jueves, 13 de mayo de 2010

LOS SUEÑOS QUE ME SUSURRA EL VIENTO (PARTE V)

V

Hemos llegado a la casa de Miller. Saludo a doña Tulia, quién me pregunta si me acuerdo de ella. Fue en la feria llevada a cabo por la fundación en el barrio La Andrea. Cuando se exponían los productos de panadería, así como los elaborados por otros grupos en materia de aseo y de arte. Me acuerdo de ella y le cuento que fue mi mamá quién se ganó en esa ocasión el pastel que rifaron. Se saludan y veo como mi madre se siente feliz de estar aquí. Nos presentan a un señor vecino de doña Tulia, no me acuerdo de su nombre, pero sí me acuerdo de su cara, la cual por su propia petición y de doña Tulia fue fotografiada, como adivinando que no existen muchas ocasiones para ser retratado cuando se vive en el campo, sembrando papa y cuidando las viviendas y cultivos, puesto que con el avance de la ciudad, los cultivos y seguridad de los habitantes comienza a desaparecer. Los recién llegados a estos barrios piratas son desplazados por la pobreza o la violencia y al no pertenecer a esta tierra la subyugan y maltratan. Se roban los frutos de la tierra y como nos cuenta doña Tulia también sus patos.


Hemos quedado fascinados con las crías de una oveja, con la vista que se tiene desde la casa, así como con la atención y sencillez de la señora Tulia. Nos ofrece masato y arroz con leche. Le he entregado los presentes y agradeciéndole su cordialidad trato de entablar una charla acerca del proyecto Nuevo Usme, pues ella me había enviado una copia de la encuesta que les habían aplicado hacía unos años cuando vinieron a concertar con ellos el precio del metro cuadrado. “Realmente hemos dejado de asistir a tantas reuniones”. Con esta frase se resume la tragedia del gobierno distrital, que trata de crear escenarios más participativos pero que debe asumir el hecho de ser el principal actor que afecta los deseos de participación. La desorganización en la forma de intervenir así como las conductas de investigadores y técnicos de llegar, sacar información y no volver, generan un desencanto progresivo, como el que sentí cuando pasó el tiempo y veía como se presentaban los resultados de nuestras encuestas, en los seminarios de investigación urbana y no salía la publicación que se entregaría a los habitantes de nuestros barrios. Tal vez debí exigirle a Pedro o a la profesora Adriana este derecho u obligación adquirida, tal vez debí organizar una reunión para socializar esos resultados, pero a veces pienso si nosotros somos concientes de esto o si realmente no es un problema por cuanto de hacerlo, quién entendería nuestros raros tecnicismos o el uso de esta información de manera torcida para otros intereses. A pesar de ello, vuelvo a pensar que nuestro papel como investigadores debe ir más allá de la objetividad científica, pero también evitar el intelectualismo militante que poco aporta. A pesar de no estar disfrazado no podía evitar pensar, como habrían abordado mis colegas la realidad de estos campesinos y sus deseos o no, de hacerse millonarios apropiándose una plusvalía que le pertenece a la ciudad. Pensé en ese entonces si no sería que la urbanización era la más grande minusvalía producida para un campo como fuente de progreso sostenible en términos ambientales y alimenticios. Preferí evadir esta cuestión.


Doña Tulia me dijo que conoce a Natalia Valencia y quise preguntarle por ella y su proyecto de tesis. Ahora lo recuerdo, trataba de encontrar salida a la dicotomía del pensamiento moderno entre lo urbano y lo rural, esa franja que no es lo uno ni lo otro, pero que es ambas cosas a la vez. Podría decir que más que pensarlo, lo que ella necesitaba era vivenciarlo, sentirlo para poderlo expresar y describir en su parte teórica, pero debido a su vida laboral, el trabajo de grado había caído en un vacío. La última vez que converse con ella, en la Nacional me dijo que tenía muy poco tiempo y que ya no era mucho lo que podía hacer para dilatar la entrega del trabajo final.


Más que permanecer sentados allí, mi madre y yo queríamos salir a caminar. Fue así como después de almorzar y tomar gaseosa, fuimos a ver los terneros. Mi madre preguntaba por las flores sembradas en el jardín, Miller nos mostraba su gallo de pelea y nos contaba que en estos días habría un encuentro en la gallera de la vereda. Jackie se veía muy contenta, tanto como mi princesa y yo. Todos nos sentíamos atrapados por la felicidad y el sol estaba brillando en un cielo que había sido limpiado de nubes y nos invitaba a mirar más allá de las montañas. Como Jackie había hablado de su deseo de montar en la yegua, intentamos ayudarla para que cometiera su propósito. No sin algo de miedo, se logró acomodar y sujetar a la espalda de Miller, anduvieron un buen tramo y se bajó con el ritmo cardiaco bastante acelerado. Esa vieja sensación de adrenalina que se nos inyecta en la piel, en el corazón cuando ponemos a prueba nuestra resistencia y pericia y que a mi me iba costando raspones en mi mano, la cual no logró sujetarse a la roca por la cual me estaba trepando. No hubo caída estrepitosa, solo un arrastre entre la arena, aquella que se va depositando con cada aguacero y que pela la montaña que los hombres abrieron para sacarle su alma y convertirla en materia prima de muchas obras civiles.


