sábado, 17 de abril de 2010

(DE)…FORMACION ECONOMISTA

El objetivo de este artículo consiste en demostrar la importancia del uso combinado de metodologías cuantitativas y cualitativas en los procesos de formación académica de los estudiantes de economía, que viven en una nación como Colombia. Una primera razón se remite sencillamente a tener en cuenta que el arte y la religión son formas complementarias de acceder a la consecución de la verdad y una segunda razón radica en la necesidad de unos economistas (o mejor tecnócratas) con unas bases mínimas de facilidad en su comunicación con los no-economistas y en particular con las poblaciones objeto de los programas de desarrollo social, las cuales son a menudo subvaloradas por el peso excesivo que se exige para el desarrollo de competencias matemáticas como la modelación.

CIENCIA, ARTE Y RELIGION

El primer argumento que he presentado, alude al papel de la ciencia en cuanto medio para explicar los fenómenos naturales y sociales. Para muchos parece existir una oposición entre la ciencia, el arte y la religión y más aún se tiende a pensar que solamente la primera tiene derecho a reclamar para sí el dominio exclusivo de la verdad. Sin embargo, creo que más que la obtención de la verdad absoluta, la ciencia como tal abre una caja repleta de incertidumbres, las cuales solo pueden resolverse de manera parcial mediante los mecanismos de observación y experimentación. Los datos no hablan por sí solos y en su interpretación se demanda de una mediación y permanente debate que expresa más unas verdades relativas que una de tipo absoluto.

Algunos de los primeros defensores de la ciencia, enfrentaron la institución de la Iglesia, cuya finalidad de control sobre el conocimiento respondía a la necesidad de mantener un status quo, un poder sobre el pueblo que seguía los designios de la fe, cuya esencia se sintetizaba en la Teología, la moral y/ o la política. De manera alternativa, al permitir que cualquier persona razonara o desarrollara las habilidades para hacerlo, se estaba promoviendo en últimas un acto de rebeldía frente al sometimiento de la autoridad. Fue así que alcanzamos la conquista de la libertad intelectual.

Creo que este progreso de la ciencia, ha tendido a generar una subvaloración de la religión y el arte como forma de acceder al conocimiento. Esta subvaloración está latente en la división de la trinidad ciencia-arte-religión. El arte y la religión caen en una bolsa marcada con el nombre de misticismo, de especulaciones sin apoyo empírico y en algunos casos es incluso tildada de simple charlatanería o de un espacio repleto de sentimentalismos muy opuestos a esa supremacía de la razón y el método científico.

Ahora bien, un motivo para desconfiar de la religión, deriva del papel que ha cumplido la institución de la Iglesia, en particular su autoritarismo y represión frente a quienes disentían de su autoridad. En Latinoamérica la gran mayoría de la población nativa se vio forzada a renegar de sus antiguas creencias y adherirse a la fe católica so pena de morir. La Inquisición ha sido tal vez de las peores calamidades importadas desde Europa y particularmente desde España a nuestro continente. Esa devastación causada con la espada y la cruz, nos quitó toda posibilidad de apelar a nuestros orígenes y por ende nuestra identidad ha quedado vaciada de contenido y relegada a los esfuerzos de pocos intelectuales.

Con todo y esta orfandad, el progreso científico va a estar mezclado con la Iglesia, principal detentora de la generación de conocimiento en las colonias. La inserción posterior a los procesos independentistas del siglo XIX en un escenario de comercio internacional, significará entonces que el conocimiento se aplique para la generación de unas condiciones mínimas que hagan funcionar el mercado interior y así iniciar un proceso de acumulación de capital. La búsqueda de la verdad mediante la revelación divina se integró de manera sincrética a la búsqueda del máximo beneficio económico. Hoy por hoy, el discurso ético de la iglesia se limita a invocar una responsabilidad social muy sospechosa por cuanto avala la usura y permite la explotación del ser humano sobre el ser humano a cambio de unas donaciones económicas que la mayoría de las veces sirve como expiación de culpas, tal y como en los siglos pasados el latifundismo se conservaba cuando pasaba de la aristocracia a manos de las ordenes religiosas a cambio de misas y oraciones por el eterno descanso del alma en el más allá.

