Hace 100 días que comenzaron en
Bogotá las medidas de aislamiento social preventivo para evitar la propagación
del coronavirus. Se ha recomendado a las personas quedarse en casa y no salir
de ser absolutamente necesario ya que se trata de colaborar en un propósito
colectivo como es el de salvar la mayor cantidad de vidas y no saturar la red
del sistema de salud. Este objetivo requiere ante todo de una ciudadanía que
confíe no solo en los demás sino en las instituciones del Estado.
La construcción de la confianza
implica mucho tiempo y acabar con ella requiere de solo unos instantes. En este
documento se plantea que para el éxito de las medidas de contención del virus
se requiere de esa confianza que debe partir desde el mismo Estado, sin
embargo, si revisamos en nuestra historia, existen casos de aislamiento social
en donde prevaleció la intervención violenta, amenazante por parte de los
grupos de poder económico y político hacia quienes desobedecían los mandatos
que pretendían legitimarse en la búsqueda de un interés colectivo. Si bien se
trata de momentos históricos muy distintos existe un elemento en común que es
el aislamiento social que tiende generalmente a erosionar la confianza no solo
entre las personas sino de estas hacia sus gobernantes.
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Figura1.
Algunos textos que describen el proceso de organización espacial de la
población indigena: En esta imagen la carátula del libro Historia de la
Localidad de Tunjuelito escrito por Fabio Zambrano (2004)
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El primer antecedente de
aislamiento preventivo tuvo lugar en la colonia cuando los españoles
establecieron las villas para los blancos y los pueblos de indios para la
población ancestral. Ante la disminución de esta mano de obra nativa y las
demandas crecientes por parte de esa élite blanca se consideró necesario agrupar
en un solo lugar a la población y se persiguió a aquellos que se negaban a
vivir bajo esos preceptos. A pesar de ese aislamiento muy pronto se constató el
incumplimiento por parte de los mismos españoles que querían la permanencia de
los indígenas en las villas, o de forma más específica, en sus viviendas para
tener el control exclusivo de esta servidumbre. A ello se sumó el hecho de un
proceso de mestizaje que no estaba contemplado y el surgimiento de un grupo
poblacional que no era ni blanco ni indígena y que con el paso del tiempo
terminó ocupando las tierras que rodeaban a la capital.
En Colombia las poblaciones e
individuos rebeldes que se negaron a ser explotados o a vivir en los pueblos fueron
aniquilados y posteriormente reemplazados con población africana. Si bien este
caso no es propiamente el de Bogotá, tuvo lugar, por ejemplo, en la región
Caribe. Allí también hay una proximidad entre amo y esclavo y una cohabitación en
la misma hacienda. En cuanto a los grupos rebeldes estarán conformados por
grupos de esclavos fugitivos que se internaran en las selvas y zonas de valles
interandinos para establecer otras formas de habitar el territorio. Se tratará
de los arrochelados, de los palenques, poblaciones y territorios que serán
objeto de intervención por las autoridades bajo el pretexto de disciplinar a
sectores que se niegan a vivir como lo dictamina Dios y su majestad el Rey.
Volviendo al caso de Bogotá, una
segunda etapa de aislamiento preventivo surgió especialmente en la segunda
mitad del siglo XX pero esta vez fueron protagonistas las élites urbanas. En el
caso colombiano se trató de un proceso acelerado provocado por las migraciones
del campo a la ciudad. Sea por razones del conflicto armado o por cuestiones
económicas dicho crecimiento urbano conllevó a una situación de crisis en
materia habitacional que se resolvió a través de una urbanización que iba
contra las normas de la planificación urbana. La ruralización de las ciudades
fue la expresión que recogió esa situación de modernización sin modernidad.
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Figura 2. Carátula del libro Bogotá a través de las imágenes y las palabras
publicado en 1988 y con textos de Alberto Saldarriaga, Ricardo
Rivadeneira y Samuel Jaramillo.
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La presencia de estas poblaciones
de origen rural no pasó desapercibida en la ciudad. Al igual que en la colonia
algunos campesinos se convirtieron en la servidumbre de las élites y convivieron
en las casas de sus patrones pero lo más significativo estuvo asociado con un
proceso de auto-segregación de estas familias adineradas que abandonaron los
centros tradicionales para irse a vivir a nuevos barrios localizados a las
afueras de la ciudad. En el caso de Bogotá se han ido desplazando cada vez más
al nororiente buscando habitar en sectores exclusivos mientras que los demás
grupos sociales ocupan los espacios residuales. Entre algunas razones que
explican ese aislamiento está la sensación de inseguridad en un centro cada vez
más popular y del otro lado en la búsqueda de nuevas formas de diferenciación social
que pasaban ahora por la localización en la ciudad y el tipo de barrio en donde
se vivía.
