla, parten de la pregunta más básica que todo ser humano se realiza: ¿cuál es el sentido de la vida? La respuesta esbozada en términos muy sencillos es que se trata de vivirla. Para ellos, los seres humanos buscan una vida material, concreta y tratan de acceder a los medios que les permitan vivir.  Lo que ha sucedido durante la hegemonía del sistema capitalista es que dicho acceso se ha ido restringiendo progresivamente a una única opción: el mercado. Como ya mencionamos en el caso de la vivienda, sea regulado o no, es el mercado y por ende la capacidad de pago lo que define el tamaño, la calidad y la localización de la vivienda.

Hinkelammert y Mora, nos recuerdan de nuevo, aquella división entre crematística y economía establecida por Aristóteles. De un lado, “el arte del lucro”, la economía utilizada para incrementar la propiedad de dinero por el dinero mismo y del otro, la economía como la ciencia que se preocupa por el abastecimiento de los hogares y de la comunidad circundante, a través del acceso a los bienes necesarios para satisfacer, potenciar y desarrollar las necesidades humanas. No obstante, en su propuesta normativa no se aboga por la eliminación de los mercados, sino por la posibilidad de someter los mercados a un derecho fundamental: el derecho a vivir. Es pues, someter el valor de cambio, la ley del valor frente a este derecho, que se constituye en base para la libertad humana.

Considero que la mercantilización de la vivienda nos ha llevado a naturalizar el dicho popular que dice “me tengo que ir: soy pobre y vivo lejos”. Recordándonos las ideas propias del análisis de tipo neoclásico, los autores critican el fetichismo que existe sobre el postulado de la eficiencia y la lucha competitiva, el cual se impone incluso frente a las exigencias por vivir. Aunque parece ya un sueño lejos de ser realidad, vale la pena discutir acerca del tamaño de las viviendas que se ofrecen. Aunque conservadora la definición de un mínimo de 45 metros cuadrados, vale la pena preguntarse si realmente no es posible que se mantengan ofertas con tamaños más dignos y tipos de vivienda más flexibles, similares a aquellas auto-construidas en décadas pasadas.

Un punto final destacado por Hinkelammert y Mora, radica en el proyecto de ser humano por el cual debería luchar esta Economía para la vida. Señalan que se trata de recuperar al sujeto y su subjetividad perdidos en el objetivismo de la tradición positivista de la sociedad moderna. Se trata de erradicar las relaciones sociales en que el ser humano es humillado, sojuzgado, abandonado y despreciado. Creo que cuando es más importante la especulación inmobiliaria se está casi que violando un derecho fundamental como es el del acceso a una ciudad en condiciones de dignidad. Lastimosamente el papel del Estado ha dejado de orientarse por las potencialidades que tiene para  “desmercantilizar” el acceso a los bienes que garanticen la vida humana. Si bien existen los canales para la participación ciudadana, aún falta mucho para que temas como el tamaño y la calidad de las viviendas construidas sea debatido entre los movimientos sociales que trabajan a escala local. Ante un discurso cada vez más fuerte de una escasez de suelo en Bogotá, puede esperarse que la mirada del acceso a la vivienda se quede anclada en estudios que hablen de costos de producción inflados o en concursos arquitectónicos de diseños de VIS precaria. ¿Existe la posibilidad de una movilización cívica alrededor de una oferta de VIS digna? ¿Podemos dejar de asociar el tamaño con el dinero y pasar a ver la necesidad de una vivienda en función del tamaño del hogar y sus necesidades? ¿Porque no nos cuestionamos éticamente por una desigualdad que se manifiesta por la construcción de esas ciudadelas de VIS y del otro lado grandes apartamentos? ¿Por qué dejar que el espacio sea definido por la capacidad de pago y no por el tamaño del hogar que lo ocupa? ¿Cómo encontrar un criterio más justo?


[1]    En el diagnóstico y formulación del Plan de Desarrollo de la ciudad, está presente de manera explícita una apuesta por pensar el desarrollo desde la perspectiva del ser humano. Véase por ejemplo Alcaldía Mayor de Bogotá. 2012. Bases del plan distrital de desarrollo Bogotá Humana 2012-2016. Disponible en http://www.sdp.gov.co/portal/page/portal/PortalSDP/Home/Noticias/HistoricoNoticias/PlandeDesarrollo
[2]    Distrito advierte que casas gratis presentadas por el gobierno son “muy pequeñas”. El Espectador. Sección Bogotá. 4 de Noviembre de 2012. http://www.elespectador.com/noticias/bogota/articulo-385200-distrito-advierte-casas-gratis-presentadasel-gobierno-son-muy-p
[3]    Hinkelammert, F. (2009) Economía, Sociedad y Vida Humana: preludio a una segunda critica de la economía política. 1ra Edición. Buenos Aires, Editorial Altamira. Para este artículo hago referencia específicamente al capítulo 1: La opción por la vida (apuntes para una ética del Sujeto desde la perspectiva de una Economía para la vida) pp.25-36