También existen dudas acerca del papel del arte. En primer lugar, por cuanto estuvo asociado a la iglesia católica durante siglos, con el claro propósito de ayudar en la consolidación de la fe cristiana. No es de extrañar que buena parte de las obras clásicas correspondan a motivos religiosos y que sólo con la modernidad, los artistas hayan intentado dar un paso hacia su libertad y expresar los sentimientos humanos más diversos expresando no sólo los aspectos más crueles sino también los más sublimes. De vuelta a nuestra realidad latinoamericana, ese proceso de emancipación necesario para el desarrollo de una estética propia latinoamericana es poco reconocida por los propios latinoamericanos quienes se quedan perdidos ante la estética del consumo que en un primer momento aboga por la homogenización y luego por la diversidad y así poder mantener sus altas tasas de ganancias. Se suma a ello, el poco peso del arte producido respecto al arte popular y los escasos ejercicios por intercomunicarlos para generar una creatividad mucho más autónoma y propia.

Una visión mucho más nefasta tenemos entonces, si sumamos a la desarticulación de la trinidad ciencia-arte-religión, el progresivo peso de las dinámicas del capitalismo que funcionalizan estas formas de conocimiento para unos fines exclusivos de acumulación y no de alternatividades de desarrollo según los contextos espacio-temporales y en particular de la América Latina de comienzos del siglo XXI. Tenemos entonces, una serie de purismos atrofiantes que van desde los fanatismos religiosos, hasta los científicos objetivos sin posturas políticas o ideológicas frente al debate de la ciencia para quién y unos artistas que deambulan por las galerías del mundo en busca de una identidad perdida en el fondo de sus corazones mestizos pero presentados como eurocéntricos o anglosajones.

Ante esta posible lectura de relativismo o de sociología de las ciencias, no quiero decir que no existe un elemento estructural, que haga de la ciencia una en cualquier lugar del planeta. Todas las religiones en sí comparten también elementos que las unen a pesar de su aparente imposibilidad de reconciliación. Creo que en el arte es donde mejor se reconoce la unidad en la diversidad y es a partir de la expresión artística que creo es posible pensar en una amalgama entre los inamovible e incuestionable y los elementos propios a cada región, a cada cultura.


ECONOMÍA: ¿CIENCIA O TECNICA?

Esta reflexión, es importante en el campo de la ciencia económica: En nuestras universidades, se nos enseña acerca del origen de la disciplina, tenemos grandes iconos como Smith, Ricardo, Marx, Marschall, Shumpeter, etc. El origen de lo económico puede rastrearse en Aristóteles y en la Teología y su evolución posterior en el siglo XVIII con los fisiócratas y la economía política. No obstante, para muchos la consolidación de la economía como ciencia se debe gracias a la escuela marginalista ya que apropian el desarrollo formal-matemático proveniente de la física pero con la intención de usarla para explicar los fenómenos sociales.

La supremacía de esta corriente en la enseñanza actual de la economía deja muy poco espacio para otras propuestas y en especial de aquellas que carezcan de un aparato matemático. Incluso para muchos economistas más que los autores clásicos y sus argumentaciones, prima la formalización y ello explica porque se habla más de neoinstitucionalismo que de institucionalismo o que se empiece a reconocer la utilidad del marxismo en la medida en que se pueda modelizar. En algunas universidades, se considera entonces que para ser un buen economista vale más la destreza con el uso de las matemáticas que la capacidad de análisis o la capacidad para expresar las ideas a través del uso del lenguaje. Tenemos en últimas buenos matemáticos pero pésimos comunicadores. Al igual que en la edad media, se han construido jerarquías que dictaminan la verdad y la imponen a los estudiantes que muchas veces deben verse frustrados ante la imposibilidad de manejar las herramientas de análisis.