Se impuso una división social del
espacio que se caracterizó además por serios cuestionamientos sobre las
condiciones de vida de las poblaciones que habitaban en los barrios periféricos
y los inquilinatos centrales y de la erradicación física de aquellos barrios
que iban surgiendo en la ilegalidad. Esta política de arrasar con todo
afortunadamente no tuvo mucho éxito en la ciudad y dio paso a un reconocimiento
de esa urbanización popular y por lo tanto a programas de legalización y
regularización. Debe recordarse, pese a ello, que a diferencia de otras
ciudades aquí predominaron procesos de loteo de las haciendas que pertenecías a
las élites urbanas y por tanto ese mercado de tierras le generó enormes beneficios
políticos y económicos de los cuáles poco se habla en las investigaciones
urbanas. Esta política de legalización buscó homogenizar las condiciones de
vida de la población pero ha estado acompañada de estigmatizaciones de estos territorios
por estar habitados por grupos indisciplinados.
Bogotá se dividió entre un norte
rico y un sur pobre pero aún estaba por explotarse económicamente un discurso
de inseguridad que muy pronto daría lugar al desarrollo de novedades
inmobiliarias tales como el conjunto cerrado. Este aislamiento preventivo tuvo
lugar a causa de la sensación de inseguridad de las élites y de la posibilidad
de resolverla a través del mercado. La construcción de encerramientos, la
disposición de cercas eléctricas, cámaras de vigilancia, circuitos cerrados de
televisión, presencia de vigilantes armados y perros guardianes hacen de cada
conjunto cerrado un castillo medieval. Esta novedad introducida en los años
ochenta del siglo pasado se ha ido expandiendo a las demás clases sociales y
hoy incluso la vivienda de interés social VIS se caracteriza por traer consigo
una forma diferente de vivir en comunidad. Un aislamiento en donde a pesar de
vivir en el mismo bloque de apartamentos se carece de vínculos de cualquier
tipo con los vecinos.
El discurso de inseguridad y el
miedo al contacto con los otros se propagó a actividades que iban más allá de
las residenciales. En estas décadas hemos visto el crecimiento exponencial de
los centros comerciales estratificados según la clase social a la que van
dirigidos, la expansión sobre la sabana de colegios y universidades campestres para
las élites y las clases medias, los complejos de servicios médicos propiedad de
empresas privadas del sector de la salud. Todas son formas de aislamiento
preventivo que se apoyan en el discurso de inseguridad ante un posible atraco,
ante una pésima atención hospitalaria o ante una educación que no garantice el
acceso a un mercado de trabajo o a un ascenso social.
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Figura 3. Las calles vacías fueron la característica al inicio de la
cuarentena.Foto: Hernando Sáenz (2019) Sector La Macarena, Centro de
Bogotá
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Las medidas de aislamiento
preventivo impuestas en Bogotá y muchas otras ciudades del mundo tienen
entonces la novedad de estar dirigidas ahora a la circulación o movilidad
cotidiana en el espacio urbano. Ante la inseguridad frente al contagio se nos
impide la circulación en la ciudad. Si se trata por motivos laborales la
respuesta es el teletrabajo, si se trata de motivos de enseñanza se propone la
educación virtual, si se trata de los servicios médicos se propone la
telemedicina, si se plantea con fines recreativos se promueven las plataformas
de streaming, si se trata de visitas a nuestros seres más queridos se nos
propone el uso de la tecnología que nos ofrecen las empresas de celulares. Tal parece que el contacto humano real y la
circulación en el espacio urbano van a paso de convertirse en un lujo para
ciertos sectores mientras que la mayoría se dedica a vivir sus vidas detrás de
la pantalla de un computador o un celular.
Las excepciones van nuevamente en
función de las necesidades de los grupos de mayor poder económico y político
así como de cierto sector de la clase media. Determinadas profesiones y
actividades continuaron y nuevas formas de servidumbre se ensayaron para tener
a la empleada doméstica haciendo de nana, o de la vigilante que se mantuvo como
rehén en un edificio en un sector exclusivo de la ciudad, o del empleado que se
vuelve el conductor personal de algún empresario que sale de la ciudad
aprovechando sus contactos personales. Se requieren de los profesionales de la
salud, de los venezolanos que llevan el domicilio o trabajan en una empresa de
carga, también están determinados empleados bancarios. Pero la gran mayoría se
dedica a mantenerse en casa con miedo a enfermarse. Reducir la movilidad al
máximo le ha dado un impulso al sector de las tecnologías de la información y
comunicación las cuales intentan aprovechar la situación para acelerar cambios
que se han demorado en operar pero que ya se habían identificado hace unas
décadas.