martes, 27 de noviembre de 2012

En mi noche solitaria

Cuando me invade esta tristeza
me quedo mirando fijamente al piso
e intento abstraerme de todo.
Intento no escuchar sus comentarios
y me dejo llevar al silencio
de un firmamento que brilla
en mi noche solitaria















Siento un dolor en mi pecho
por aquellas cosas que todo hombre
ha perdido y desearía
conservar eternamente
y me dejo llevar al silencio
de un lugar secreto
donde escondo mi mayor tesoro

La mañana es fría y me encuentro de mal humor
en la calle el agua se acumula
como las lagrimas que quieren salir de mis ojos
solo un reflejo borroso en el espejo
un fantasma que ya no se asusta de sí mismo

Repito una y otra vez la misma canción
la mantengo en mi mente
la susurran mis labios
mientras mis dedos golpean la mesa
siguiendo una vaga armonía
no quiero pronunciar palabra alguna

Recuerdo la imagen en la ciudad
intentando huir de ese sentimiento de angustia
de desprotección, de indefensión
¿donde encontrar un refugio?
¿Que respuesta esperar frente a su mentira?

 

Cuando me invade esta tristeza
me quedo mirando fijamente al piso
e intento abstraerme de todo
intento no escuchar sus comentarios
y me dejo llevar al silencio
de un firmamento que brilla
en mi noche solitaria

Mantengo mi mente cerrada
despliego las alas de la fantasía
y me imagino libre, una vez más libre
después de que las promesas son rotas
¿para que sirve seguir creyendo en ellas?

jueves, 23 de agosto de 2012

Finitud


Mira los acróbatas
¿Cómo caminan sobre la  cuerda floja?
¿Cómo aguantan cuando están pisando sobre calurosas rocas?
Ahora están disparando ráfagas de fuego al cielo
Y mientras el público aplaude
Me doy cuenta que aún hay niños que se sorprenden

Mira nuestras vidas
¿Cómo caminas caminante al hacer tu camino?
¿Te acuerdas de aquel poeta?
Ya no escuchas sus versos
Y escuchas nuevas y siniestras melodías
Mientras te das cuenta de que tu alma ha quedado vacía

Me veo reflejado en tus ojos
¿Qué oscuros pensamientos nos envenenan?
¿Te acuerdas de aquella imagen?
Ahora son tantas que los recuerdos se vuelven banales
Ante esa sobreexposición fotográfica
Solo nos queda mirar rostros inexpresivos, sonrisas prefabricadas

Y mientras doy vueltas en la cama
Solo pueda mirar como el tiempo se pasa
Como la vida sigue su transcurso
Aquella que comenzó hace millones de años
Y que continuara danzando apasionada en el universo
Hasta que un hoyo negro se lo trague todo.  


The Cure
Want
From: Wild Mood Swings
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domingo, 25 de marzo de 2012

¿Qué día es el domingo?



¿Qué día es el domingo? Es el séptimo o el primero. Es el fin o el comienzo, la muerte o el nacimiento de una semana. Dios creo el mundo en seis días y descansó el domingo. Para muchos el lunes es el primer día, el regreso a clases, al trabajo, pero aquí en Brasil, el lunes es segunda-feira. A mí me sonaba como al segundo día de descanso, ya saben, por los feriados y cuando la vida pasa a menudo de carnaval en carnaval todos los días se vuelven feriados. Miro el calendario y efectivamente las semanas comienzan el día domingo. Respecto a los feriados debo olvidar aquella ley Emiliani, que nos marcó varios lunes como días de descanso, teniendo la posibilidad de iniciar la semana un martes y asumir que cualquier día, hasta un jueves puede aparecer en rojo solitario, señalándome alguna fecha histórica, alguna devoción religiosa o simplemente algún acto fundacional que marca la historia de este país, de esta ciudad.