Este oscurantismo viene a quedar avalado por las instituciones de ciencia y tecnología que han pasado de una manera brusca a convertir a una sociedad que se estuvo filosofando inapropiadamente a otra que quiere ser técnica sin invertir en la creatividad que se consigue solo con la apertura de la mente y el reconocimiento de otras formas de acceder al conocimiento. Se han adoptado estándares mercantiles para avalar la calidad de la educación superior en Colombia y eso lleva a que los docentes se vean en la obligación de llenar buena parte de sus programas con literatura anglosajona dejando a un lado el debate académico propio de la región que se da en español o portugués. De igual manera la indexación de las revistas académicas premia la cantidad y no la calidad y peor aún al hablar de calidad se cita a la producción europea o norteamericana como si ella no estuviera también viciada de cierto provincialismo.

Creo que es importante abogar por una economía más cualitativa en sus metodologías. No quiero que se me interprete como enemigo de las herramientas cuantitativas, algo muy propio del ethos colombiano (si no esta conmigo está contra mí), sino que por el contrario abogo por la posibilidad de enseñar a los jóvenes de nuestras universidades a realizar estudios integrales donde no sólo la modelización sea importante sino también la capacidad de compresión intersubjetiva que sólo se alcanza con el diálogo, aspecto que está presente en varias metodologías de tipo cualitativo como los grupos focales, las entrevistas a profundidad, etc., y que por pertenecer a otras disciplinas sociales no consideradas muy científicas por muchos economistas tienden a ser rechazadas dentro de los programas curriculares de algunas facultades de economía.

Lastimosamente para algunos docentes, aquellos estudiantes que carecen de habilidades matemáticas no tienen derecho a ser economistas. Me opongo con firmeza a esa sentencia inquisitoria, pues creo en la posibilidad de una renovada economía política, una economía política que tiene que luchar para defender el derecho a la argumentación racional. En segundo lugar, creo que un estudiante debe tener la posibilidad de interactuar con las metodologías y los esquemas teóricos de otras disciplinas, en su transcurrir por la academia, esa combinación puede servir para explotar la creatividad, que haría de las monografías un verdadero instrumento para que el estudiante iniciara una senda de investigación propia.

En la actualidad, la esterilidad de este ejercicio, se caracteriza no sólo por la poca innovación en los resultados, pues solo se aplican modelos preconcebidos para avalar muchas veces las ideas del director del trabajo sino por las dificultades estructurales del alumno para llenar de contenido las páginas extras a la explicación de la metodología y sus resultados. Mientras se ven tres cursos de microeconomía y tres de macroeconomía, más tres de estadística, un alumno de economía apenas recibe un curso de español funcional o de técnicas de redacción. No es raro entonces que se haya optado por modos de graduación como el de ver el primer semestre de una maestría como opción de grado, cuya rentabilidad es mayor si se logra enganchar al estudiante quién sufrirá más tarde de todas formas la obligación de redactar sus ideas o las de otro para avalar su formación de posgrado.

EL CONTEXTO COLOMBIANO

Para concluir, quiero agregar que estas reflexiones me parecen pertinentes si tenemos en cuenta la cruda realidad de nuestra sociedad colombiana. A partir de los logros alcanzados por la constitución de 1991, buena parte de los procesos de planeación requieren ahora de una participación ciudadana. Una impresión elemental, implicaría que el universo de competencia exclusivamente técnico del planificador debe arreglárselas de cara a una población que no maneja el lenguaje del tecnócrata o frente a unos medios de comunicación que en su afán de rating tergiversan las ideas o propuestas de políticas públicas que en su primer momento responden a un ejercicio científico, para politizar el escenario de lo público que en esencia es un espacio intersubjetivo donde concurre no solo el estado y el mercado, sino la sociedad civil.

