domingo, 11 de abril de 2010

INVESTIGADORES SOCIALES-SECTORES POPULARES

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL CAMPANAZO.

PARTE 1.

A MANERA DE AUTOCRITICA CONSTRUCTIVA

Existe la firme creencia que el crecimiento económico de una nación genera el desarrollo de las personas que en ella viven. Sin embargo, durante todo el siglo XX, la economía intentó develar cuáles eran los factores que generaban ese crecimiento y surgieron así diferentes teorías del desarrollo. El resultado final fue la creación de modelos que planteaban como varita mágica en la generación de riqueza, inversiones en lo que llamaban factores de producción.

Uno de tales factores es el capital humano, que se emplea para designar las capacidades y destrezas que tienen las personas para desempeñar las actividades laborales. Si un país quiere progresar, decían los expertos debía invertir en educación para que los individuos lograran desempeñarse de manera eficiente y así contribuir a ese fin nacional. Pero nuestro país se ha caracterizado por ser una sociedad excluyente y la educación ha sido una herramienta muy efectiva para esta realidad.

La educación y su calidad esta discriminada según la capacidad adquisitiva de quien demande este servicio. En esta visión mercantil es clara la consecuencia para la producción de conocimiento, los aportes a la generación de riqueza y por última la generación del desarrollo. Todas ellas van en vía de favorecer la acumulación de unos pocos y de profundizar aún más la desigual distribución de la riqueza.

¿Cuál es el papel de los docentes y en particular de los investigadores sociales frente a este hecho? Es ambivalente, moviéndose desde posturas en las cuales la producción intelectual está sujeta a las leyes del mercado y del otro lado de una apología revolucionaria y de transformación social que remeda pobremente los autoritarismos de tipo comunista o socialista. Ello es particularmente sentido en cuanto a los sectores populares como objeto de estudio y como co-autor de acciones de cambio social.

En el primer caso, existe la tendencia a eternizar el problema de la pobreza como tema de investigación. Lo paradójico es que entre más investigación académica existe, mayor miseria y pobreza hay en nuestras ciudades. ¿Demuestra eso la calidad de la investigación o la ausencia de una verdadera conciencia de transformación social en nuestros investigadores y docentes? En el caso de los sectores populares, existen cientos de investigaciones realizadas en los últimos 50 años que reposan en las bibliotecas de las universidades, a partir de las cuales se realizaron y realizan eventos como seminarios, conversatorios, paneles, etc. donde “los expertos” expresan sus conclusiones y recomendaciones a otros “pares”, mientras que la ciudad continua su marcha indiferente e incluso indispuesta ante esta sobreproducción de un conocimiento que muy pocas veces le sirve a los sujetos de estudio.

Claro los sectores populares, son un objeto de investigación muy fácil de elegir pues allí se encuentra buena parte de la población. A diferencia de los sectores de clase media o de elite que son cerrados y que impiden en la mayoría de los casos que un investigador social les pregunte por sus estilos de vida, la extroversión de los sectores populares ha permitido que durante mucho tiempo el problema de la pobreza se limite a quienes la padecen y no a quienes la generan. Si bien, en la ciencia es difícil establecer cadenas de causalidad sin experimentación o validación empírica, existe una tendencia ligera de los investigadores a llegar a los barrios, extraer la información y olvidarse de las comunidades. Sometidos a los derechos de propiedad intelectual y los requisitos de Colciencias, se les borra de la cabeza que dichos derechos particulares proceden de un derecho colectivizado o público en el sentido que es toda una comunidad la generadora de esa información que interpretada por el profesional es expuesta en las universidades.

Para ser flexibles con los investigadores sociales, podríamos tratar de comprender que su difícil situación laboral o que la baja remuneración los obliga a comportarse así. Pero no es la docencia un arte más que una profesión. ¿No requiere ante todo de corazón y por ende de satisfacción inmaterial a pesar de las limitaciones materiales? De todas formas es muy difícil encontrar docentes entre los sectores más marginados de la sociedad. Por lo general todos ellos hacen parte de la clase media o alta. Es algo casi natural en este mundo excluyente. Mientras tanto en los sectores populares las personas progresan a su estilo, presentan su propia estética y tienen sus aspiraciones, muchas de ellas centradas en hacer parte de la clase media.