En la vida, existen muchas cosas que pueden ser el final y el comienzo simultáneamente. Al llegar a Rio de Janeiro, cada día era final y comienzo. Las costumbres adquiridas, aquellas que me habían permitido sobrevivir en el adorable pero intenso frío de Bogotá, no me servían mucho en una ciudad costera, cálida pero desconocida. Contaba uno a uno los días, los que llevaba y los que me faltaban y cada semana que pasaba significaba estar más cerca de mi regreso y más lejos de mi llegada. Creí que la solución que me facilitaría mi adaptación habría de venir de la creación de rutinas. Cuando las adquieres alcanzas cierta comodidad, cierto apego que se vuelve afecto y que solo en el momento en que la vida nos obliga, estamos dispuestos a cambiar.      

Basílica Inmaculada Concepción Rio de Janeiro 2011
Fue así, por ejemplo, como el domingo se convirtió de nuevo, en el día de ir a misa. Es extraño porque al final de cuentas estaba recuperando una vieja rutina que había perdido en Colombia. Un sermón y las oraciones en otro idioma, otras formas de vivir la comunión se conjugaban con una estructura fija, independiente del país o del idioma. Al igual que en Colombia, me di cuenta también de la hipocresía que nos cobija. Aquella que se manifiesta al salir de la iglesia y dar una limosna al mendigo, al miserable mientras el resto de la semana nos hacemos cómplices de su explotación y humillación. Mi egoísmo se centraba en alcanzar la paz para mi espíritu en un país que detestaba, al cual no me adaptaba y solo podía ver en sus caras una falsa amabilidad, una caridad, una lástima que no deseaba inspirar. Hace muchos meses que deje de ir a misa y afortunadamente he logrado adaptarme sintiéndome bien en la compañía de algunos seres humanos que -como en cualquier país- asumen la vida de una forma más sencilla, más honesta.

El domingo también era el día de salir a correr. Esa costumbre que practiqué durante mucho tiempo, había sido también olvidada e intenté recuperarla aquí. Sin embargo, debido al calor y a que mi salud no era la mejor, opté por salir a caminar y vaya que caminé. Jornadas en las cuales iba descubriendo cada lugar de esta ciudad. Las playas que quedan en Copacabana, el aterro de Botafogo, de Flamengo, la pista Claudio Coutinho -mi preferida-, la playa vermelha, fueron los primeros lugares, así como las calles del sector de Botafogo, donde estaba viviendo y donde aún me encuentro. Veía escondidas entre los edificios, pequeñas villas residenciales, pequeños tesoros donde la vivienda aún sigue siendo tipo casa y que son muy valorizadas en medio de una zona tan densa a raíz de su cercanía con la playa. También fue ahí cuando vi algunas favelas, como la de Santa Marta, donde después iría a visitar a unos chilenos que conocí en el instituto.

Ambas prácticas han sido olvidadas una vez más. A menudo, el domingo vuelve a ser el día en que no quiero salir del apartamento. Un día para quedarme mirando al techo, escuchando una radio que me cuenta las noticias del mundo en portugués y que en un efecto reflejo intento callar, cuando conecto mi computadora y me conecto por la web a los medios de comunicación de mi país. Intento no romper el lazo y me mantengo informado y recuerdo que los domingos eran días en los cuales salíamos a realizar la venta del periódico, el día en que cada mes nos reuníamos en la Tingua Azul en Timiza. Hábitos que de nuevo fueron olvidados o abandonados.

El domingo se ha convertido en un día de calles solitarias, donde el ruido de los trancones desaparece y la mayoría de los negocios están cerrados. A diferencia del barrio popular donde crecí, estoy experimentando ahora lo que es vivir en una zona de clase media. Tengo a pocas cuadras un centro comercial y todos los domingos voy a almorzar allí. Esta costumbre es la que más he conservado para este séptimo día. Es a menudo el único contacto con el mundo externo, cuando decido esconderme. Desde el primer momento me di cuenta del tipo de usuarios que lo frecuentaban y debo decir que es muy poco lo se que puede comprar en los almacenes si eres un estudiante que vive apenas con los recursos de su beca. No obstante, habían dos razones poderosas que me empujaban a permanecer allí. La posibilidad de conectarme al wi-fi gratuitamente y del otro lado almorzar en un restaurante que extrañamente tenía bajos precios y ofrecía unos platos que mi estomago aceptaría sin protestar.

