Hace un par
de meses leí un texto llamado Vivir la propia vida en un mundo en
fuga. Su autor, Ulrich Beck afirma en dicho texto que nuestro
tiempo se caracteriza por el predominio de un ser humano que tiene
como principal desafío ser el autor de su propia vida, el creador de
una identidad individual. Según Beck hemos sido llevados a esa
situación por causa de lo que denomina la paradoja del
individualismo institucional. Las normas legales dispuestas en
los Estados de Bienestar hicieron de los individuos y no de los
grupos, sus principales receptores de beneficios siguiendo la regla
de que las personas debían organizar con el tiempo más y más
aspectos de su propia vida.
Alejandro Obregon, La Violencia 1962 |
El escenario
ha cambiado y ahora las personas son transplantadas de una sociedad
industrial nacional para el torbellino multinacional de una sociedad
del riesgo global. Si con el ascenso de las sociedades industriales
las personas eran reorganizadas en categorías sociales fijas, lejos
de las certezas religiosas y cosmológicas, ahora dichas categorías
son una especie de zombies que mueren pero aún viven. Buscar una
alternativa en las tradiciones también termina siendo una cuestión
de elección que debe ser justificada y defendida ante otras opciones
y vividas como un riesgo personal.
Beck señala
que la sociedad y el terreno público están constituidos de espacios
conflictivos, que al mismo tiempo son individualizados,
transnacionalmente abiertos y definidos unos en oposición a los
otros. Es en este tipo de espacios en los cuales cada grupo cultural
prueba y vive su híbrido.
Algunos
aspectos del contexto en que nos movemos
Antes de
organizar unas cuentas consideraciones acerca de lo que creo es el
desafío (¿riesgo?) de construir una nueva (¿otra?) masculinidad,
quiero hacer unas observaciones sobre las ideas que expresa Beck en
su artículo, específicamente en relación a esa paradoja del
individualismo institucional. En primer lugar pienso que este
análisis debe ser tomado con cuidado teniendo en cuenta que el
proceso de individualismo institucionalizado del cual habla Beck fue
parcial, incompleto en la mayoría de las sociedades
latinoamericanas. Para ellas es bien sabido que dada su posición
subordinada en los procesos de acumulación capitalista, la inclusión
en una ciudadanía basada en los más básicos derechos humanos fue
nula para ciertos sectores de la población
¿Si existe
esa amenaza de la atomización, se manifiesta por igual en cada clase
o grupo social? Y al interior de cada una de ellas ¿cómo afecta a
hombres y mujeres? Por citar un ejemplo, en el mercado laboral, la
categoría informal fue usada a menudo para referirse a los sectores
populares excluidos de un mercado de trabajo reglamentado por el
Estado. Hoy en día, la informalización en el mercado de trabajo
afecta también a las personas de clase media que han visto como en
los nuevos circuitos globales, la informalización aparece como la
forma dominante de las empresas transnacionales mientras que el
Estado deja en manos privadas la administración de derechos básicos
como la salud y las pensiones. Este proceso se da de manera
concomitante con una cada vez mayor inserción laboral de las
mujeres, que deben sumar entonces a sus jornadas de trabajo, las
tareas no remuneradas necesarias para la subsistencia de sus hogares.
Hay una crisis masculina también cuando la mujer asume esa jefatura
familia y reemplaza al hombre en su tradicional papel de proveedor
económico.
Beck
menciona que en ese reto de vivir la propia vida, se echa mano de
recursos variados, entre ellos la tradición. No es raro entonces ver
como en un periodo de globalización se reactivan los nacionalismos,
los regionalismos y lejos de desaparecer terminan siendo claves en un
proceso de identidad híbrida. ¿Es lo híbrido algo nuevo en las
sociedades latinoamericanas? Nuestras sociedades siempre han tratado
de emular las sociedades europeas o norteamericanas. Esa exigencia
normativa contrasta con la realidad de sectores populares que
mantuvieron vivas muchas tradiciones campesinas e indígenas que si
bien tienen un valor simbólico también fueron importantes por su
utilidad para adaptarse (sobrevivir) en medio de procesos de
modernización inacabada que impusieron las élites a los demás
grupos sociales en cada uno de nuestros respectivos países. Buena
parte de la recuperación del pensamiento indígena está ahora
siendo utilizado para cuestionar conceptos como el desarrollo. ¿Es
posible encontrar elementos allí para cuestionar también la
construcción de lo femenino y lo masculino que nos fue impuesto
desde la invasión europea en el siglo XV? ¿Encontramos elementos en
la esencia del catolicismo reivindicado incluso por algunas
izquierdas?
