miércoles, 2 de mayo de 2007

CAMINANDO BACATA





Hernando Sáenz Acosta
[1]

“La soltura, la comodidad, la "facilidad" en las relaciones humanas se presenta como garantías de la libertad individual de acción. Sin embargo, la resistencia es una experiencia fundamental y necesaria para el cuerpo humano: gracias a la sensación de resistencia, el cuerpo se ve impulsado a tomar nota del mundo en que vive. Ésta es la versión secular de la lección del exilio del Edén. El cuerpo vive cuando se enfrenta a la dificultad.” Sennett Richard. Carne y Piedra. Alianza Editorial. Segunda reimpresión 2003. Cap. 9 p. 331.

Tal vez esta cita, refleja mi intención de escribir acerca de una experiencia tan cotidiana para mí, pero que veo ha dejado de serlo para muchas personas: La experiencia de caminar. Y probablemente se esté perdiendo esta posibilidad de contacto con la ciudad debido a que la vida ya no deja tiempo para ello, pues el trabajo y el estudio o simplemente las agendas colmadas de citas en lugares tan apartados de una ciudad gigantesca impidan que salgamos simplemente a vagabundear sin un destino fijo. Si se suma a ello, que se respira en la gran cantidad de nuestras ciudades un sentimiento de inseguridad incluso al caminar por nuestros propios barrios se entiende que quién camina lo hace por obligación y que incluso hacerlo por lugares y horarios indebidos puede llevar incluso a poner en riesgo la propia vida.

Debo reconocer que mi experiencia caminando ha sido en buena parte por obligación, desde pequeños en casa aunque mi padre era chofer de buseta, verlo siempre sentado al volante y tener la posibilidad de recorrer esta ciudad y observar sus contrastes significaba adicionalmente tener la posibilidad de soñar con hacer parte de esos lugares tan sofisticados, con casas grandísimas y amplias zonas verdes y centros comerciales. Sin embargo, esta experiencia con el paso del tiempo se modifico y paso de la ingenuidad hacia la identificación de una ciudad desigual con fuertes contrastes derivados por un esquema de injusta distribución de la riqueza. Y tal vez en la medida en que dejé de “pasear” en la buseta con mi padre, consideré que nunca más volvería a esos lugares. Pero, a pesar de ello he seguido movilizándome hacia diferentes zonas de la ciudad y ello no solo a través de vehículos sino a partir del movimiento de mis piernas.


He considerado esta experiencia muy interesante, pero no como ejercicio de grupo universitario, pues si bien es cierto esta propuesta ya tiene sus antecedentes, considero que un grupo de más de tres personas caminando por calles de barrios desconocidos deja de ser atractiva si se desea pasar como un incógnito y en esa medida ser parte de lo que se observa de manera natural. Fue así como trate de recordar desde cuando venía recorriendo la ciudad de manera solitaria y me acorde del año 1994 cuando después de salir de presentar el ICFES en una universidad ubicada en Chapinero, decidí caminar hacia el centro comercial Santa Bárbara ubicado en Usaquén. Trato de recordar las sensaciones que me producía estar en un centro comercial, siendo un desconocido pero al mismo tiempo pensando en que era uno más de aquellos distinguidos clientes que entraban y salían de los almacenes de marca. A veces entraba a las discotiendas a observar o escuchar algún disco y cuando se acercaba el vendedor argumentaba que quería saber si valía la pena comprarlo o no, o por el contrario preguntaba por discos de difícil acceso de los cuales ya sabía que la respuesta sería “lo siento, no lo tenemos”.


Este caminar por placer, descansa en el hecho de ser uno más que no tiene un destino fijo, y al conversar el otro día con Esteve y de que me contara sus experiencias considero que esta es una gran forma de conocer el mundo que esta fuera de tu casa. Es así como lejos de ver a Bogotá solo en los planos que tiene DAPD, me gusta contrastarla con lo que observo de mis excursiones, es así como pongo en duda la construcción de viviendas en terrenos cercanos al humedal y las dinámicas sociales que se ven en mi localidad a partir del simple hecho de salir a trotar.


