jueves, 13 de mayo de 2010

LOS SUEÑOS QUE ME SUSURRA EL VIENTO (PARTES VI Y VII FINAL)

VI

Miller aprovecha para ir al pueblo a dejar en la lavandería su chaqueta y esperar a una prima que viene de trabajar o estudiar, -no recuerdo muy bien- desde la ciudad. Él la espera para acompañarla de regreso a la vereda. Miller se ha acostumbrado a la noche en el campo, cuando se queda en alguna gallera o cuando esta de visita donde sus amigos o familiares, regresa a estas horas a la vereda. Pero doña Tulia se preocupa mucho cuando él o alguno de sus otros hijos (Miller tiene dos hermanos) tarda en aparecer. A veces les reprocha que no llamen para avisar que se demoran y debido a lo peligroso que se esta poniendo el ambiente es mejor llegar temprano. No obstante a veces Miller ha llegado a medianoche. Se baja en Usme y camina rápido, sin embargo la iluminación sólo llega hasta determinado punto y queda a la deriva de los rayos que la luna desee brindarle. Hay una curva en especial en el camino donde corre un arroyuelo y donde hay varios árboles frondosos en donde la oscuridad es más profunda, sin embargo nunca le ha pasado nada. Cuando tenía 5 años se perdió en el páramo, cogió por un camino equivocado y se separó del resto de la familia. Caminó y caminó y al cabo de media hora, sintió la inmensidad de la soledad allí en ese lugar. Más tarde que temprano logró encontrar el camino y regresó a su casa, pero ahora cuando la noche lo alcanza prefiere no llegar por el Uval, dicen que se ha vuelto peligroso y es mejor no probar.


Hemos llegado sin contratiempos a Usme, la noche se ha instalado en su trono y nos vigila a su amparo. Estos días de enero son bastante propensos a la pereza y muchos habitantes sobretodo jóvenes se reúnen para ver a las muchachas más guapas y para jugar en el parque. Frente a éste, está el Hospital de Usme, según Miller van a ampliar el tipo de cobertura (del primero pasa al segundo nivel), si a ello se suman los trazados que dan continuidad a importantes avenidas de la capital y a la aprobación del decreto de urbanización, los costos de arriendo se dispararán y será más difícil vivir allí. Es el eterno problema de ser expulsados –mas no incluidos- por el progreso, la constante de la Atenas suramericana.


VII


Cuando sueño con llegar a viejo, pienso en cómo será esta ciudad, como será este planeta. Pero me veo a mí, rodeado de niños y niñas hablando del pasado, trayendo las memorias de hombres y mujeres que me antecedieron y de quienes en alguna manera aprendí sobre cómo vivir la vida. Cuando me pongo a pensar que estas fotos, son una enorme fascinación que me impulsa a congelar el tiempo y el espacio con la presión sobre un obturador y el flash, siento remordimiento de no poder revivir todo lo que acompaña estas imágenes, las sensaciones, los olores, el sonido. Aún no cuento con una filmadora, olvide mi grabadora y la posibilidad de guardar los registros de las voces y sonidos del campo. Así pasó antes, en la infancia de mi madre y en las visitas a Pauna, cuando mi tío aún vivía, cuando el tío Luís vivía o cuando mi abuela vivía. Hace unas semanas pude recuperar un fragmento del pasado revelando unas placas fotográficas con la imagen de mi padre, mi tío Segundo y mi abuela paterna. Ellos tenían menos de cinco años y vistiendo de blanco dejaron un recuerdo a las generaciones que venían. Hoy, ni mi abuela Evangelina, ni mi tío viven, pero esa imagen me deja entrever algo de su mundo, así como Muñoz Molina entrevió algo y creó su obra “El Jinete Polaco”, eso es lo que me fascina de esa novela, algo que vivo permanentemente y que lamento cuando Nani hecha de menos un recuerdo fotográfico de su infancia y de los seres queridos. Por eso, esta afición a fotografiarlo todo, sin más deseo que eso: atrapar el tiempo y el espacio para mantener atrapada la vida.


Me cuesta tanto aprender a vivir sin el pasado, pero hago mi mejor esfuerzo, sé que nos acompaña, que se esconde en las dendritas de alguna neurona de mi cerebro, que activa mi memoria, bajo la influencia de determinadas circunstancias. El paseo de hoy, ha activado cientos de recuerdos que me han impulsado a organizarlos en este breve cuento, que carece de imaginación y cuenta con muchos elementos autobiográficos. No he estudiado para convertirme en escritor, así que me doy una licencia para romper las reglas de cómo hacer una novela o de enlazar a mis personajes alrededor de una trama. Más bien, trato de demostrarme, que en lo común de nuestras vidas se encuentra el material suficiente para inspirar a los poetas o a los escritores para desarrollar sus obras literarias. Más que ir a Paris o a Venecia, de estudiar al lado de no sé quién o de pascual, las mejores historias provienen para mí, de la sencillez de nuestras vidas y de la capacidad para apreciar grandes sucesos, trascendentales sucesos, alrededor de una problemática particular a nuestras naciones latinoamericanas. La desaparición de lo que antes era inmutable como la vereda, o de vivir detrás del volante de una buseta de servicio público con la tragedia que estos cambios implican para quienes se han fosilizado en el pasado, pueden además de ponernos al tanto de nuestra realidad, enseñar nuestro verdadero rostro, nuestra identidad. No sé si exista un vacío en la literatura de este país. Si a alguien le importan las vidas de las personas de a pie, del soldado que es secuestrado, de los campesinos expulsados no sólo por los paramilitares o la guerrilla sino por quienes necesitan esa tierra para sus negocios de exportación, del conductor que tiene que ver chatarrizar su buseta y pensar en un futuro marcado por Transmilenio y de muchos más grupos que se han mantenido al margen con sus propias reglas y son sometidos a vivir bajo otra lógica, la de la inclusión forzada. Ello no quiere decir que rechace la literatura universal, simplemente señalo que nuestra región podría enseñarles y enriquecerla con su singularidad.


He regresado a mi pieza, esperando que esta noche, el dolor de cabeza me abandone, deseo caer en un sueño profundo, pero además deseo tener la suficiente persistencia para terminar esta historia. He escrito un borrador en mi cuaderno y al ver la hora en el reloj, apago la luz. Mañana este día será otro recuerdo más y cada vez que vuelva a leer este cuento recordaré los momentos que tal vez pueda acompañar con las imágenes que mi mente logre conservar. Tal vez, saque de un baúl las fotografías donde me vea a tu lado y recuerde lo linda que te veías con tu cabello al aire o aquella foto con las montañas de fondo, sobre la roca a punto de conquistar el mundo. Pero todo eso son especulaciones de un futuro que aún no es pasado. Espero llegar a este tiempo solo o contigo y decir que he logrado salir victorioso de mi única lucha: aprender a amar la vida.

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