Otto Dix- La Guerra |
En este
torbellino se mueven los hombres latinoamericanos, algunos de ellos
tratando de re-inventarse, de apostar por una nueva masculinidad.
Siguiendo esa lógica fragmentadora podría uno preguntarse a que
tipo de “hombre” me refiero y que quiero decir con “reinvención”
o “nueva masculinidad”. Dejando a un lado ese juego de las
palabras, quiero señalar que el machismo o lo patriarcal atraviesa a
toda la sociedad y especialmente la latinoamericana, que su
transformación no es solo un asunto que concierne a las mujeres que
actualmente lo denuncian sino que nos incumbe a nosotros también y
que es una nueva masculinidad en tanto represente un proyecto
emancipador y nos libere también a nosotros de esas exigencias que
nos han impuesto en una sociedad caracterizada por la barbarie, por
la guerra donde el principal victimario somos nosotros los hombres.
Un camino
para hacer caminando
En este
esfuerzo por construir una nueva masculinidad es importante escuchar
la voz de las mujeres, algunas de ellas feministas que han logrado
sintetizar muy bien lo que es una estructura social de tipo
patriarcal y reconocer que efectivamente vivimos en sociedades donde
ser hombre nos da un privilegio, desde el mismo momento en que
nacemos. Según la teoría de la decolonialidad las relaciones entre
los géneros se refieren a una construcción social donde ser hombre
y ser mujer remite a actitudes y roles específicos, los cuales van
a complementar una organización que tiene su principal base en lo
racial. Autoras como Rita Segato señalan que la masculinidad es la
construcción de un sujeto obligado a adquirirla como status, a
través de pruebas, enfrentando la muerte, mostrando habilidades de
resistencia, agresividad, capacidad de dominio y acopio del “tributo
femenino” para poder exhibir el paquete de potencias -bélica,
política, sexual, intelectual, económica y moral- que le permitirá
ser reconocido y titulado como sujeto masculino. En el caso de los
países latinoamericanos que vivieron procesos de colonización, se
tiene que los colonizadores negociaron con ciertas estructuras
masculinas o simplemente las reinventaron (Marañon-Pimentel 2013,
Segato 2010).
Débora Arango- La Justicia |
Henri
Lefebvre señalaba en el primer capítulo de su libro llamado La
vida cotidiana en el mundo moderno, algunos
elementos asociados con la producción del “ser humano” en las
obras del joven Marx. Esta también implica la producción de
relaciones sociales y en ese sentido no solo hay una reproducción
biológica y material sino que tenemos una reproducción de las
relaciones sociales. El lugar donde acontece esa reproducción es la
vida cotidiana. En ella se sitúa el núcleo racional, el centro real
de la praxis (LEFEBVRE, 1973).
¿Cómo se
han construido las relaciones sociales entre hombres y mujeres en
nuestras sociedades latinoamericanas? ¿Como puede verse a la luz de
los procesos de dependencia de nuestras economías? Ya hemos señalado
algo en la primera parte al señalar ese proceso inacabado de
individualismo institucionalizado que da paso al atomismo. Quiero
sencillamente señalar aquí que para quienes están luchando por
proyectos emancipadores es imposible sustraerse a la superación de
una estructura patriarcal. Pero esa tarea se debe cumplir ahora. No
es un asunto a resolver después de que el sistema capitalista haya
sido superado para dar paso a otro proyecto en el cual -en su debido
momento- se resuelva la cuestión del patriarcado, la cuestión
racial, etc. Poco contribuye un militante que sigue ejerciendo el
machismo sobre su pareja, como aquel indígena o afrodescendiente que
señala la dominación a la que es sujeto, pero no aquella que ejerce
al interior de su grupo social en relación a sus compañeras. Esa es
una de las situaciones más paradójicas que se pueden encontrar
entre los grupos que luchan contra algún tipo de opresión. En
nuestro caso, somos hombres que reconocemos las situaciones de
desigualdad e inequidad en términos socioeconómicos, pero dejamos a
un lado, nuestro compromiso frente a las situaciones tradicionales de
desigualdad entre hombres y mujeres.