La caminata que realice en diciembre pasado desde el 20 de Julio hasta las Torres del Parque, me dio la oportunidad de conocer barrios que solo había distinguido en viajes apresurados montado en una buseta, teniendo la posibilidad de detenerme en una plaza cualquiera y devorar un plato de salchipapas comprado a un puesto ambulante. Es así como descubro una peluquería especial para raperos y pienso en el transfondo cultural que significa para estos muchachos un lugar como ese. Ver el anochecer sin el temor de que se apague la actividad porque los barrios populares aún guardan algo de ese “irrespeto” a la tranquilidad en contra de ese cementerio que da tanto miedo en el caso de los barrios de los ricos y que incluso aburre, en especial en fechas como las decembrinas y que poco a poco nos viene infectando, paralelo a la erradicación de la pólvora, la fiesta en la cuadra y los muñecos de años viejo. Lo bueno: Han disminuido el número de quemados, lo malo: el sentido de comunidad se rompe cada vez más en diciembre, aunque no quiero plantear todavía alguna relación entre lo uno y lo otro.


Otra caminata que he realizado y que anote en mis hojas de papel fue en el barrio Restrepo y su vida nocturna, llena de tabernas y residencias, a donde las parejas acuden para saciar sus apetitos sexuales, tanto jóvenes como viejos, en taxi, a pie o en el carro particular y como las grandes moles de edificios llegan incluso a establecer una calle donde no existe otra edificación u otro uso distinto, así como en las zonas de tolerancia donde el sexo despierta toda una gama de sensaciones, estas se potencian aún más gracias a la morfología de la ciudad.


En Chapinero también existe una fuerte actividad en ese sentido y uno puede hacer un gran compendio a partir de los papeles que en cada esquina ofrecen las personas que son contratadas por los administradores de bares, wiskherías ofreciendo lindas colegialas, show lesbian, etc. En el día este sector perfectamente abarrotado por vendedores ambulantes, restaurantes de todos los estilos, sabores y precios, las tiendas de ropa de segunda, las universidades y sus estudiantes, todo ello a veces genera una sensación desagradable cuando la basura se concentra en tantos puntos y cuando la aglomeración llega a tal punto que es difícil seguir caminando. Pero esta sensación se ve dispersada cuando se camina por el Chicó, con sus espléndidas zonas verdes, antiguas grandes casonas que vienen siendo tumbadas para hacer los edificios cuyos apartamentos serán ocupados por la gran minoría de familias que detentan la mayor parte del ingreso de esta sociedad, son apartamentos exclusivos y precios elevados que reseña Camacol en sus exposiciones y que le permiten a Sergio Mutis andar muy pinchado al lado de Uribe. Ese día mi destino era la 93 y tuve la posibilidad de observar como esta cambiando la ciudad, aquella moderna cité que siempre ha renegado de su contra-cara.


