domingo, 9 de marzo de 2014

CONSTRUIR UNA NUEVA MASCULINIDAD

Hace un par de meses leí un texto llamado Vivir la propia vida en un mundo en fuga. Su autor, Ulrich Beck afirma en dicho texto que nuestro tiempo se caracteriza por el predominio de un ser humano que tiene como principal desafío ser el autor de su propia vida, el creador de una identidad individual. Según Beck hemos sido llevados a esa situación por causa de lo que denomina la paradoja del individualismo institucional. Las normas legales dispuestas en los Estados de Bienestar hicieron de los individuos y no de los grupos, sus principales receptores de beneficios siguiendo la regla de que las personas debían organizar con el tiempo más y más aspectos de su propia vida.

Alejandro Obregon, La Violencia 1962
Lo paradójico está en que ese proceso de individualización hizo que la vida dejara de descansar en tradiciones obligatorias para hacerlo ahora bajo la influencia de directrices institucionales, específicamente de recursos institucionales como los derechos humanos. Con el desmonte de los Estados de Bienestar y la hegemonía del mercado, tiene lugar un proceso de atomización en el cual se hace énfasis en el individuo y su responsabilidad para consigo mismo. Los fenómenos de la crisis social terminan siendo asumidos entonces por los individuos. En suma, según Beck los problemas sociales se transforman en disposiciones psicológicas.

El escenario ha cambiado y ahora las personas son transplantadas de una sociedad industrial nacional para el torbellino multinacional de una sociedad del riesgo global. Si con el ascenso de las sociedades industriales las personas eran reorganizadas en categorías sociales fijas, lejos de las certezas religiosas y cosmológicas, ahora dichas categorías son una especie de zombies que mueren pero aún viven. Buscar una alternativa en las tradiciones también termina siendo una cuestión de elección que debe ser justificada y defendida ante otras opciones y vividas como un riesgo personal.

Beck señala que la sociedad y el terreno público están constituidos de espacios conflictivos, que al mismo tiempo son individualizados, transnacionalmente abiertos y definidos unos en oposición a los otros. Es en este tipo de espacios en los cuales cada grupo cultural prueba y vive su híbrido.

Algunos aspectos del contexto en que nos movemos

Antes de organizar unas cuentas consideraciones acerca de lo que creo es el desafío (¿riesgo?) de construir una nueva (¿otra?) masculinidad, quiero hacer unas observaciones sobre las ideas que expresa Beck en su artículo, específicamente en relación a esa paradoja del individualismo institucional. En primer lugar pienso que este análisis debe ser tomado con cuidado teniendo en cuenta que el proceso de individualismo institucionalizado del cual habla Beck fue parcial, incompleto en la mayoría de las sociedades latinoamericanas. Para ellas es bien sabido que dada su posición subordinada en los procesos de acumulación capitalista, la inclusión en una ciudadanía basada en los más básicos derechos humanos fue nula para ciertos sectores de la población

¿Si existe esa amenaza de la atomización, se manifiesta por igual en cada clase o grupo social? Y al interior de cada una de ellas ¿cómo afecta a hombres y mujeres? Por citar un ejemplo, en el mercado laboral, la categoría informal fue usada a menudo para referirse a los sectores populares excluidos de un mercado de trabajo reglamentado por el Estado. Hoy en día, la informalización en el mercado de trabajo afecta también a las personas de clase media que han visto como en los nuevos circuitos globales, la informalización aparece como la forma dominante de las empresas transnacionales mientras que el Estado deja en manos privadas la administración de derechos básicos como la salud y las pensiones. Este proceso se da de manera concomitante con una cada vez mayor inserción laboral de las mujeres, que deben sumar entonces a sus jornadas de trabajo, las tareas no remuneradas necesarias para la subsistencia de sus hogares. Hay una crisis masculina también cuando la mujer asume esa jefatura familia y reemplaza al hombre en su tradicional papel de proveedor económico.