Sin embargo, a partir de nuestro esquema de enseñanza, los economistas o quienes estudian economía, aspiran ser gerentes de bancos, miembros del Banco de la República o funcionarios públicos, desarrollando un modo de vida consumista que en últimas requiere para su fácil discurrir del fortalecimiento de ese lenguaje técnico. No es raro incluso como surgen derivaciones que intentan explicar la vida cotidiana con palabras de la profesión al igual que sucede con tantas profesiones y oficios. En los momentos en que se debe interactuar con el público profano, se está al borde de la crisis pues no surgen mayores posibilidades de interacción.

Tenemos entonces, que estos grandes tecnócratas manejan un buen dialogo con sus pares, cerrando aún más el carácter autárquico de la producción intelectual, mientras que los excluidos deben conformarse con las pésimas editoriales de periódico o con las especulaciones que surgen en los espacios de participación ciudadana. A pesar de la importancia de debatir sobre la economía y de las diferentes maneras como penetra en la vida común y corriente de todos nosotros, carecemos de la posibilidad de ir más allá. Como recuerda el teólogo Lonergan, buena parte de los cambios de nuestra condición económica operarían si lo económico pudiera llegar a ser un tema de opinión pública, lo cual requiere abandonar ese excesivo uso del lenguaje técnico.

En un país como Colombia, marcado por una pésima distribución del ingreso y por una persistente anulación o invisibilización del otro por su diferencia, el papel de la universidad no se puede quedar en la reproducción de más de lo mismo. Al igual que el irrespeto a los derechos humanos, están vulnerando la libertad de cátedra de manera soterrada, pues si bien se editan y promulgan estatutos y se enarbolan principios de tolerancia, cada vez más se observa la contradicción con respecto a los hechos. La aplicación de pruebas como los ECAES, los procesos de acreditación de los programas de economía o la subvaloración del pensamiento económico colombiano y latinoamericano termina dando paso a un educación que solo pretende imitar ciertos iconos internacionales y uno que otro referente nacional. Tenemos entonces una jerarquía de facultades, donde las más importantes a nivel nacional imitan centros internacionales y las facultades restantes solo imitan a las otras. Esa falta de identidad mina la creatividad y por ende vuelve estéril la producción de conocimiento, dejamos de ser científicos para reducirnos a unos simples técnicos o tecnócratas.

Estas reflexiones que he planteado, no se escuchan en ningún pasillo universitario, no hacen parte de las agendas de los docentes y menos aún de los estudiantes que quedan confinados a grupos de investigación estériles. Muchos menos en el sector público, solo se quedan en las conversaciones de cafetería entre unos cuantos excluidos que reclamamos nuestro derecho a ser economistas, a ser “otro” tipo de economistas. Las matemáticas aportan mucho al desarrollo de una habilidad para esquematizar y ordenar los pensamientos, pero esta destreza se consigue también mediante el desarrollo de las habilidades para leer, comprender y escribir. Debemos ayudar a los estudiantes a desarrollar la capacidad para expresar sus ideas, no se trata de mutilarles su imaginación sino por el contrario de potenciarla mediante el uso de la modelación o mediante la interacción con otras personas profanas en el tema pero con muchas cosas que nos pueden educar y que estamos desperdiciando por el miedo a ver atacada y desmoronada esa pretendida objetividad científica que sirve para hacernos creer que podemos decirlo todo sobre esa realidad compleja que nos rodea y nos desborda por completo.

Artículo publicado originalmente en el blog El Campanazo

domingo, 11 de abril de 2010

INVESTIGADORES SOCIALES-SECTORES POPULARES

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL CAMPANAZO.

PARTE 1.