Cuando la doctora Baltaxe me citó a su consultorio particular y vi la dirección me di cuenta que era una zona exclusiva, aunque ella aún mantiene su consultorio en una de las viviendas que ha logrado sobrevivir a la demolición, ella ahora vive en la 127 y probablemente el hecho de haber crecido en esa casa, le impida venderla, no sé de pronto también se esconde un especuladorcito en ella y esté esperando el momento adecuado para vender. Lo cierto es que ella no estaba y me cancelaron la cita, razón por la cual me dediqué a divagar por esa zona, un viernes en horas de la tarde. Observe la zona rosa y una T conformada por bares exclusivísimos, donde el transito peatonal servía para que pudieras observar y ser observado desde las innumerables mesas que en un espacio muy al aire libre daban caché al sitio. Me pregunté cuanto de la riqueza movida en ese pequeño espacio era retribuido a la ciudad y ante la carencia de respuesta, me puse a observar más que a los clientes, a quienes los atendían, tal vez eran jóvenes que pertenecían a la clase media o incluso baja de nuestra ciudad, me pregunte por los barrios donde vivirían y por sus deseos y sueños acerca de sus propias vidas debido a la oportunidad que tenían de estar en contacto con la élite, cosa que no cualquiera se daba, así fuera sirviéndoles la mesa. De igual manera pensé en quienes atienden las tiendas de ropa ubicadas en Andino y Atlantis. Hace unos 10 años cuando entre en el Andino me deje impresionar por esa sensación de exclusividad. Esta vez sentí hasta los olores, porque eso hace parte también de la experiencia de la ciudad que tenemos diariamente, de cómo un aroma puede hacerte sentir incluido o excluido de algo, de algún lugar. De la sensación sonora cuando en el primer piso del centro comercial un joven realiza una presentación musical de flauta y quena apoyado por una consola y mezclas electrónicas y ese sonido no existe cuando estás en la tercera planta donde Tropical Coctails que patrocina los programas de radio de fin de semana, esta preparando la presentación de algún D. J. Y coloca música que va calentando esa noche. He visto a esas jovencitas de algún colegio Colombo no se qué, que tiene pinta de extranjeras, salir de la peluquería, contentas por estar a la moda, comentando sus primeras experiencias sentimentales y me pongo a pensar en que no es lo mismo ser peluquero aquí que en el barrio, al cual regresó extenuado, embutido en el Transmilenio, donde a menudo puedes observar la repulsa hacia el contacto con otro cuerpo, más aún si es entre hombres, porque si se trata del manoseo clásico existen muchas más ventajas para quienes están acostumbrados a ello y más difícil para ellas porque no se puede culpar a nadie de que el bus este lleno.