Si las relaciones entre hombres y mujeres son naturalizadas es comprensible que muchos de los hombres sean indiferentes a ciertas conductas que de ser debidamente cuestionadas harían al mejor estilo marxista plantear como incuestionable el proceso de revolución, en este caso frente al patriarcado. Pero no se trata aquí de establecer un paralelo entre la lucha de clases y la “lucha contra el machismo”. Es claro que nuestra masculinidad se comienza a definir desde la familia y que siendo ella el principal espacio de dominación, sea por allí por donde deba reinventarse nuestra forma de ser hombre, pero eso incluye posteriormente a la escuela, el mundo del trabajo, las relaciones afectivas, la cultura. Nuestra educación es un proceso continuo de insensibilización frente al dolor de los demás y del nuestro propio. Siempre estamos enfrentándonos al reto de ser “hombres”. Es una competencia que se prolongara por el resto de nuestras vidas para ser el macho dominante de la manada. Desde niños se nos educa para no llorar porque eso es signo de debilidad, tampoco podemos expresar nuestros afectos porque es demasiado femenino. Mientras jugamos a matarnos se nos va adiestrando para ser carne de cañón en la guerra.
Pero además
de fomentar en nosotros a ese hombre salvaje que arrastra a la
mujer de los cabellos, existe otro modelo de “hombre” que valdrá
la pena examinar. Puesto que una de las críticas que se plantean
desde el feminismo es la construcción de una feminidad tipo
Blancanieves, Cenicienta, Rapunzel, etc., vale la pena pensar en el
príncipe azul y el ideal estético que se vende en nuestras
sociedades racistas. Ya hemos empezado a ver que entre los hombres
comienza a venderse la idea del metrosexual y por lo tanto una
industria floreciente donde el modelo es el de un hombre blanco,
rubio, con cuerpo de fisicoculturista: piense en el novio de la
Barbie, en los guardianes de la Bahía, en los New Kids on the Block
o para no ser tan anticuado en Justin Bieber. El tipo de hombre que
es muy lindo y que debe ser objeto de admiración por parte de las
mujeres que esperan ser la princesa y hacer realidad el cuento de
hadas, donde ellas encuentran quién las proteja, donde el amor lo
tolera todo, incluso la opresión. Este tipo de construcción social
niega entonces a las otras razas o peor aún las reconoce en tanto
ellas sean adaptadas a los patrones holliwoodescos. Vemos entonces
que incluso hasta Pocahontas termina siendo otra Barbie. Lo que antes
se ocultaba por miedo a ser poco masculino termina volviéndose un
mercado y entonces los hombres entran a demandar cirugías estéticas,
a llenar el cuerpo de esteroides y comprar una cantidad de productos
que mantenga o incremente la potencia sexual, el tamaño del pene,
porque existe también otro modelo de hombre que es el tipo pornográfico, el latin
lover que al igual que las mujeres le dan un ambiente “democrático”
al mercado y la industria del sexo.
Frente a ese
modelo impuesto desde la pornografia habrá mucho que discutir,
porque finalmente para muchos jóvenes ha sido su principal referente
a la hora de iniciar una vida sexual. El hombre debe competir en
materia de obtener para sí la mayor cantidad de mujeres, de poseer
sus cuerpos y hacer con ellos lo que quiera, cuando quiera y donde
quiera. Mucho mejor cuando la mujer se muestra dispuesta a esa
dominación y demuestra placer en ser dominada. Las relaciones con
las mujeres se cosifican o giran exclusivamente alrededor de la
posibilidad de alcanzar un placer sexual que incluso se reduce
tristemente a lo genital porque se nos ha enseñado a ser insensibles
y esa prerrogativa se mantiene incluso en el plano sexual. De un lado
está el amor romántico diciéndonos que debemos encontrar nuestra
princesa (una buena ama de casa) y del otro la pasión y el placer que nos pueden proporcionar las
“otras” mujeres (la mujer fatal). Se requiere abandonar la virginidad, no importa
cómo, ni con quién, mucho menos si es con o sin amor. Los amigos
pasan a ser vistos como potenciales amenazas en ese plan de macho de
la manada. No hay espacio para conversar sobre la soledad, sobre el
homosexualismo, la depresión, el suicido o tantas otras
preocupaciones que se manifiestan en la adolescencia. Todo queda al
margen cuando la exigencia es mostrarse fuerte, hacerse hombre. El
proceso de insensibilidad continua y es así como el acercamiento
hacia las mujeres termina convirtiéndose en una experiencia
desastrosa para muchos de ellos.