Beck menciona que en ese reto de vivir la propia vida, se echa mano de recursos variados, entre ellos la tradición. No es raro entonces ver como en un periodo de globalización se reactivan los nacionalismos, los regionalismos y lejos de desaparecer terminan siendo claves en un proceso de identidad híbrida. ¿Es lo híbrido algo nuevo en las sociedades latinoamericanas? Nuestras sociedades siempre han tratado de emular las sociedades europeas o norteamericanas. Esa exigencia normativa contrasta con la realidad de sectores populares que mantuvieron vivas muchas tradiciones campesinas e indígenas que si bien tienen un valor simbólico también fueron importantes por su utilidad para adaptarse (sobrevivir) en medio de procesos de modernización inacabada que impusieron las élites a los demás grupos sociales en cada uno de nuestros respectivos países. Buena parte de la recuperación del pensamiento indígena está ahora siendo utilizado para cuestionar conceptos como el desarrollo. ¿Es posible encontrar elementos allí para cuestionar también la construcción de lo femenino y lo masculino que nos fue impuesto desde la invasión europea en el siglo XV? ¿Encontramos elementos en la esencia del catolicismo reivindicado incluso por algunas izquierdas?

Otto Dix- La Guerra
Lo que quiero señalar es que si bien somos culturas híbridas desde hace mucho tiempo, parece que ello es visto como algo indeseado, como un efecto no esperado en esa falsa creencia de una historia lineal donde nuestras sociedades más tarde que temprano lograrían ser como Europa, como Estados Unidos. En el campo social el individualismo institucional sería ya algo inalcanzable y lo poco que se habría conseguido no serviría de mucho toda vez que ahora asistimos a esta amenaza del atomismo donde cada uno de nosotros debe encargarse de responder por su propia existencia. No es raro que se nos venda entonces ese discurso del emprendedor que se hace rico a punta de su propio esfuerzo o de que sea creciente la apatía hacia los partidos políticos (incluso los de izquierda) dejando que la democracia sea cada vez la más refinada expresión de la dictadura. Incluso en el campo de la lucha por los derechos humanos tiende a predominar políticas públicas fragmentadas bajo el argumento de la defensa de las diferencias. Así por tanto hay políticas para niños, jóvenes, adultos, adultos mayores, mujeres, gitanos, negros, indígenas, etc. Lejos de ese sueño por un proyecto que integrara a todos los excluidos y excluidas, existe ahora políticas diferenciadas mientras que los opresores mantienen sus grupos de poder bastante bien unificados en la red global organizada por el capital financiero.

En este torbellino se mueven los hombres latinoamericanos, algunos de ellos tratando de re-inventarse, de apostar por una nueva masculinidad. Siguiendo esa lógica fragmentadora podría uno preguntarse a que tipo de “hombre” me refiero y que quiero decir con “reinvención” o “nueva masculinidad”. Dejando a un lado ese juego de las palabras, quiero señalar que el machismo o lo patriarcal atraviesa a toda la sociedad y especialmente la latinoamericana, que su transformación no es solo un asunto que concierne a las mujeres que actualmente lo denuncian sino que nos incumbe a nosotros también y que es una nueva masculinidad en tanto represente un proyecto emancipador y nos libere también a nosotros de esas exigencias que nos han impuesto en una sociedad caracterizada por la barbarie, por la guerra donde el principal victimario somos nosotros los hombres.

Un camino para hacer caminando

En este esfuerzo por construir una nueva masculinidad es importante escuchar la voz de las mujeres, algunas de ellas feministas que han logrado sintetizar muy bien lo que es una estructura social de tipo patriarcal y reconocer que efectivamente vivimos en sociedades donde ser hombre nos da un privilegio, desde el mismo momento en que nacemos. Según la teoría de la decolonialidad las relaciones entre los géneros se refieren a una construcción social donde ser hombre y ser mujer remite a actitudes y roles específicos, los cuales van a complementar una organización que tiene su principal base en lo racial. Autoras como Rita Segato señalan que la masculinidad es la construcción de un sujeto obligado a adquirirla como status, a través de pruebas, enfrentando la muerte, mostrando habilidades de resistencia, agresividad, capacidad de dominio y acopio del “tributo femenino” para poder exhibir el paquete de potencias -bélica, política, sexual, intelectual, económica y moral- que le permitirá ser reconocido y titulado como sujeto masculino. En el caso de los países latinoamericanos que vivieron procesos de colonización, se tiene que los colonizadores negociaron con ciertas estructuras masculinas o simplemente las reinventaron (Marañon-Pimentel 2013, Segato 2010).

