lunes, 11 de agosto de 2008

CARNE Y HUESOS

Hernando Sáenz Acosta


Enfermo y solo en esta habitación
Revoloteando alrededor de la bombilla
Cansado de mirar la pantalla
De leer entre líneas, subliminales mensajes.

Caer aturdido y moverse sin control,
Para recuperar la posición inicial,
Antes de que los problemas empezaran,
Antes de romper el cascaron, la crisálida.

Un extraño visitante deambulando,
Moviendo su infinidad de extremidades,
Tanteando el peligro con sus antenas,
Escucha el crujir de la tierra que acaricia.

Y Yo, acompañándolos en este sanatorio,
En esta cárcel que son mis pensamientos,
Como insectos, acechando a la raza humana,
Siguiéndola incluso hasta el abismo bestial.


A veces, fijo la mirada en sus cuerpos,
e intento desafiar su habilidad, su flexibilidad,
mi pared es un cementerio, cubierto de cal y sangre,
de extrañas sustancias de seres invertebrados.

Es extraño, sentirse amenazado por ellos,
sentir esa necesidad de eliminarlos,
si aparentemente no constituyen mi dieta
y menos aún mi fuente de riqueza.

Cuando la oscuridad, el silencio o la soledad,
se apoderan de este cuarto húmedo,
salen millones de insectos a danzar,
a saciarse en una orgía reproductiva asesina.

Yo me encuentro dormido, sumergido en mis pesadillas,
asfixiado por el peso de una mano que me aplasta
de una bota militar que me destruye,
o por una botella que expele veneno en mis entrañas.

Sumergido en esta agobiante sensación
experimento el purgatorio y la tortura,
de no tener la conciencia tranquila,
de no soportar y aceptar que solo soy, carne y huesos.