Al igual que
en la infancia, la sanción social ejercida por otros hombres puede
ser más fuerte que el respeto y valoración del cuerpo femenino. Las
mujeres se terminan cosificando, se convierten en objetos que hay que
poseer para validarse como hombre frente a los demás. La valoración
es mayor cuando esos encuentros están vacíos de sentimentalismos,
porque el hombre debe ser así, un mujeriego y por tanto la monogamia
es mal vista. No obstante ese criterio cambia cuando se usa para
evaluar el comportamiento sexual de una mujer. Ellas son consideradas
putas y la infidelidad de la mujer con el hombre o el hecho de que
ella decida terminar una relación sin el consentimiento del hombre
puede llegar a ser incluso la razón que justifica tantos
feminicidios. Lo peor de todo es cuando la sociedad termina tolerando
y justificando esos crímenes porque terminan culpando a la víctima
y no examinando detalladamente como se producen socialmente los
victimarios.
Jorge Zapata- Calle Deseo |
Es verdad
que ser un hombre en estos tiempos parece enfrentar cada vez más
riesgos, puesto que como mencionamos antes existe un desencantamiento
con el sueño de un trabajo para toda la vida y porque finalmente las
mujeres están logrando victorias en su lucha por un reconocimiento y
trato más igualitario. ¿Puede entonces verse esto como una
oportunidad valiosa para ensayar otras formas de ser hombre? Tenemos
la posibilidad de construir una relación igualitaria entre nosotros
y ellas en donde prime la cooperación.
Pienso que
una palabra que puede ser rescatada es la amistad. Tener otros amigos
hombres, tener amigas mujeres (sin segundas intenciones) es algo que
también desaparece o se niega en ese proceso de construcción de la
masculinidad. Parece que tener amigos es algo que solo ocurre en la
infancia o en la adolescencia. Luego se hace uno adulto, se casa,
tiene familia, se sumerge en los problemas económicos mientras que
los sentimientos son silenciados y sumergidos en el alcohol, la
cerveza, las drogas, las relaciones sexuales prohibidas, y muchos
otros comportamientos inspirados en el deseo de huir, de no pensar en
toda esa presión que sobre los hombres se ha ejercido y que hemos
heredado casi sin protestar. ¿Tenemos derechos a tomar un descanso,
retirar nuestras armaduras y hablar del dolor que sentimos al vivir
la vida como una permanente guerra?
Justamente
quiero terminar señalando que es la guerra la principal beneficiada
con la masculinidad que hemos heredado. Colombia ha pasado al igual
que muchas zonas del mundo, por ciclos de violencia que tienen en
común el ser guerras entre hombres y de que las mujeres sean vistas
como botín de guerra y por ende sometidas a todo tipo de vejaciones.
En un país como el nuestro, asumir el compromiso de explorar nuevas
masculinidades se convierte en una posibilidad que aunque individual
puede repercutir en lo social. Masculinidades donde la sensibilidad
deje de verse como un atributo femenino exclusivamente, puesto que
necesitamos ser sensibles al dolor propio así como al dolor ajeno.
Al dolor de tantas mujeres sí, pero también el de muchos hombres
que son victimas y victimarios en esta sociedad. Ser sensibles puede
ayudarnos para tender redes de solidaridad con los otros y otras pero
más allá para re-producir relaciones sociales igualitarias en
nuestra cotidianidad a pesar de que existan diferencias raciales, de
genero, de opiniones políticas, religiosas. Una nueva masculinidad
que potencie la creatividad que se necesita para re-inventarnos al
lado de las mujeres (y no sobre ellas) y nos acerque un poco más a
ese ideal utópico de una sociedad libertaria.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
BECK,
Ulrich. Viver a própria vida num mundo em fuga: individualização,
globalização e política. In: HUTTON, W. e GIDDENS, A. (orgs.). No
limite da racionalidade: convivendo com o capitalismo. Rio de
Janeiro: Record, 2004
LEFEBVRE,
Henri. La vida cotidiana en el mundo moderno. Madrid: Alianza Editorial, 1973.
MARAÑON-PIMENTEL,
B. La colonialidad del poder y la economía solidaria. En:
MARAÑON-PIMENTEL, B. (coord.). Solidaridad económica y
potencialidades de transformación en América Latina. Una
perspectiva descolonial. Buenos Aires, CLACSO, 2012. Disponible en:
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/gt/20121024023550/Solidaridadeconomica.pdf
SEGATO, Rita. Los cauces profundos de la raza latinoamericana: una relectura del mestizaje. En: Critica y Emancipación Revista latinoamericana de Ciencias Sociales. Buenos Aires, CLACSO, N° 3, segundo semestre 2010. Disponible en http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/secret/CyE/CyE3/CyE3.pdf
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