Débora Arango- La Justicia
Tenemos entonces ya muchos elementos para iniciar un dialogo. Pero todo dialogo exige que las personas que participen estén dispuestas a escuchar atentamente lo que los demás digan. A menudo, nuestra primera reacción es de malestar, casi nunca un hombre se toma inicialmente un momento para escuchar y para ponerse en el lugar de las mujeres. Las diferencias entre hombres y mujeres han sido naturalizadas y ello en buena medida por las tradiciones, costumbres que heredamos desde que somos niños ¿por qué cambiar entonces? En un primer momento puede que la denuncia de un orden patriarcal solo remita a un proyecto emancipador de las mujeres, pero creo que ese proyecto emancipador termina también ayudándonos a pensar que también nosotros podemos actuar para rebelarnos, tomar conciencia de esa estructura de poder instituida e intentar liberarnos también de esa obligación que nos han impuesto para ser “hombres”. Una forma de actuar es haciéndonos solidarios con las mujeres y reconocer que vivimos en medio de una sociedad que produce y reproduce en diferentes escalas relaciones de poder, de opresión.

Henri Lefebvre señalaba en el primer capítulo de su libro llamado La vida cotidiana en el mundo moderno, algunos elementos asociados con la producción del “ser humano” en las obras del joven Marx. Esta también implica la producción de relaciones sociales y en ese sentido no solo hay una reproducción biológica y material sino que tenemos una reproducción de las relaciones sociales. El lugar donde acontece esa reproducción es la vida cotidiana. En ella se sitúa el núcleo racional, el centro real de la praxis (LEFEBVRE, 1973).

¿Cómo se han construido las relaciones sociales entre hombres y mujeres en nuestras sociedades latinoamericanas? ¿Como puede verse a la luz de los procesos de dependencia de nuestras economías? Ya hemos señalado algo en la primera parte al señalar ese proceso inacabado de individualismo institucionalizado que da paso al atomismo. Quiero sencillamente señalar aquí que para quienes están luchando por proyectos emancipadores es imposible sustraerse a la superación de una estructura patriarcal. Pero esa tarea se debe cumplir ahora. No es un asunto a resolver después de que el sistema capitalista haya sido superado para dar paso a otro proyecto en el cual -en su debido momento- se resuelva la cuestión del patriarcado, la cuestión racial, etc. Poco contribuye un militante que sigue ejerciendo el machismo sobre su pareja, como aquel indígena o afrodescendiente que señala la dominación a la que es sujeto, pero no aquella que ejerce al interior de su grupo social en relación a sus compañeras. Esa es una de las situaciones más paradójicas que se pueden encontrar entre los grupos que luchan contra algún tipo de opresión. En nuestro caso, somos hombres que reconocemos las situaciones de desigualdad e inequidad en términos socioeconómicos, pero dejamos a un lado, nuestro compromiso frente a las situaciones tradicionales de desigualdad entre hombres y mujeres.


Si las relaciones entre hombres y mujeres son naturalizadas es comprensible que muchos de los hombres sean indiferentes a ciertas conductas que de ser debidamente cuestionadas harían al mejor estilo marxista plantear como incuestionable el proceso de revolución, en este caso frente al patriarcado. Pero no se trata aquí de establecer un paralelo entre la lucha de clases y la “lucha contra el machismo”. Es claro que nuestra masculinidad se comienza a definir desde la familia y que siendo ella el principal espacio de dominación, sea por allí por donde deba reinventarse nuestra forma de ser hombre, pero eso incluye posteriormente a la escuela, el mundo del trabajo, las relaciones afectivas, la cultura. Nuestra educación es un proceso continuo de insensibilización frente al dolor de los demás y del nuestro propio. Siempre estamos enfrentándonos al reto de ser “hombres”. Es una competencia que se prolongara por el resto de nuestras vidas para ser el macho dominante de la manada. Desde niños se nos educa para no llorar porque eso es signo de debilidad, tampoco podemos expresar nuestros afectos porque es demasiado femenino. Mientras jugamos a matarnos se nos va adiestrando para ser carne de cañón en la guerra.