En esta historia circular y
acumulativa también reaparecen los rebeldes, quienes se niegan a vivir bajo el
orden que se intenta imponer. Algunos actúan por necesidad como son muchos
vendedores informales, otros apelan a su capacidad de autocuidado para
justificar su derecho a circular y rechazan ser tratados como niños o
adolescentes ya que son adultos mayores y otros sencillamente no le temen al
virus a pesar de los mensajes y amenazas promovidas desde el gobierno, bien sea
la imposición de multas elevadas por transitar en días o zonas no permitidas,
la militarización o la imposición de toques de queda o el envío a una cárcel o
centro de retención temporal. Se espera que la amenaza sirva para disuadir esos
comportamientos indebidos, ya que subyace una lógica economicista que considera
que todo se reduce a un cálculo costo-beneficio, que le apuesta a lo punitivo y
no a la pedagogía.
Si hay un elemento en común en
estas tres poblaciones es el rechazo a cierto tipo de Estado que impera en
Colombia. Un Estado ausente que elude su responsabilidad en brindar seguridad a
los ciudadanos y que cuando hace presencia lo hace a través de la fuerza, la
violencia y el autoritarismo. Un estado que delegó en el mercado las
posibilidades para “comprar seguridad de todo tipo” y que carece de legitimidad
aunque irónicamente sea quién determina lo que en teoría es legal o no.
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Figura
4. Barrio Dindalito (2014). Foto tomada po Hernando Sáenz. La migración
campesina se ha encargado de colonizar la ciudad desde los años 50 del
siglo XX. A partir de procesos de legalización se ha tratado de incluir
estos barrios al resto de la ciudad.
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Si esta situación de aislamiento
social es un rasgo estructural de nuestra sociedad no existirían mayores
motivos para sorprenderse acerca de la manera en que esta crisis está siendo
manejada. Una oportunidad más para ejercer el autoritarismo, pretendiendo
disciplinar a una población que carece de un referente de Estado Bienestar y
que hace mucho trata de resolver sus problemas por la vía del mercado o de los
recursos que logra movilizar con la familia o la comunidad. Nuestro
individualismo se encarga de reforzar ese tipo de soluciones al punto de
plantear que en esta ocasión solo los fuertes sobrevivirán y que no se trata de
apelar a la intervención del gobierno en la economía. No obstante, ese discurso
contrasta con decretos presidenciales en donde se establecen paquetes de ayudas
económicas a los grandes empresarios del país.
Aislados socialmente en nuestros
cuartos y conectados a una realidad virtual en donde los diferentes se
convierten en una amenaza que debe ser erradicada perdemos las posibilidades
para crecer como sociedad, como seres humanos. De sensibilizarnos frente al
dolor ajeno. Nuestro rencor se materializa en memes insultantes, en la
desconfianza frente a quienes son beneficiarios de cualquier tipo de ayuda y en
una exaltación de la competencia a muerte. Nuestro miedo termina alimentando
los caudillismos y la persecución a los extraños (cierto tipo de extranjeros,
pobres, negros, indígenas, habitantes de calle). Destruye lo poco que queda de esa
confianza necesaria que necesitamos para tratar con los demás, especialmente
con los desconocidos.
¿Cómo romper esta cadena de
aislamiento social autoimpuesta? ¿Cómo recuperar la confianza y pensar que
podemos estar más seguros afuera? ¿Cómo recuperar el abrazo sincero, el apretón
de manos vigoroso, el beso en la mejilla, el apretón de una cintura en pleno
baile, el sudor de los cuerpos en una noche de pasión? ¿Se reducirán todas esas
sensaciones a secuencias de programación ejecutadas por un computador? ¿O
nuestra rebeldía nos impulsara a salir y ocupar los cafés, los cines, los
bares, la calle, el parque del barrio, la escuela en busca de ese otro que
motiva la existencia de un vínculo social?
Una cosa sí sería segura: la confianza en el
otro, la confianza de la ciudadanía en el Estado no se alcanza a través de mecanismos
autoritarios y violentos, esas estrategias solo alimentan el rencor y la ira.
Esa ha sido nuestra historia y no podemos ahora pretender explicar la rebeldía
con explicaciones simplistas que descargan todo en el individuo y se olvidan de
los factores estructurales que están presentes en la historia de nuestra sociedad.