Jackie y Miller parecían una pareja de novios, desfilando por los potreros, él le comentaba acerca de la vereda, sus amigos y amigas y bromeaba cuando Jackie criticaba su carácter enamoradizo o su ceguera frente al amor que se le estaba ofreciendo y que el buscaba en brazos de otras mujeres. Nuestra común tragedia en el mundo del amor, de amar sin ser correspondido. Pero por primera vez he dejado de ser el protagonista de este melodrama, más bien soy antagonista y me aíslo de este libreto para dejarme seducir por tus ojos que se hacen más verdes en estos paisajes, para dejarme colocar esa flor en mi cabello o para cuadrarme en la foto que nos han tomado a nosotros. Esta vez, he sido bendecido y elogiado por hacer parte de una bonita pareja, por tener la posibilidad de estar aquí, escuchando las canciones de la rockola que son de despecho y bailar un vallenato, sin tener que sentirme como la fuente de inspiración de tanto desamor.


El día empieza a languidecer, el tiempo va pasando y la llamada de los padres de mi novia, es una de las primeras señales de que la visita está llegando a su fin. Decididos a terminar nuestro rollo fotográfico y después de haberle tomado una foto a doña Tulia con sus corderos y de sugerirle mayor cuidado para evitar que se los roben. Subimos la montaña que tenemos al frente y entre los surcos donde se cultiva la papa, llegamos a aquella roca. En la vereda El Mochuelo, al otro lado del Tunjuelo, en la localidad de Ciudad Bolívar, está la maloca construida por un grupo ambientalista, frente a ella, se ve un conjunto de rocas que semejan una cabeza humana y a donde eran enviados los indígenas para cumplir con los castigos por su desobediencia. Se esperaba que en ese lugar, en medio de la soledad recapacitaran a cerca de sus faltas y se corrigieran. Pero esta vez, al observar la roca deseo poder estar allí para meditar, para cerrar los ojos y dejar mi mente en blanco, para escuchar la voz de las aves, el consejo de los dioses en el viento que mueve tus cabellos, las hojas de los árboles y los finos granos de arena cuando rompemos las piedras con nuestras pisadas o el sonido de las piedras que caen en un pozo de agua que queda después de un fuerte aguacero.

Vemos la carretera y al padre de Miller regresar de Corabastos, hacia donde él va la mayoría de los días a vender papa. Conversamos con Miller quien nos cuenta que piensa esperar hasta la próxima semana para decidir si continua o no en la panadería, puesto que no comparte la idea de convertir este sitio en una simple panificadora, trabajando a puertas cerradas. Nos cuenta que los padres de Carlos (doña Aura y don Gustavo) piensan trastear la panadería a otro barrio, sin embargo como sucede a menudo quién madruga más es él, dado que es el encargado de hacer el pan. Para él, no es problema madrugar y llegar primero a la panadería, pero no le gusta que desconfíen de él y de su capacidad para hacerse cargo del negocio cuando esta solo y siente que decirlo no va a cambiar la situación. Por ello, prefiere salirse y dejar que el negocio se vuelva más patrimonio de una sola familia. Cesar quién sería el último en quedarse, se ha marchado de vacaciones para la costa y es muy incierto por ahora decir, si seguirá o no.


Las tierras de las veredas El Uval y la Requilina, comenzaron a ser compradas hace más o menos 10 años, según los cálculos hechos por doña Tulia. Arquímedes Romero es el principal dueño y está presionando al distrito para que le compre el metro cuadrado a un precio muy elevado. El Proyecto Nuevo Usme tan defendido en el Lincoln y tan utilizado por los investigadores para criticar a los técnicos del Distrito termina perdiéndose cuando los supuestos científicos están completamente desfasados de la compleja madeja de relaciones en una comunidad rural como ésta, donde viven los Chipatecua. Me lo dijo una vez Adriana Posada en la Secretaría Distrital de Planeación, cuando Paco se vio enfrentado con los residentes de este sector y de cómo no era tan fácil explicar el principio de cargas y beneficios a los campesinos. Ellos no desean más reuniones, no quieren saber del proyecto, alegan que los $ 4.000 por metro cuadrado son muy poca cosa, cuando se conocen las ganancias de quienes quieren urbanizar. No son ingenuos y actúan también como seres racionales económicos en el sentido clásico de maximizar sus beneficios usando el discurso rural o ambientalista, lo han aprendido en este siglo y no debe hacerse extraño. Pero tampoco el hecho de que existan quienes desean seguir viviendo con esa lógica rural donde el tiempo y el espacio transitan a una velocidad muy distinta a la urbana.


Cuando regresamos de la arenera, nos despedimos del señor de quién no recuerdo el nombre. Entramos a la tienda y me presentan al padre de Miller, a la madrina de él y a otro campesino. Mientras los hombres prosiguen su charla, tomando cerveza, saludo a mi madre y veo con sorpresa todo lo que le han regalado. No sólo consiguió la manzanilla, sino que además consiguió altamisa, eucalipto y unas flores llamadas Estrella de David o Estrella de Belén. Le han regalado además una botella de leche, una bolsa con papas y un buen pucho de cebollas. Para los padres de Adriana, también va un paquete muy parecido, salvo que además tiene un vaso lleno de arroz con leche. Escuchamos hablar a la madrina de Miller quién nos recomienda salir por el mismo camino por donde entramos. Existe otros caminos que conducen a la carretera que va para el llano, pasando cerca del barrio llamado El Tuno, donde podemos coger alguna de las busetas que van para HB. Sin embargo, cuando comienza a oscurecer se vuelven muy oscuros y debido a la presencia de desconocidos que vienen de los barrios a robar en las veredas, nos recomienda coger por el otro sendero. Nos cuenta además que hace un tiempo fue la misma policía la que se robó unos chivos y que confiar en ellos es de tontos. Nos ha quedado pendiente caminar hacia más arriba, donde la familia de doña Tulia tiene su finca. Quedan los teléfonos de contacto entre doña Tulia y mi mamá y la ilusión de regresar pronto.

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