A MANERA DE AUTOCRITICA CONSTRUCTIVA

Existe la firme creencia que el crecimiento económico de una nación genera el desarrollo de las personas que en ella viven. Sin embargo, durante todo el siglo XX, la economía intentó develar cuáles eran los factores que generaban ese crecimiento y surgieron así diferentes teorías del desarrollo. El resultado final fue la creación de modelos que planteaban como varita mágica en la generación de riqueza, inversiones en lo que llamaban factores de producción.

Uno de tales factores es el capital humano, que se emplea para designar las capacidades y destrezas que tienen las personas para desempeñar las actividades laborales. Si un país quiere progresar, decían los expertos debía invertir en educación para que los individuos lograran desempeñarse de manera eficiente y así contribuir a ese fin nacional. Pero nuestro país se ha caracterizado por ser una sociedad excluyente y la educación ha sido una herramienta muy efectiva para esta realidad.

La educación y su calidad esta discriminada según la capacidad adquisitiva de quien demande este servicio. En esta visión mercantil es clara la consecuencia para la producción de conocimiento, los aportes a la generación de riqueza y por última la generación del desarrollo. Todas ellas van en vía de favorecer la acumulación de unos pocos y de profundizar aún más la desigual distribución de la riqueza.

¿Cuál es el papel de los docentes y en particular de los investigadores sociales frente a este hecho? Es ambivalente, moviéndose desde posturas en las cuales la producción intelectual está sujeta a las leyes del mercado y del otro lado de una apología revolucionaria y de transformación social que remeda pobremente los autoritarismos de tipo comunista o socialista. Ello es particularmente sentido en cuanto a los sectores populares como objeto de estudio y como co-autor de acciones de cambio social.

En el primer caso, existe la tendencia a eternizar el problema de la pobreza como tema de investigación. Lo paradójico es que entre más investigación académica existe, mayor miseria y pobreza hay en nuestras ciudades. ¿Demuestra eso la calidad de la investigación o la ausencia de una verdadera conciencia de transformación social en nuestros investigadores y docentes? En el caso de los sectores populares, existen cientos de investigaciones realizadas en los últimos 50 años que reposan en las bibliotecas de las universidades, a partir de las cuales se realizaron y realizan eventos como seminarios, conversatorios, paneles, etc. donde “los expertos” expresan sus conclusiones y recomendaciones a otros “pares”, mientras que la ciudad continua su marcha indiferente e incluso indispuesta ante esta sobreproducción de un conocimiento que muy pocas veces le sirve a los sujetos de estudio.

Claro los sectores populares, son un objeto de investigación muy fácil de elegir pues allí se encuentra buena parte de la población. A diferencia de los sectores de clase media o de elite que son cerrados y que impiden en la mayoría de los casos que un investigador social les pregunte por sus estilos de vida, la extroversión de los sectores populares ha permitido que durante mucho tiempo el problema de la pobreza se limite a quienes la padecen y no a quienes la generan. Si bien, en la ciencia es difícil establecer cadenas de causalidad sin experimentación o validación empírica, existe una tendencia ligera de los investigadores a llegar a los barrios, extraer la información y olvidarse de las comunidades. Sometidos a los derechos de propiedad intelectual y los requisitos de Colciencias, se les borra de la cabeza que dichos derechos particulares proceden de un derecho colectivizado o público en el sentido que es toda una comunidad la generadora de esa información que interpretada por el profesional es expuesta en las universidades.

Para ser flexibles con los investigadores sociales, podríamos tratar de comprender que su difícil situación laboral o que la baja remuneración los obliga a comportarse así. Pero no es la docencia un arte más que una profesión. ¿No requiere ante todo de corazón y por ende de satisfacción inmaterial a pesar de las limitaciones materiales? De todas formas es muy difícil encontrar docentes entre los sectores más marginados de la sociedad. Por lo general todos ellos hacen parte de la clase media o alta. Es algo casi natural en este mundo excluyente. Mientras tanto en los sectores populares las personas progresan a su estilo, presentan su propia estética y tienen sus aspiraciones, muchas de ellas centradas en hacer parte de la clase media.