Morro de Timbau, Maré, Rio de Janeiro (*)
El domingo debe ser un día muy diferente para los que viven en las zonas populares de Rio de Janeiro. Esta ciudad tiene en la zona sur, las llamadas zonas nobles, donde viven los sectores más ricos. Algunas favelas se colaron o han sido toleradas porque en una ciudad donde el transporte es caro, estar cerca del trabajo puede representar una enorme economía para un hogar que vive con el mínimo, pero también para los empleadores. Pero es la zona norte y oeste, las más homogéneas y donde grandes complejos ofrecen la otra cara de esta ciudad. Justamente hacia la zona norte, se encuentra la ciudad universitaria y el complejo de Maré y cada vez que voy a clases allí, observó la disposición de los barrios que en orden o desorden me muestran a una comunidad que en su mayoría está en un proceso continuo de construcción de sus casas, de sus vidas, empezando o terminando una semana más como esta.  

El pasado domingo fue un día especial, un momento para romper algunas rutinas, para vivir algo diferente que sin embargo fue ocasional. Salí de Botafogo para visitar a un amigo alemán que vive en La Maré. Allí tiene su casa y un pequeño negocio donde vende productos orgánicos. Combina sus actividades académicas con otras de tipo político y en esta ocasión ofreció junto con un colega argentino, un churrasco allá frente a su local. La cuota eran nueve reales y la cita a las tres de la tarde. Como era la tercera vez que iba, no tuve problemas para llegar cumplidamente. Fue mi puntualidad, la que hizo que terminara ayudando a Timo y Emanuel mientras las demás personas que trabajan con él se encargaban de adecuar las mesas y el resto de la comida.  

Nuestro churrasco en La Maré (**)
A medida que ejercía mi rol de ayudante de Emanuel, veía transcurrir la tarde en La Maré. Si se trata de ser más especifico debo decir que el nombre del barrio es Timbau. Allí los habitantes permanecen en las calles, caminan o se sientan frente a sus casas para conversar con el vecino. Los jóvenes a menudo transitan en sus motocicletas, probablemente trabajando, llevando a alguna persona que vive en la parte más alta del morro. Los altoparlantes con los sermones de algún pastor invitando a sus fieles o la música de algún residente que aprovecha ese día, para subirle el volumen al estéreo y cantar algún samba, algún funk buscando desesperadamente que no termine el domingo y el placer de estar en casa, descansando una vez más. Preparándose para una batalla por la supervivencia en esta ciudad maravillosa.

Han llegado varias personas que conocen a nuestro anfitrión. Muchos de ellos, viven en la zona sur o en barrios del centro. Algunos son extranjeros como yo, unos se acercan para conversar con nosotros, otros por el contrario se mantienen alejados, esperando la hora de comer un buen pedazo de carne. Recuerdo ese problema, muchos caciques y pocos indios, en fin, nada raro. En mi caso, le propongo a Timo que acepte mis horas de trabajo en el asador como pago. Él lo acepta y finalizado el asado, puedo saborear una refresco hecho a base de caipiriña. Mis manos están negras por el carbón y mi cuerpo huele a asado. Una vez pasado el festín, nos dedicamos a contar nuestras historias y si bien no me gano la rifa de una planta y una agenda artesanal argentina tengo la posibilidad de hacer de este domingo un día anormal, especial, único.
A las nueve de la noche, desciendo la calle y me dirijo hacia la avenida Brasil, camino solo pero enfrento ese miedo y actúo como si estuviera en mi barrio. Soy uno más que pasa desapercibido, realmente tampoco es que tenga mucho que perder pues soy muy sencillo en mi forma de vestir y no acostumbro a andar sin más dinero que el de los buses y una que otra cerveza. El barrio empieza a quedar desolado, tal vez este barrio adquiere a medida que pasa la noche una nueva fisonomía, así como en Patio Bonito, son otros los que lo caminan, otros los que hacen uso de las calles y es por eso que muchos prefieren resguardarse pensando solo en la posibilidad de un nuevo amanecer, de un nuevo día para repetir una vez más sus propias rutinas.

Yo también espero repetir mi rutina, la que he construido en estos meses. No sé si mi semana ya comenzó o si ella terminó. No sé que tanto de lo que vivo hace parte de una nueva etapa y que pertenece al pasado. Viajando en el autobús veo alejarse el barrio popular, poco a poco lo pierdo de mi horizonte y aparecen sucesivas calles y túneles que en la oscuridad profunda de esta noche me hacen sentir perdido. He llegado a Botafogo y camino por estas calles solitarias para entrar una vez más al apartamento. ¿Ha terminado el séptimo o el primer día? No lo sé y tampoco sé que me depara esta vida.

Foto Morro de Timbau: Elisangela Leite
Foto Churraco: Facebook Roça Rio www.roca-rio.com
Las demás fotos: Hernando Sáenz
Enlace recomendado: Redes de desenvolvimento da Maré
http://www.redesdamare.org.br/mare/