Pero además de fomentar en nosotros a ese hombre salvaje que arrastra a la mujer de los cabellos, existe otro modelo de “hombre” que valdrá la pena examinar. Puesto que una de las críticas que se plantean desde el feminismo es la construcción de una feminidad tipo Blancanieves, Cenicienta, Rapunzel, etc., vale la pena pensar en el príncipe azul y el ideal estético que se vende en nuestras sociedades racistas. Ya hemos empezado a ver que entre los hombres comienza a venderse la idea del metrosexual y por lo tanto una industria floreciente donde el modelo es el de un hombre blanco, rubio, con cuerpo de fisicoculturista: piense en el novio de la Barbie, en los guardianes de la Bahía, en los New Kids on the Block o para no ser tan anticuado en Justin Bieber. El tipo de hombre que es muy lindo y que debe ser objeto de admiración por parte de las mujeres que esperan ser la princesa y hacer realidad el cuento de hadas, donde ellas encuentran quién las proteja, donde el amor lo tolera todo, incluso la opresión. Este tipo de construcción social niega entonces a las otras razas o peor aún las reconoce en tanto ellas sean adaptadas a los patrones holliwoodescos. Vemos entonces que incluso hasta Pocahontas termina siendo otra Barbie. Lo que antes se ocultaba por miedo a ser poco masculino termina volviéndose un mercado y entonces los hombres entran a demandar cirugías estéticas, a llenar el cuerpo de esteroides y comprar una cantidad de productos que mantenga o incremente la potencia sexual, el tamaño del pene, porque existe también otro modelo de hombre que es el tipo pornográfico, el latin lover que al igual que las mujeres le dan un ambiente “democrático” al mercado y la industria del sexo.

Frente a ese modelo impuesto desde la pornografia habrá mucho que discutir, porque finalmente para muchos jóvenes ha sido su principal referente a la hora de iniciar una vida sexual. El hombre debe competir en materia de obtener para sí la mayor cantidad de mujeres, de poseer sus cuerpos y hacer con ellos lo que quiera, cuando quiera y donde quiera. Mucho mejor cuando la mujer se muestra dispuesta a esa dominación y demuestra placer en ser dominada. Las relaciones con las mujeres se cosifican o giran exclusivamente alrededor de la posibilidad de alcanzar un placer sexual que incluso se reduce tristemente a lo genital porque se nos ha enseñado a ser insensibles y esa prerrogativa se mantiene incluso en el plano sexual. De un lado está el amor romántico diciéndonos que debemos encontrar nuestra princesa (una buena ama de casa) y del otro la pasión y el placer que nos pueden proporcionar las “otras” mujeres (la mujer fatal). Se requiere abandonar la virginidad, no importa cómo, ni con quién, mucho menos si es con o sin amor. Los amigos pasan a ser vistos como potenciales amenazas en ese plan de macho de la manada. No hay espacio para conversar sobre la soledad, sobre el homosexualismo, la depresión, el suicido o tantas otras preocupaciones que se manifiestan en la adolescencia. Todo queda al margen cuando la exigencia es mostrarse fuerte, hacerse hombre. El proceso de insensibilidad continua y es así como el acercamiento hacia las mujeres termina convirtiéndose en una experiencia desastrosa para muchos de ellos.

Al igual que en la infancia, la sanción social ejercida por otros hombres puede ser más fuerte que el respeto y valoración del cuerpo femenino. Las mujeres se terminan cosificando, se convierten en objetos que hay que poseer para validarse como hombre frente a los demás. La valoración es mayor cuando esos encuentros están vacíos de sentimentalismos, porque el hombre debe ser así, un mujeriego y por tanto la monogamia es mal vista. No obstante ese criterio cambia cuando se usa para evaluar el comportamiento sexual de una mujer. Ellas son consideradas putas y la infidelidad de la mujer con el hombre o el hecho de que ella decida terminar una relación sin el consentimiento del hombre puede llegar a ser incluso la razón que justifica tantos feminicidios. Lo peor de todo es cuando la sociedad termina tolerando y justificando esos crímenes porque terminan culpando a la víctima y no examinando detalladamente como se producen socialmente los victimarios.

