La vivienda es actualmente tratada como una mercancía más y en ese
sentido el acceso a la misma depende antes que nada de la capacidad de pago del
hogar. En Colombia, así como en la mayoría de las naciones que tienen economías
de mercado, adquirir una vivienda requiere de los recursos suficientes para su
compra, bien sea en el mercado de vivienda nueva como en el de usada. Incluso
la compra de un lote en una “urbanización pirata” requiere de recursos y
quienes carecen de ellos sencillamente deben conformarse con vivir en alquiler.
Una de las consecuencias de esta lógica mercantil es que tanto el
tamaño, como la localización y la calidad de la vivienda terminan estando
asociadas al precio. La política de vivienda de interés social VIS implementada
en las últimas décadas -no solo en Colombia sino en varios países
latinoamericanos- es prueba de ello. Para los hogares con menores ingresos, a
pesar de la posibilidad de un subsidio, de un crédito en la banca comercial y
de los ahorros, no existe realmente mayor libertad para elegir. Se trata más
bien de aceptar lo que los ingresos pueden costear. Una casa o apartamento grande y bien localizado se ha
convertido en el privilegio de unos pocos.
Por eso es tan importante la discusión que tiene lugar en Bogotá, sobre
la construcción de viviendas gratis que ha prometido el gobierno nacional para
los más pobres. Imagino que para algunos es muestra de un esfuerzo del
presidente Santos por luchar contra la pobreza, para otros por el contrario
significará una muestra más de la relación existente entre él y los gremios de
la construcción y de las medidas que se toman, buscando que las tasas de
ganancias se mantengan, frente a un desaceleramiento de la demanda solvente.
Por ahora, me parece oportuno, destacar que el discutir sobre la localización y
el tamaño de la vivienda, nos lleva a cuestionarnos sobre la posibilidad de
“desmercantilizar” el acceso a la vivienda y verla entonces desde una óptica
más humana[1].
Frente a la discusión sobre un área de 40 o 45 metros cuadrados[2],
basta señalar como durante muchas décadas el tamaño promedio de un lote
comprado en una urbanización irregular era de 72 metros cuadrados. La vivienda
si bien era construida poco a poco tenía unas dimensiones que facilitaban la
construcción también de espacios para colocar una tienda o un negocio, e
incluso para la construcción de espacios para arrendar. Con las viviendas de
interés social VIS y particularmente con la más barata de ellas, denominada
Vivienda de Interés Prioritario VIP, se ha caído en una situación en la cual,
los pobres tienen más dificultades para aprovechar la casa como fuente complementaria
de ingresos. Ingresos obtenidos no por el simple afán de lucro, sino bajo una
lógica de subsistencia.
En cuanto a la localización, debe señalarse positivamente la puesta en
debate acerca del derecho a vivir bien localizado en la ciudad y de luchar
contra la segregación socioespacial. Cuando imperan estos deseos especuladores
con el valor del suelo en zonas centrales, la actuación del gobierno distrital
en defensa de los sectores de menores ingresos es de destacar, puesto que la
mayoría, sino la totalidad de oferta de VIS estaba concentrada en la periferia
de la ciudad. La reducción de espacios para ser urbanizados de manera informal
también ha significado que hasta este tipo de oferta se ubique cada vez más
lejos de las centralidades de la capital. Creer que es posible ofrecer vivienda
para los grupos de bajos ingresos en localizaciones centrales permite entonces
mejoras en la calidad de vida de estos hogares, representados por las
posibilidades de trayectos más cortos y menos costosos hacia los lugares que
concentran la mayor oferta de trabajo (formal e informal) de la ciudad.
Todos estos esfuerzos, sea la de una vivienda con las dimensiones
adecuadas y una buena localización, creo que pueden ser pensadas desde una Economía
para la vida, propuesta teórica y metodológica presentada por Franz Hinkelammert y Henry Mora
en un libro publicado en 2009[3].
Allí, los autores discuten sobre cuál es el objeto de estudio de la ciencia
económica. Para responderla, parten de la pregunta más básica que todo ser
humano se realiza: ¿cuál es el sentido de la vida? La respuesta esbozada en
términos muy sencillos es que se trata de vivirla. Para ellos, los seres
humanos buscan una vida material, concreta y tratan de acceder a los medios que
les permitan vivir. Lo que ha sucedido
durante la hegemonía del sistema capitalista es que dicho acceso se ha ido
restringiendo progresivamente a una única opción: el mercado. Como ya
mencionamos en el caso de la vivienda, sea regulado o no, es el mercado y por
ende la capacidad de pago lo que define el tamaño, la calidad y la localización
de la vivienda.