Sin embargo, del otro lado están los docentes politizados. No quiere esto decir que los anteriores no lo sean, simplemente que para los segundos prima lo político sobre la labor científica clásica que se vende como “objetiva” o “aséptica”. Para ellos, la investigación adquiere desde un comienzo una calificación de popular pues es indispensable como categoría revolucionaria. Pero detrás de ella se esconden los procesos de imposición de un discurso propio de la guerra fría y que con muy pocos cambios se adapta en contra de una globalización neoliberal.

Existe un peso excesivo en la apelación de la experimentación como única forma de generar conocimiento y a la hora de construir pensamiento predomina la intención del “experto” por ideologizarlo. La vida deja de ser trivial en el primer caso para convertirse en una tragedia existencial y en ambos casos la comunidad objeto de estudio permanece al margen e indiferente en una cotidianidad marcada por la supervivencia o la acumulación que logre generar bienestar al entorno social más cercano que es el familiar.

Un aspecto importante al analizar si existe o no relación entre investigadores sociales y sectores populares, es en definitiva la institución llamada Universidad. Sometida a las leyes del mercado, su producción intelectual ha sufrido de pérdida en su calidad y de una excesiva atomización cuando las problemáticas sociales exigen visiones más totalizadoras. Pero además de eso, el miedo a perder esa identidad como “generadora de conocimiento” la inhibe en su potencial de “transformadora social”, es decir como un ente eminentemente político. Claro, muchas quieren evitar caer en el caso de la Universidad Pública que en décadas pasadas se terminó asociando como foco de insurgencia y que aún hoy en día es escenario de anquilosados individuos que de vez en cuando van a los barrios pensando que los sectores populares no desean ser parte del sistema capitalista que los excluye.

Los sectores populares son un escenario social diverso y no es un conjunto de barrios peligrosos donde viven pobres con pobres. En ellos hay acumulación, hay riqueza, hay movilidad económica y claro está pobreza y miseria. Pueden existir emprendimientos capitalistas y organizaciones de corte comunitario que recogen del pasado libertario lo que más les conviene. Nada de eso es extraño para ser calificado como anormal o marginal y mucho menos informal. Muchas de esas denominaciones “académicas” solo esconden intereses políticos afectos a más mercado o más Estado.

Existe una relación de explotación de los sectores populares pues dependiendo del tipo de investigador, se usan a estas personas para validar las ideas del investigador y no tanto para conocer las de los estudiados. Si lo segundo fuera lo predominante tal vez no estaríamos ante esta crisis de pensamiento propio, no adoleceríamos de falta de identidad y nuestra contribución al pensamiento social sería más auténtica con o sin validación internacional.

Ser investigador social puede significar una actitud hacia la vida en el sentido de buscar eternamente una verdad que nunca se dejara interpretar en su complejidad. Una utopía como la de los anarquistas pero que sirve de norte mientras dura la vida. Esa actitud requiere humildad y una mente atenta que parte de identificarse como ignorante pero con ánimos de aventurarse y perderse y fracasar. Sin embargo, no es suficiente con conocer el agua tibia –algo que no es malo en sí mismo- sino que lo que importa es luchar por evitar que ese conocimiento se privatice. En una época en que la información no es suficiente sino se procesa y decanta, de nada sirve querer mantener el control sobre la variable de estudio. La relación entre investigadores sociales y sectores populares no es neutra y de lo que se trata es que cada parte reflexione y se de cuenta de lo subjetivo que puede llegar a ser este relacionamiento, para exigir una responsabilidad compartida y que podría comenzar por ejemplo por exigirle cuentas a la universidad acerca de lo que hace con sus investigaciones y en segundo lugar de un proceso de restitución o devolución de ese conocimiento a las bibliotecas públicas del distrito y a las barriales de iniciativa comunitaria. Ese es el primer paso llamado construcción de identidad.

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