Jorge Zapata- Calle Deseo
Luego viene el matrimonio. El momento en el cual se adquiere la propiedad de la mujer, que en muchas ocasiones no pasa ni por una sanción civil ni religiosa sino por la obligación de responder por un hijo no deseado. Para otros hombres tener un primogénito varón sigue siendo valorizado como signo de masculinidad. Y esto nos lleva a hablar también de la paternidad puesto que nuestra masculinidad no solo se materializa en nuestros roles como hijo, novio, esposo, sino como padre. Un buen padre se reduce a ser un buen proveedor económico. El valor del hombre reside en que consiga trabajar y tener los ingresos suficientes para mantener su familia (evitando que la mujer trabaje pues ella debe ser dependiente económicamente de él). El dialogo con los hijos, la preocupación con sus sentimientos, el desarrollo de una nueva masculinidad se ve truncada ante comportamientos que una vez más tienden a reproducirse.

Es verdad que ser un hombre en estos tiempos parece enfrentar cada vez más riesgos, puesto que como mencionamos antes existe un desencantamiento con el sueño de un trabajo para toda la vida y porque finalmente las mujeres están logrando victorias en su lucha por un reconocimiento y trato más igualitario. ¿Puede entonces verse esto como una oportunidad valiosa para ensayar otras formas de ser hombre? Tenemos la posibilidad de construir una relación igualitaria entre nosotros y ellas en donde prime la cooperación.

Pienso que una palabra que puede ser rescatada es la amistad. Tener otros amigos hombres, tener amigas mujeres (sin segundas intenciones) es algo que también desaparece o se niega en ese proceso de construcción de la masculinidad. Parece que tener amigos es algo que solo ocurre en la infancia o en la adolescencia. Luego se hace uno adulto, se casa, tiene familia, se sumerge en los problemas económicos mientras que los sentimientos son silenciados y sumergidos en el alcohol, la cerveza, las drogas, las relaciones sexuales prohibidas, y muchos otros comportamientos inspirados en el deseo de huir, de no pensar en toda esa presión que sobre los hombres se ha ejercido y que hemos heredado casi sin protestar. ¿Tenemos derechos a tomar un descanso, retirar nuestras armaduras y hablar del dolor que sentimos al vivir la vida como una permanente guerra?

Justamente quiero terminar señalando que es la guerra la principal beneficiada con la masculinidad que hemos heredado. Colombia ha pasado al igual que muchas zonas del mundo, por ciclos de violencia que tienen en común el ser guerras entre hombres y de que las mujeres sean vistas como botín de guerra y por ende sometidas a todo tipo de vejaciones. En un país como el nuestro, asumir el compromiso de explorar nuevas masculinidades se convierte en una posibilidad que aunque individual puede repercutir en lo social. Masculinidades donde la sensibilidad deje de verse como un atributo femenino exclusivamente, puesto que necesitamos ser sensibles al dolor propio así como al dolor ajeno. Al dolor de tantas mujeres sí, pero también el de muchos hombres que son victimas y victimarios en esta sociedad. Ser sensibles puede ayudarnos para tender redes de solidaridad con los otros y otras pero más allá para re-producir relaciones sociales igualitarias en nuestra cotidianidad a pesar de que existan diferencias raciales, de genero, de opiniones políticas, religiosas. Una nueva masculinidad que potencie la creatividad que se necesita para re-inventarnos al lado de las mujeres (y no sobre ellas) y nos acerque un poco más a ese ideal utópico de una sociedad libertaria.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

BECK, Ulrich. Viver a própria vida num mundo em fuga: individualização, globalização e política. In: HUTTON, W. e GIDDENS, A. (orgs.). No limite da racionalidade: convivendo com o capitalismo. Rio de Janeiro: Record, 2004

LEFEBVRE, Henri. La vida cotidiana en el mundo moderno. Madrid: Alianza Editorial, 1973.

MARAÑON-PIMENTEL, B. La colonialidad del poder y la economía solidaria. En: MARAÑON-PIMENTEL, B. (coord.). Solidaridad económica y potencialidades de transformación en América Latina. Una perspectiva descolonial. Buenos Aires, CLACSO, 2012. Disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/gt/20121024023550/Solidaridadeconomica.pdf

SEGATO, Rita. Los cauces profundos de la raza latinoamericana: una relectura del mestizaje. En: Critica y Emancipación Revista latinoamericana de Ciencias Sociales. Buenos Aires, CLACSO, N° 3, segundo semestre 2010. Disponible en http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/secret/CyE/CyE3/CyE3.pdf 


 

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