Hinkelammert y Mora, nos recuerdan de nuevo, aquella división entre
crematística y economía establecida por Aristóteles. De un lado, “el arte del
lucro”, la economía utilizada para incrementar la propiedad de dinero por el
dinero mismo y del otro, la economía como la ciencia que se preocupa por el
abastecimiento de los hogares y de la comunidad circundante, a través del
acceso a los bienes necesarios para satisfacer, potenciar y desarrollar las
necesidades humanas. No obstante, en su propuesta normativa no se aboga por la
eliminación de los mercados, sino por la posibilidad de someter los mercados a
un derecho fundamental: el derecho a vivir. Es pues, someter el valor de
cambio, la ley del valor frente a este derecho, que se constituye en base para
la libertad humana.
Considero que la mercantilización de la vivienda nos ha llevado a
naturalizar el dicho popular que dice “me tengo que ir: soy pobre y vivo
lejos”. Recordándonos las ideas propias del análisis de tipo neoclásico, los
autores critican el fetichismo que existe sobre el postulado de la eficiencia y
la lucha competitiva, el cual se impone incluso frente a las exigencias por
vivir. Aunque parece ya un sueño lejos de ser realidad, vale la pena discutir
acerca del tamaño de las viviendas que se ofrecen. Aunque conservadora la
definición de un mínimo de 45 metros cuadrados, vale la pena preguntarse si
realmente no es posible que se mantengan ofertas con tamaños más dignos y tipos
de vivienda más flexibles, similares a aquellas auto-construidas en décadas
pasadas.
Un punto final destacado por Hinkelammert y Mora, radica en el proyecto
de ser humano por el cual debería luchar esta Economía para la vida. Señalan
que se trata de recuperar al sujeto y su subjetividad perdidos en el
objetivismo de la tradición positivista de la sociedad moderna. Se trata de
erradicar las relaciones sociales en que el ser humano es humillado, sojuzgado,
abandonado y despreciado. Creo que cuando es más importante la especulación
inmobiliaria se está casi que violando un derecho fundamental como es el del
acceso a una ciudad en condiciones de dignidad. Lastimosamente el papel del
Estado ha dejado de orientarse por las potencialidades que tiene para “desmercantilizar” el acceso a los bienes que
garanticen la vida humana. Si bien existen los canales para la participación
ciudadana, aún falta mucho para que temas como el tamaño y la calidad de las
viviendas construidas sea debatido entre los movimientos sociales que trabajan
a escala local. Ante un discurso cada vez más fuerte de una escasez de suelo en
Bogotá, puede esperarse que la mirada del acceso a la vivienda se quede anclada
en estudios que hablen de costos de producción inflados o en concursos arquitectónicos
de diseños de VIS precaria. ¿Existe la posibilidad de una movilización cívica
alrededor de una oferta de VIS digna? ¿Podemos dejar de asociar el tamaño con
el dinero y pasar a ver la necesidad de una vivienda en función del tamaño del
hogar y sus necesidades? ¿Porque no nos cuestionamos éticamente por una
desigualdad que se manifiesta por la construcción de esas ciudadelas de VIS y
del otro lado grandes apartamentos? ¿Por qué dejar que el espacio sea definido
por la capacidad de pago y no por el tamaño del hogar que lo ocupa? ¿Cómo encontrar
un criterio más justo?
[1] En el diagnóstico
y formulación del Plan de Desarrollo de la ciudad, está presente de manera explícita
una apuesta por pensar el desarrollo desde la perspectiva del ser humano. Véase
por ejemplo Alcaldía Mayor de Bogotá. 2012. Bases del plan distrital de
desarrollo Bogotá Humana 2012-2016. Disponible en http://www.sdp.gov.co/portal/page/portal/PortalSDP/Home/Noticias/HistoricoNoticias/PlandeDesarrollo
[2] Distrito
advierte que casas gratis presentadas por el gobierno son “muy pequeñas”. El
Espectador. Sección Bogotá. 4 de Noviembre de 2012. http://www.elespectador.com/noticias/bogota/articulo-385200-distrito-advierte-casas-gratis-presentadasel-gobierno-son-muy-p
[3] Hinkelammert,
F. (2009) Economía, Sociedad y Vida Humana: preludio a una segunda critica de
la economía política. 1ra Edición. Buenos Aires, Editorial Altamira. Para este
artículo hago referencia específicamente al capítulo 1: La opción por la vida
(apuntes para una ética del Sujeto desde la perspectiva de una Economía para la
vida) pp.25-36