Sin embargo, del otro lado están los docentes politizados. No quiere esto decir que los anteriores no lo sean, simplemente que para los segundos prima lo político sobre la labor científica clásica que se vende como “objetiva” o “aséptica”. Para ellos, la investigación adquiere desde un comienzo una calificación de popular pues es indispensable como categoría revolucionaria. Pero detrás de ella se esconden los procesos de imposición de un discurso propio de la guerra fría y que con muy pocos cambios se adapta en contra de una globalización neoliberal.

Existe un peso excesivo en la apelación de la experimentación como única forma de generar conocimiento y a la hora de construir pensamiento predomina la intención del “experto” por ideologizarlo. La vida deja de ser trivial en el primer caso para convertirse en una tragedia existencial y en ambos casos la comunidad objeto de estudio permanece al margen e indiferente en una cotidianidad marcada por la supervivencia o la acumulación que logre generar bienestar al entorno social más cercano que es el familiar.

Un aspecto importante al analizar si existe o no relación entre investigadores sociales y sectores populares, es en definitiva la institución llamada Universidad. Sometida a las leyes del mercado, su producción intelectual ha sufrido de pérdida en su calidad y de una excesiva atomización cuando las problemáticas sociales exigen visiones más totalizadoras. Pero además de eso, el miedo a perder esa identidad como “generadora de conocimiento” la inhibe en su potencial de “transformadora social”, es decir como un ente eminentemente político. Claro, muchas quieren evitar caer en el caso de la Universidad Pública que en décadas pasadas se terminó asociando como foco de insurgencia y que aún hoy en día es escenario de anquilosados individuos que de vez en cuando van a los barrios pensando que los sectores populares no desean ser parte del sistema capitalista que los excluye.

Los sectores populares son un escenario social diverso y no es un conjunto de barrios peligrosos donde viven pobres con pobres. En ellos hay acumulación, hay riqueza, hay movilidad económica y claro está pobreza y miseria. Pueden existir emprendimientos capitalistas y organizaciones de corte comunitario que recogen del pasado libertario lo que más les conviene. Nada de eso es extraño para ser calificado como anormal o marginal y mucho menos informal. Muchas de esas denominaciones “académicas” solo esconden intereses políticos afectos a más mercado o más Estado.

Existe una relación de explotación de los sectores populares pues dependiendo del tipo de investigador, se usan a estas personas para validar las ideas del investigador y no tanto para conocer las de los estudiados. Si lo segundo fuera lo predominante tal vez no estaríamos ante esta crisis de pensamiento propio, no adoleceríamos de falta de identidad y nuestra contribución al pensamiento social sería más auténtica con o sin validación internacional.

Ser investigador social puede significar una actitud hacia la vida en el sentido de buscar eternamente una verdad que nunca se dejara interpretar en su complejidad. Una utopía como la de los anarquistas pero que sirve de norte mientras dura la vida. Esa actitud requiere humildad y una mente atenta que parte de identificarse como ignorante pero con ánimos de aventurarse y perderse y fracasar. Sin embargo, no es suficiente con conocer el agua tibia –algo que no es malo en sí mismo- sino que lo que importa es luchar por evitar que ese conocimiento se privatice. En una época en que la información no es suficiente sino se procesa y decanta, de nada sirve querer mantener el control sobre la variable de estudio. La relación entre investigadores sociales y sectores populares no es neutra y de lo que se trata es que cada parte reflexione y se de cuenta de lo subjetivo que puede llegar a ser este relacionamiento, para exigir una responsabilidad compartida y que podría comenzar por ejemplo por exigirle cuentas a la universidad acerca de lo que hace con sus investigaciones y en segundo lugar de un proceso de restitución o devolución de ese conocimiento a las bibliotecas públicas del distrito y a las barriales de iniciativa comunitaria. Ese es el primer paso llamado construcción de identidad.