Finalmente, reseño la caminata desde el Externado hasta el San Andresito de la 38 por la calle 11 y desde ese punto hasta la zona de las grandes marcas en la Avenida de las Américas. Atravesando la ciudad en sentido oriente-occidente he podido observar desde las casonas de La Candelaria mi destino, bajando la loma hasta llegar a la carrera décima tan temida por muchos por cuanto en ella se despliega sin compasión el mundo de los otros Bogotanos, los del cartucho, que aún permanecen allí consumiendo drogas, vendiendo cosas de segunda y acostumbrados ya a la tanqueta parqueada al pie del batallón que busca mantenerlos a raya, para que no se propaguen más. Un parque del tercer milenio que permanece ocupado por los vendedores ambulantes que se suben a las busetas que paran en el semáforo de la sexta con décima y donde paradójicamente una escuela y un parque se encuentran pegados a medicina legal. He pasado observando las cobijas tradicionales con los tigres y las ruanas boyacenses, alguien me ha ofrecido marihuana y niego con la cabeza su ofrecimiento. He pasado por el frente del Hospital San José y observo la remodelación de la plaza España, parece más moderna aun cuando siguen los mismo limosneros que observará en otra ocasión, así como el comercio de ropa que ha sido reubicado. Más abajo, se encuentran todos esos grandes San Andresitos, algunos muy en la onda del centro comercial han logrado trasformar la experiencia con el lugar porque ya no se parecen a lo que fue en su momento San Victorino, donde la circulación como en laberinto da paso a corredores anchos y grandes vitrinas. Después llegué al barrio Ricaurte, allí donde íbamos a imprimir el Campanazo, allí donde más de una vez entregué pedidos de Pegatex o de Copidrogas, por donde alguna vez también pase con mi papá. Ya estaba cansado buscando casualmente un par de zapatos, pero decidí continuar y cruce el peatonal de la 30 para internarme en la zona industrial, observando las calles más acabadas debido a que soportan el peso de todos esos camiones que van y vienen, toda esa gente que viene de otras partes del país y que empiezan a hacerle coqueteos o es la cuidad la que se les insinúa?. Cuando cruzo la carrera 36 aproximadamente observo como se acaban las bodegas y se abre de nuevo un San Andresito, con vitrinas rellenas de zapatillas de marca o de aquellas que aparentan serlo, pienso en la cantidad de dinero que debe circular allí y observo el tipo de usuario que se ve en estos locales y creo que hacen parte de la clase media. Cansado por la caminata, me acuerdo de mi madrina quién trabajaba en ese sector y como si la llamase mentalmente la veo en un restaurante y me detengo para conversar con ella, que me cuenta sobre su soledad allá en la casa que tiene en San Mateo, de la partida de sus hijos y de los argumentos que la atan a su vivienda y me acuerdo de mis investigaciones y los discursos que escucho sobre la ciudad. Como la movilidad social se refleja en las decisiones residenciales y como para muchos eso es lo más natural, elemental, mientras que a mí se me da por cuestionar la necesidad de moverme para aparentar algo que nunca seré. Han sido muchísimas las caminatas que he realizado, pero solo hasta ahora reflexiono sobre ellas y me decido a escribir estos apuntes. Obviamente también están las experiencias de la niñez cuando caminábamos en el campo como si fuera urgente medir el mundo con nuestros pasos y me acuerdo de los caminos reales, de las trochas y de los caballos resbalándose o salpicándose al entrar en el río, también de la experiencia de caminar de noche cuando el combate entre guerrilla y ejército nos hizo desviar el camino y como mi tío Edilberto nos guió en la oscuridad, de cómo se llegaba a Sierra puertas o a casa del primo Lorenzo o de cómo apenas llegados a Pauna, la caminata hacia la vereda no faltaba, para que los niños sudaran y sacaran el frío de la ciudad. Era ese campo sin servicios públicos, sin televisión, con una choza donde se cocinaba con leña y la carne era salada. Donde a parte de caminar, se trepaba uno a los árboles, conocía especies de pájaros, reptiles y de animales salvajes sin necesidad de tener guías ecoturísticas, cuando en casa le regalaban una totumada de guarapo, cuando se dormía en esteras y cuando las ronchas moradas por las picaduras de los mosquitos y los jejenes era el tormento de un niño asustadizo y replegado que luego se convertiría en este anarquista que soy. Recuerdo esas caminatas y siento que eso ya no volverá nunca más, no tanto por no volver sino porque el campo dicen que ha progresado, porque ya llegó la luz y ahora mis primos saben más de telenovelas que yo, porque ya no se siembra mucho, porque se va al pueblo a mercar y porque existen otras fuentes más rentables como la siembra de coca, con la cual las dificultades son superadas, un escenario tan distinto del que conocimos de niños. Por eso con el paso del tiempo, la migración del campo a la ciudad será menos traumática gracias a la tecnología, es lo mismo que pasa con los inmigrantes que están en otros países, lo cual hace prever que habrá menos diversidad y mayor homogeneidad, ¿Qué tanto significa eso en términos del propósito que me anima en este escrito? Que probablemente en un futuro, el caminar sea significado de algo tradicional, de algo que se debe superar y por ende olvidar, el caminar esta ciudad o cualquier otro espacio significa tener la libertad de interactuar con el entorno de tantas formas, de sentir y de pensar y en la medida en que nos volvemos más sedentarios, más gordos, más perezosos, más dependientes de las toxinas, de los tratamientos pasivos de embellecimiento, del encerrarse en un spa, mejor dicho de sentirnos orgullosos de ser más modernos, perdemos nuestra conexión con el lugar a donde tarde o temprano volveremos, la tierra. A menos que los cementerios desaparezcan por el crecimiento de una ciudad que ha dejado las caminatas como algo exótico más que consustancial a la experiencia de estar vivos. Finalmente como planificador urbano aún no comprendo como alguien puede creerse con el poder y la autoridad de determinar lo bueno y lo malo de un lugar que nunca a vivido o que solo lo conoce por un plano, por una visita fugaz sin detenerse a caminar, pensando que los equivocados son quienes siempre han vívido allí. Por eso quiero sacar un tiempo para caminar como un vagabundo para dejar de pensar y limitarme a observar como la ciudad es vivida por cada uno de nosotros.
[1] Este escrito fue terminado el día 6 de junio de 2006.

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